En la casa hablamos de cuestiones de salud con frecuencia, nos enseñan a cuidar nuestra piel, lo que comemos, a hacer deporte, etc., pero de la intimidad no. Los genitales y lo que hacemos con ellos no es tema de sobremesa familiar.
Por eso, le preguntamos a varios guanacastecos de diferente género, edad y orientación sexual, cómo había sido su primera vez. Quisimos saber cómo han cambiado estas experiencias a través de los años y comprobar si efectivamente ha mejorado la forma en la que hablamos de sexo en nuestros hogares.
Nos dimos cuenta de que, aunque hablar de sexo con una mujer de 70 años es muy diferente a hablarlo con un muchacho de 26, las miradas esquivas, las risas nerviosas y los eufemismos son parte del menú siempre, sin importar la edad.
Me hubiera encantado poner nombres propios y rostros en los relatos, pero por la naturaleza del tema, los participantes prefirieron el anonimato.
C. Hombre 46 años.
“Yo tenía 16 años y ella 20. Habíamos salido en grupo pero ni siquiera nos habíamos besado.
Un día me dijo: “Vos, fijate que tengo un problema: el doctor dice que no puedo tener hijos y necesito hacer una prueba”. Yo le dije que si era necesario, que yo con mucho gusto. La invité a mi casa un martes que yo quedaba solo. Entramos a mi cuarto, apagamos la luz, se acostó en la cama y me dijo: “ya, súbase”. Yo estaba nerviosísimo pensando en que alguien iba a llegar. Al principio, yo pensaba que lo estaba haciendo bien pero ella me corrigió. Duramos menos de un minuto. Y cuchuflún. Ella se quedó medio decepcionada, se levantó y se fue. Cuando se fue, se me ocurrió pensar que la prueba podía salir mal. No me protegí. Pasé toda una semana pensando en eso y, cuando la volví a ver, me dijo que efectivamente no podía tener hijos. Yo me quedé con esa duda de si lo de la prueba fue un cuento o si era verdad. Mis papás nunca me hablaron de eso, eran señores mayores y serios. Todo lo aprendí viendo películas y el programa de Porcel, pero todo eso, a la hora de la hora, no sirve de nada”.
D. Mujer 70, años.
«En aquella época eso era un tabú. Mi madre no me habló de sexo nunca. Yo medio sabía por lo que hablábamos con las compañeras en el colegio. Yo tenía novio pero en casa no sabían. Él tenía 24 y yo 20. Para irlo a ver a la finca de la familia de él, le mentía a mi mamá. Él mandaba a un peón a caballo por mí, me llevaba largo, como preparando terreno, el bandido. Y viera qué susto, eso no deja de impresionarlo a uno: fue en una ronda con un caballo y yo con aquella congoja. Me asusté, pero me gustó. Yo no quería que fuera ahí, en ese lugar. Pero, ¿dónde más íbamos a ir?
Mis amigas me decían: “no dejés que te arrime la capulina, porque te lleva entre las patas ese condenado”. Ligerito quedé embarazada. Nos casamos a escondidas de mi familia porque no sabían, no costó convencerlo para que se casara porque la familia de él intervino. Semanas después de casarnos se volvió grosero y se murió el amor. Tuvimos dos hijos y nos separamos. Ahora tengo otro novio con quien vivo todo esto de una forma mucho más sana y bonita”.
T. Mujer 55, años.
“Yo tenía 13 años y una señora de Santa Cruz llegó al pueblo a buscar una muchacha para que le trabajara en la casa. A mí siempre me gustó ayudar a mis papás, porque éramos muchos y la carga era pesada. Mis papás me dijeron que si quería ir, pues que fuera.
Cuando tenía ya un mes de vivir en esa casa, el viejo asqueroso, el marido de la señora, se metió en mi cuarto. Yo he bloqueado mucho eso. Pero recuerdo que estaba dormida, que él me quitó la cobija y me tapó la boca con un trapo. Me violó.
Yo le pedía a Dios que amaneciera rápido. Hice la maleta y en la mañana le dije a la señora que me iba. La señora me preguntó que porqué y yo le conté. Ella mandó a llamar al señor y él lo negó todo. Me regresé al pueblo, no le conté a nadie porque no quería que me hicieran pasar vergüenza. Ya la segunda vez que lo hice, sí fue por amor.”
E. Hombre, 24 años.
“Vengo de una familia pequeña, católica y conservadora. Fui a un colegio de monjas, donde el sexo y el placer eran tabú. Recibí lo básico de educación sexual en la casa y escuela, pero las teorías heteronormativas no tenían que ver conmigo. Me gustaban los chicos y lo sabía. Cuando salí de Guanacaste fui a lugares donde podía conocer más chicos como yo. A los 20 años, salí de fiesta con amigos una noche. En la conversación salió el tema de que yo nunca había estado con alguien y un muchacho se ofreció a acabar con mi espera. Ahí había un hombre que se veía aceptable que además estaba dispuesto, y bueno… las oportunidades no se desaprovechan.
Puse en práctica lo que vi en escenas de películas que recordaba y me daba cuenta de que en la vida real no era tan sencillo, pero era emocionante e intenso. Pasé toda una semana pensando en él: en que tal vez nos habíamos enamorado. Después entendí que era algo casual”.
A. Mujer 46.
“Crecí en un hogar en el que cuando me hablaban de sexo era sobre precaución, sobre miedo, sobre cómo eso podría arruinarme la vida. Crecí con mucho miedo, pero con mucha curiosidad. Aunque tenía mis novios, no quería ser una fácil, quería darme a respetar. Todos esos juicios venían de lo que escuchaba de mi mamá, de mis hermanas, de mis primas y del colegio. El sexo era visto como algo de cuidado, como una amenaza.
Mi primera vez fue en la universidad. Cuando tenía 22 años tenía un novio con el que ya tenía algún tiempo de salir. Cuando decidimos tener relaciones, primero fuimos al ginecólogo porque quería que todo fuera muy seguro. Él vivía en unos apartamentos en los que todos los muchachos compartían un espacio con muchos camarotes, había un solo cuarto privado que se turnaban para llevar a las novias. Ese día entramos al famoso cuarto y yo me moría de la pena de que todos los muchachos me vieran. Estaba tan acongojada que no disfruté nada. Fui novia de él por ocho años y cuando una de mis hermanas se enteró de que estaba teniendo relaciones con él, me insultó, entonces le dí una bofetada.
Ahora pienso que yo no quiero que mi hija crezca con esos miedos. También pienso que nunca hubo nada de qué avergonzarme al salir de ese cuarto”.
D. Hombre 36 años.
“Crecí en un hogar con una super mamá. Mi papá era (y sigue siendo) muy machista y yo crecí separado de él. Mamá trabajaba tiempo completo, entonces nos daba tiempo de calidad pero poco. Del tema casi nunca se habló. Siento que me hizo falta tener un papá cerca, porque por el mismo machismo lo natural era que las chiquitas le preguntaran a las mamás y los chiquitos le preguntaran a los papás. Así que yo nunca pregunté.
Me concentré en el deporte y en estudiar. En eso no volví a pensar hasta en la universidad, cuando me di cuenta de que la vida real es un poco diferente a esa ilusión que yo tenía de que había una mujer ideal. A los 25 años me reencontré con una amiga del colegio que siempre me había gustado. Con ella había tenido algo en el cole y en la U salimos un par de veces. Con google completé la información que me faltaba y sucedió lo que tenía que suceder.
Yo no quería parecerme a mi papá y quería tener una relación que fuera para toda la vida. Era mi ilusión. Mis amigos eran machistas también entonces al escucharlos sobre cómo vivían su sexualidad yo sabía que yo no quería eso para mí. Cuando decidí que ya era el momento, me relajé y le quité la presión que le había puesto a todo el asunto. Con ella no tuve nada serio pero aún creo que hay una persona ideal para mí”.
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