Guiones de Nosara no siempre fue un paraíso semi-cosmopolita lleno de surfos, hoteles y restaurantes. Cuentan quienes la conocieron que, a principios de los 80s, había ya una pequeña comunidad de extranjeros establecida -de 30 a 60 familias dependiendo de la época del año- que no tenían bares ni sitios sociales para reunirse.
Sin embargo, cuando en 1984 el estadounidense Richard Buferd compró una casa en playa Guiones, esa falta de opciones estaba a punto de cambiar para siempre. Dos años más tarde, él y su pareja, Jan, abrieron un bar en la planta baja de la casa y le llamaron Gilded Iguana (Iguana dorada).
Desde el día uno, el bar fue y continúa siendo el lugar social más popular entre los extranjeros.
Arquitectura para siempre
En el piso de arriba, rodeado por un balcón, vivía Richard, quien dejó su natal Dallas, EEUU, en búsqueda de climas más agradables y del sonido del mar. Debajo de la casa había una cocina, un baño y varias mesas debajo de abanicos, rodeadas de plantas y árboles. En un costado, sobre una pared de piedras, vivía una iguana que siempre salía a tomar el sol y era el centro de atención. No era dorada, como lo afirmaba el nombre del bar, pero muchos aseguran que, cuando el sol la cubría, la iguana parecía de oro.
Más de tres décadas han pasado desde entonces y el Gilded es uno de esos edificios que, a pesar de haber sido remodelado, aún están en pie y que ayudan a contar la historia cosmopolita de Nosara.
El Gilded Iguana luce hoy muy diferente, pues pasó por una remodelación completa en el 2017. Sin embargo, el arquitecto estadounidense Peter Kelly, quien visita el pueblo desde 1990, afirma que mantiene su estructura original .
“Mantiene los grandes elementos del pasado modernizados al estilo del siglo XXI”, explica Kelly.
La casa original del Gilded Iguana data de 1974 y es obra del estadounidense Merrit Conway, uno de los primeros constructores de Nosara. Su oficio representaba un desafío enorme en aquel momento, pues los materiales de construcción y la maquinaría que debían llegar hasta esta comunidad dependían del ferry que salía de Puntarenas y de que las mareas del océano se portaran bien y dejaran cargar y descargar.
Para Kelly, la arquitectura de las casas de Conway tenían un sello particular. “Sus casas eran construidas de la forma guanacasteca tradicional, sobre columnas. De esta forma se evitaba la presencia de animales e insectos en el piso y los propietarios no tenían que preocuparse por inundaciones. Además, la zona donde está el hotel era originalmente pantanosa por lo tanto tenía sentido construir en el aire”, cuenta el arquitecto.
“Otra característica de las construcción del Gilded Iguana era la ventilación pasiva gracias al uso de ventanas de persianas que permitía que circulara gran cantidad de aire de forma eficiente. No tener aire acondicionado significa que dependes de la ventilación pasiva”, continúa Kelly.
Mucho más que un bar
Hoy no hay persona que visite o viva en Nosara que no haya pasado por los famosos “martes de música” del Gilded Iguana. Sin embargo, el bar y su edificio tienen más para ofrecer en su historia que una noche de música en vivo.
La nosareña Marta Montiel, de 47 años, fue de las primeras en trabajar en el restaurante cuando abrió a finales de los 80. “Yo tenía 15 años cuando comencé a trabajar para ellos. Ayudaba en la cocina y limpiando mesas. Eran como mi familia”, dice Montiel.
Cuenta que al principio, el menú era muy pequeño, de unas cuantas comidas nada más: tacos, nachos, chilli y una ensalada de atún especial que preparaba Richard. Pero la gente, más que a comer, iba a saborear el trago de la casa, el “Black Panther” (la pantera negra), una margarita hecha con naranjas rojas y tequila.
El lugar donde está ubicado era clave para esa época, justo en el centro del barrio.
Su espacio abierto era ideal para que la gente se reuniera a conversar o a jugar al “bridge”, un tipo de juego de cartas que era el pasatiempo preferido de los residentes extranjeros. Sentarse en las mesas, entre columnas y debajo de la casa de Richard, los protegía del sol como si fuera un refugio.
“Al ser un espacio abierto, uno puede escuchar, ver y oler el exterior, todos tus sentidos están abiertos. Es como si el edificio respirara”, explica Kelly.
No sólo era un lugar de reunión sino también el sitio para comunicarse con el mundo exterior. A finales de los 80s no habían líneas de teléfono en las casas, entonces los residentes usaban las radios de baja frecuencia. A medida que fueron pasando los años y la década de 1990 se asomaba, las radios eran reemplazadas por teléfonos de líneas fijas.
Pero como eran pocos quienes podían pagar el elevado costo de teléfono, el restaurante ofrecía a sus clientes usar el suyo en calidad de alquiler: el cliente tenía que escribir el número de teléfono al que iba a llamar, tomar el tiempo de la llamada con un cronómetro que tenían Jan y Richard y pagar en colones el tiempo de la llamada.
Años más tarde, cuando un cliente que llamó a Alemania no pagó su cuenta, el Gilded suspendió el servicio de alquiler y le solicitó un teléfono público al ICE. Allí, frente al restaurante, se instaló el que fue el primer teléfono público en Playa Guiones.
Nuevos dueños, mismo espíritu
Cuando Richard Buferd murió a mediados de los 90s, su esposa Jan decidió que no quería mantener el restaurante sola y lo puso a la venta.
“Jan nos preguntó a mí y a Chiqui si queríamos comprarlo porque ya estaba lista para jubilarse y poner el negocio a la venta. Yo le expliqué que no podíamos costearlo, pero que íbamos a buscar alguien que sí pudiera. Y encontramos dos buenos amigos”, cuenta Patty Doe Yaniz, residente extranjera que ya tenía varios años de vivir en Nosara.
Para 1997, Patty, su esposo Chiqui y otros dos socios compraron el restaurante y un lote adyacente. Remodelaron las cuatro habitaciones que Richard y Jan tenían en un edificio contiguo a su casa para recibir a familiares y amigos, y transformaron el piso superior de la casa, donde Jan y y Richard vivían, para tener dos habitaciones.
“También compramos el lote adyacente y agregamos una piscina y seis habitaciones que tenían aire acondicionado”, dice Patty.
“Con Richard, el restaurante era pequeño, era para la gente que vivía acá y para los visitantes. Pero con Patty teníamos cabinas y clientes que se quedaban semanas. Entonces construyeron más cabinas y nos la pasábamos ocupados, también llegaban jóvenes”, cuenta Marta Montiel, quien para la década de los 90 ya llevaba una década trabajando en el Gilded.
En el 2014 y luego de 18 años de dirigir el ahora hotel y bar, Patty y sus socios decidieron que ya era tiempo de disfrutar de la paz y tranquilidad de Nosara y vender el hotel y restaurante.
Cuando en el 2017 sus nuevos dueños decidieron remodelar el edificio, cambiaron muchas cosas, pero no su esencia. Los pilares originales que una vez sostenían el hogar de Richard y Jan ya no están y en su lugar hay otros pilares, tal vez más modernos, elegantes y brillantes, pero que mantienen su espíritu arquitectónico.
La iguana dorada tampoco está, pero quedó en el recuerdo de sus admiradores.
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