Medio Ambiente

Así mueren los árboles más vulnerables de Guanacaste

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Al momento en que usted lea este artículo es muy probable que alguien más esté talando un árbol nativo de Guanacaste en riesgo o peligro de extinción, con permisos o sin ellos.

Los estudios del Instituto Tecnológico Costarricense (TEC) advierten las consecuencias de esta práctica desde el año 2000. Si especies como el cedro amargo, el ron ron, el cocobolo y el guanacaste blanco comienzan a disminuir, esto no solo afectará la supervivencia de otras plantas y animales, sino que las mismas especies se volverán menos atractivas comercialmente.

¿Cómo? La escasez de árboles de la misma especie termina por debilitar su calidad genética, lo que implica que perderán robustez, serán menos fértiles, menos frondosos y tendrán un crecimiento más lento, dependiendo de la especie. De esta forma, reducen también su valor económico.

El investigador e ingeniero forestal del TEC, Ruperto Quesada, le ha dado seguimiento a las especies que Guanacaste podría perder. De 13 que están en riesgo, según sus estudios, solo cinco tienen protección del Estado con una veda a la explotación comercial.

“Una especie puede desaparecer y nadie se da cuenta, pero lo que hay que considerar es el hábitat en general. Al perderse un árbol, se pierden todas las relaciones simbióticas que esa especie tenía. Si falta una especie, fallará la cadena alimentaria del hábitat.

El problema va más allá de la tala ilegal: la actividad humana pone en riesgo la supervivencia de muchas especies forestales con prácticas absolutamente comunes en la provincia como la ganadería, la agricultura, las quemas y los incendios forestales, pues reducen en mucho las posibilidades de que las poblaciones de árboles se regeneren.

Cuando se encienden los charrales, por ejemplo, se pierde la posibilidad de que ahí crezca un bosque secundario en el futuro. Algunas especies en peligro, como el cocobolo y el tempisque, necesitan un hábitat como este para poder reproducirse.

Así lo explican los expertos: al abandonar la ganadería o la agricultura, la tierra es recuperada por los matorrales y, posteriormente, por vegetación leñosa o bosque secundario. Esto actúa como protección para que las semillas de especies forestales más grandes puedan crecer.

“El bosque secundario inicia un proceso de sucesión que prepara el terreno para que lleguen esas especies”, explicó el ingeniero Quesada.

Peligro sin veda

Quesada estudió, entre el 2000 y el 2002, la escasez de especies cuya explotación comercial no estaba vedada por el Estado, pero cuya poca presencia en el campo denotaba una vulnerabilidad importante. Se enfocó en el guanacaste blanco, espavel, ron ron, cedro amargo, ceiba, cocobolo, guapinol y tempisque.

En junio del 2014 la Fuerza Pública decomisó 27 tucas de cocobolo, en la carretera de Quiriman hacia Nicoya.

El ingeniero forestal encontró que en Nicoya, Nandayure y Hojancha había una notable escasez de árboles gruesos de ron ron y que cada especie de su lista tenía menos de un árbol por cada tres hectáreas, el nivel establecido por el Estado para detener la explotación de una especie, tal y como indican los Principios, Criterios e Indicadores para el Manejo Forestal y la Certificación en Costa Rica.

¿Por qué no los han vedado entonces? Según el director del Área de Conservación Tempisque (ACT), Nelson Marín, los estudios para vedar la explotación de una especie los debe hacer el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) a nivel nacional. Es decir, el estudio de Quesada no es suficiente.

Cuestión de tamaño

La escasez del ron ron se debe a que la explotación comercial de madera afecta directamente a los árboles de mayor diámetro. Un metro cúbico de cocobolo puede costar más de $4.000 en los mercados asiáticos; entre más madera por árbol cortado, mejor.

Los árboles grandes son esenciales para la reproducción de cada especie, pues tienen mayor capacidad de reproducirse. “Si se llevan los árboles más grandes, se llevan sus semillas y se corta la cadena de crecimiento”, explicó el ingeniero vía telefónica.

Sin embargo, los permisos para talar árboles suelen ser rechazados en mayor medida para árboles jóvenes y de poco diámetro, comentó el director de la ACT, quien agregó que la explotación maderera es regulada por los permisos forestales.

Por más que la provincia recupere bosque —que ciertamente lo ha logrado— los árboles más vulnerables de Guanacaste tienen poco chance de sobrevivir o aumentar sus poblaciones si el Estado sigue permitiendo su explotación, opina Quesada.

Marín coincide con él y recalca que el Gobierno debe imponer más restricciones a las especies estudiadas por Quesada, debido a su poca presencia, su lento crecimiento y sus dificultades de reproducción.

Una tuca de Cocobolo puede oscilar entre ¢450000 y ¢90000 colones.

Otro ejemplo del mal manejo forestal y la tala ilegal es el cocobolo. Con precios al alza en el extranjero y una mayor corta ilegal, la presión aumenta.

“Un cocobolo necesita más de 300 años para alcanzar 50 cm de diámetro; su tasa de crecimiento es muy baja. Hay una presión enorme para su explotación y, si no se detiene, se llevará a la extinción. En el mismo camino está el ron ron y me atrevería a decir que también el guapinol y todas las maderas duras de los zapotillos”, detalló Quesada.

Marín confirmó que la corta de cocobolo se disparó desde el 2013 en la ACT, aunque aseguró que han reducido la cantidad de permisos para cortarlo por esta misma razón y que han tratado de capacitar al personal de aduanas para que identifiquen estas especies cuando se están traspasando de un país a otro ilegalmente.

No todo es negro. El panorama para el cocobolo podría mejorar si la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES) la declarara como una especie en riesgo en Costa Rica.

Esa autoridad científica está evaluando prohibir el comercio internacional de dicha madera, según confirmó la secretaria de la sede costarricense, Grace Wong, quien aseguró que el resultado estará listo en dos meses.

Mientras tanto, el tiempo corre en contra de las especies amenazadas si estas decisiones no llegan. “Las condiciones de sequía y escasez en la zona son consecuencia del uso poco inteligente de los recursos, y los árboles van incluidos”, dice el jerarca de la ACT, Nelson Marín.

Oasis o encierros

Usted podría cuestionar a este artículo: “¿Cuál es el problema de que haya menos árboles de un tipo específico en una finca? Hay muchas otras especies que no escasean. ¿Y para qué están las áreas de conservación del Estado, entonces?”

Es cierto: los árboles que se encuentran en las áreas protegidas tienen una clara ventaja de supervivencia. Sin embargo, estos oasis pueden convertirse en encierros donde las poblaciones se aíslan y fragmentan.

“Las zonas protegidas no garantizan la calidad genética de las especies en general. En realidad, estos son núcleos para reproducir hacia afuera y, por eso, es afuera donde hay que hacer una utilización óptima y eficiente para preservar a las especies”, le explica Nelson Marín.

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