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Abstracción a los 12: la historia de Mael Victory

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Es viernes: día del tennis. Son las 4 p. m.  y en media hora comienza la clase de Mael; aprovecho este tiempo para conversar con él. Su saludo es tímido, quizás algo normal a los 12 años, pero en 30 minutos me doy cuenta que el niño que tengo al frente es un alma vieja, un artista inexplicable y un poseedor de una serenidad y humildad que hasta yo quisiera tener.

El juego todavía no comienza y Mael me lleva a su galería en Playa Guiones de Nosara que esta frente al club de tenis, en donde más de 20 obras abstractas, de un carácter y fuerza imponente, me hacen decir la peor pregunta: ¿quién le enseñó a pintar así? Él ríe: “nadie, aprendí solo”.

Su nombre es Mael Victory Von Der Weid y aunque hable a la perfección inglés, francés y español, es costarricense de nacimiento y “morado de corazón”. Nació en San José, pero en su sangre lleva a Francia por parte de su madre Martine Viellard y a Suiza por el lado de su papá Thierry Von Der Weid, quien es propietario de la cafetería y hotel Café de París.

Sus pinturas hechas a los 12 años son impresionantes, pero ver las que pintó a las 4 años cuando comenzó su carrera artística, es inaudito, eso sin haber apreciado las aproximadamente 250 obras que ya lleva hasta la fecha.

Aunque ama Nosara y vivir cerca del mar, Mael no es el típico niño de playa pues prefiere y practica deportes en tierra firme como el tennis y futbol en vez del surf.

Algunos artistas aseguran que su vocación surgió por una musa que bajó y les llevó la inspiración; sin embargo, Mael ve su talento de una manera más simplista  u honesta: su pasión por la pintura es por suerte. “Mi mamá recibía clases de pintura y un día se enfermó, entonces yo recibí esa clase. Después de esa clase y ese mismo día pinté como cinco cuadros y no paré de pintar. Tenía cuatro años y medio”, explicó.

Entre tanto agasajo visual de su exposición, hay una que jamás puede ser vendida. “Se llama Mi Reflejo. Me gusta, porque es mi retrato, siento que me veo ahí cada vez que la veo”, dice Mael.

Llegó la hora del partido y Mael, con perfil bajo, logra camuflarse entre la chiquillada. Así lo hace en su colegio Academia del Mar, en donde cursa el sétimo año, pero lleva matemáticas de octavo, pues los números también se le dan. Mientras la fotógrafa capta algunos retratos, Mael no trata de fingir ni llamar la atención, es más, podría decir que olvidó que lo estaban fotografiando. Entre los niños es uno más, sin aires de grandeza ni de dichoso niño prodigio.

Mientras Mael recibe las instrucciones del profesor, su papá Thierry lo ve a través de la maya.  Aunque es evidente que el orgullo de padre se le desborda por su único hijo, Von Der Weid asegura que no idealiza a su pequeño.

“La diferencia de Mael es que descubrió dónde es bueno y dónde es excelente. Él lo descubrió súper temprano, mientras que hay gente que dura ochenta años para descubrir dónde es bueno. Él lo encontró en la pintura”, comentó su padre.

Segunda visita

Es sábado: día del fútbol.  Mael entrena durante la mañana en el equipo de su colegio. Le gusta la posición de defensa, pues asegura que es más fácil. Ya sin los tacos y sin la camiseta deportiva, me invita a su espacio más íntimo: su estudio. Las paredes son altas y Mael tiene todo perfectamente ordenado; no le gusta el desorden.

Ahí Mael tiene permiso de sus padres de poder pintar lo que quiera y hacer cualquier locura que se le ocurra. El piso del estudio está completamente lleno de colores y hasta podría parecer otra de sus obras. Al lado hay una pared de vidrios que tiene una hermosa vista a un pequeño bosque.

La música clásica es parte de ese espacio en donde Mael puede pasar hasta seis horas seguidas pintando. “La música clásica es muy melódica, pero al mismo tiempo es muy intensa, sube y baja, sube y baja. Eso me gusta para pintar”, dice Mael. En sus ídolos no hay ni Justin Bieber ni Lady Gaga, para él su admiración e inspiración recae en los fallecidos artistas abstractos Joan Miró y  Vasili Kandinski.

No ha tomado muchas clases de pintura, ni tampoco pretende estudiar arte o pintura cuando llegue a la etapa universitaria. “No me gusta la escuela. Yo pienso que a los 18 años cuando se sale del colegio ya es suficiente Además la mayoría de los famosos pintores no fueron a la universidad”.

Conforme crece Mael, considera que instintivamente sus obras van mejorando, y con la experiencia y madurez ha empezado a dejar un poco los pinceles; ahora utiliza herramientas como espátulas, esponjas, además de incorporar materiales y objetos en sus trabajos.

Aunque no es muy amante de que lo miren pintar, me dejó ver cómo terminaba uno de sus trabajos. Su técnica es tan desarrollada, que cualquiera podría pensar que el abstracción es un género sencillo.

Los zapatos no son lo suyo, ni tampoco la ropa, por lo que es común que Mael pinte solo con una pantaloneta manchada, que ya es como su uniforme. Cuando pinta, la serenidad que lo caracteriza, se transforma en explosiones de colores.

Para su madre, su hijo más allá de artista es su maestro de vida, pues en ocasiones le ha dado grandes lecciones; sin embargo, de las cosas que más le admira es su transparencia como ser humano. “Mael sigue mucho sus emociones. Él si se siente bien es porque está en buen lugar y con buena gente. Si se siente mal, él inmediatamente quiere irse, entonces él sigue sus instintos y es lo que me gusta de él, que es lo más verdadero”, explicó.

“A veces cuando hablamos él me contesta cosas que para mí son mensajes de la vida, pero yo pienso que todos los niños son así, porque están puros y más aquí en Nosara con la vida que tiene, que está muy alejada de la ciudad”, agregó.

Mientras tanto Mael ya terminó el cuadro que pintaba. ¡Claro! Ordenó todo y lo guardó en su lugar y valoró que ese cuadro lo podría vender en su futura exposición. Aun no sabe el precio, pero es él quien decide los números de todas sus obras y ha llegado a vender cuadros hasta en $3.000 (millón y medio de colones).

Las colecciones son parte de sus pasatiempos. En su cuarto tienen una gran variedad de piedras, pokemones, bolas de Navidad y legos. Aquí junto a sus padres Thierry Von Der Weid y Martine Viellard.

El niño

Durante mi instancia en su estudio, olvidé que hablaba con un niño. Sus respuestas son cortas, pero a la vez son sensatas, al tiempo que es seguro de su trabajo artístico. No obstante, al visitar su habitación me transportó al lado infantil que aun guarda. Su cama es perfectamente bien tendida por él, además de estar decorada con osos de peluches de diferentes tamaños.

Las colecciones son parte de sus pasatiempos. En su cuarto tienen una gran variedad de piedras, pokemones, bolas de Navidad— de esas que hay moverlas para ver caer la nieve— y legos, que son su juguete favorito.

Como buen hijo único, aunque se le da muy bien socializar, gusta de tener sus espacios de soledad y privacidad, tanto para pintar como para jugar.

Aunque su firma no es igual en todos los cuadros, pues en algunas aparece enorme y en otros escondidas, el gran sello de Mael es la tranquilidad con la que lleva su vida, la serenidad con la que disfruta de su talento y la sencillez que comparte con sus iguales. Sin duda su habilidad es indiscutible, pero su máximo talento es la nobleza con la que se distingue. Para muestra un botón:

“¿Mael por qué cree usted que es buen pintor?”, pregunto.

“Porque las personas me lo dicen”, dice Mael entre risas.

Cada vez que pinta se cubre de pintura de pies a cabeza. Sus padres le compran la mejor calidad para evitar problemas de salud en el futuro.

 

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