Derechos Humanos, Especiales

La calle: un terreno “de todos”, pero hostil para las mujeres

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Cristel estaba agotada tras terminar su jornada laboral, pero aún le esperaban cuatro horas de viaje desde San José hasta Cañas, donde vive su familia. Quería dormir apenas el bus saliera de la parada, pero su plan no salió como quería. 

“Me tocó sentarme al lado de un sujeto”, recuerda Cristel de aquel viaje aterrorizador en Junio de 2019.

El sujeto a su lado le hablaba constantemente. Sus respuestas siempre fueron amables aunque ella no tenía la intención de mantener la conversación. Aún cuando la interacción terminó, Cristel notó que el tipo no le quitaba la mirada.

“Yo volteé mi cara hacia el pasillo, me puse un abrigo que llevaba e intenté dormir de nuevo. El hombre entonces aprovechó y metió su mano muy cerca de mi vulva”, cuenta Cristel. 

Esa fue una de las múltiples veces que Cristel, de 25 años, ha sido violentada sexualmente en los espacios públicos. En otra ocasión cuando caminaba hacia la universidad un hombre bajó la ventana del carro y se masturbó. Desde silbidos y gestos obscenos, hasta exhibiciones y tocamientos: el acoso callejero es una realidad que viven las mujeres a diario.

112 mujeres en Costa Rica denunciaron acoso sexual callejero durante el segundo semestre del 2020, tras la entrada en vigencia de la ley de acoso callejero en julio de ese año. Dos de las denuncias fueron interpuestas por mujeres en Guanacaste: una de ellas por un hombre masturbándose en Playas del Coco

La ley penaliza con hasta tres años de prisión a las y los acosadores callejeros. 

El bajo número de denuncias en las estadísticas judiciales no refleja la realidad. De acuerdo al expediente de la Asamblea Legislativa, con el que se creó la ley, muchas mujeres no señalan jurídicamente estos actos por el miedo que sienten respecto a sus agresores o porque consideran que el sistema judicial no pueda hacer algo por ellas.

La realidad no es única de Costa Rica. El acoso sexual es el principal riesgo de seguridad que enfrentan las niñas y las mujeres en todo el mundo, según más de 21.000 testimonios de mujeres plasmados en el informe “(In)seguras en las ciudades” de la organización Plan Internacional. 

La afectación psicológica y la disminución de la seguridad en el espacio público son consecuencias directas de este tipo de violencia. La calle se convierte para las mujeres en un espacio hostil, donde viven con miedo de sufrir desde agresiones verbales hasta violencia física. 

Inseguridad y daños sicológicos

Sola y fuera de mi casa no hay manera en la que me sienta totalmente segura. La angustia se ha vuelto algo habitual. Las situaciones que he vivido en los espacios públicos me hicieron ver lo vulnerables que somos como mujeres ante los depredadores que están allá afuera”, cuenta Cristel.

Ha tenido que maniobrar para esquivar los abusos: restringe los lugares por los que va a pasar e incluso crea un mapa mental en el que localizan zonas seguras y las zonas prohibidas. 

 Las secuelas emocionales la impactan incluso en el espacio privado.

“Este año me pasé a vivir totalmente sola por primera vez y las primeras noches no podía dormir porque sentía un miedo terrible de que algo me pasara”, relata.

La Directora Ejecutiva de la Asociacion Ciudadana Acceder Laura Valenciano explica que el acoso callejero genera consecuencias más allá de lo que sucede en el espacio público. 

A veces creemos que el problema del acoso sexual callejero es solamente en el acto. Cuando en realidad es una práctica tan prolongada que viene modificando o incluso limitando el derecho a la ciudad, a la libertad de tránsito”, añade Valenciano.

Si bien es cierto que algunas de las manifestaciones de acoso son más visibles que otras, todas tienen el común denominador de ejercer control sobre las mujeres, sus cuerpos, su libertad y sexualidad.

Además, el acoso sexual en los espacios públicos puede ser —como en el caso de Cristel en el bus— precursor de otro tipo de abuso de mayor gravedad, como la violencia física, tocamientos, abuso sexual e incluso de violación.

Por eso Valenciano ve en la denuncia una herramienta clave para combatir el acoso sexual callejero: permite que el delito no quede impune y que cada vez haya un mayor reflejo de la realidad. 

Vivir sin ser parte del paisaje

Cristel denunció lo que vivió en el bus llamando al 911. La policía detuvo el bus y al sujeto lo llevaron a la delegación de Las Juntas de Abangares.

Para llevar el caso a juicio ella necesitaba testigos. “Mi palabra y lo que viví no tenía mucho peso sin ellos” añade Cristel, quien entonces decidió no dar seguimiento al caso.

Antes de que entrara en vigencia la ley era muy difícil perseguir a los perpetuadores,  comenta Valenciano. “Esto hacía que la justicia fuera inalcanzable”, resalta. 

Antes de la normativa, los casos de acoso sexual callejero se entendían como conflictos menores que causan daños leves. Para sancionar este tipo de conductas los afectados tenían que identificar al perpetrador con nombres y apellidos. Además, debían proporcionar testigos de lo sucedido.

Estos requerimientos complicaron la demostración de las injusticias contra las mujeres en las calles y alargaron los procesos de denuncia. 

Para Valenciano ​​la aprobación de la Ley contra el acoso materializa una lucha que permite a las mujeres tener un instrumento adicional para desarrollar sus proyectos de vida sin ser violentadas y de manera libre

El paso de que estas conductas ahora se miren ya no como una contravención [conflicto menor que causa daños leves], sino como un delito es importante en la creación de una conciencia colectiva para hacer de nuestras calles un lugar más seguro”, considera.

Una mirada hacia el cambio 

Cristel considera que vivir en condiciones dignas e igualitarias significa que todas las personas debemos ser tratadas como seres humanos y verse así más allá del género.

El acoso sexual callejero es solamente un tipo de violencia que es síntoma de algo mucho mayor: el patriarcado, que dicta cómo se distribuye el poder entre los sexos en nuestra sociedad.

“Si bien venimos diciendo que [el acoso sexual callejero] se trata de algo culturalmente aceptado, un poco en la modificación de esas culturas, tiene que ver con los espacios formativos en los cuales nos encontramos”, resalta Valenciano.

Especialmente la educación basada en derechos humanos y con un enfoque de género, para que no pensemos que el acoso sexual es algo natural y algo positivo nunca más” enfatiza la experta.

Para Cristel, hablar sobre lo que le ocurrió y le continúa ocurriendo a ella y a cientos de mujeres es necesario para apostar a que nadie más se atreva a violentar de esa forma. 

“Solamente concientizando a la sociedad las mujeres podrán salir de sus casas sin tener que preocuparse por su integridad física y emocional”, cree Cristel. 

Nota del periodista: Cristel prefirió ocultar su apellido para proteger su identidad.

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