Medio Ambiente, Opinión

El bosque en Guanacaste donde nace el agua.

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Colgamos a unos veinte metros del suelo. El viento mueve permanentemente el tronco del árbol del que colgamos y las ramas emiten un sordo gemido cediendo al movimiento.

Tengo experiencia trabajando en alturas, pero los árboles son otra cosa. Están vivos y reaccionan al entorno. Estos árboles poblados de epífitas y musgos, son como un bosque sobre el bosque. Un lugar protegido por la altura al que pocas veces se tiene acceso.

Las epífitas son plantas que crecen sobre otras plantas, pero sin parasitar en términos nutricionales a la que sirve de soporte. Dicho más claro: se desarrollan sobre otras especies vegetales, pero no se alimentan de ellas.

No asociamos Guanacaste con el bosque nuboso, pero estamos dentro de los límites de la provincia, en un entorno que nada tiene que ver con la pampa y el bosque seco. Aquí, en las tierras altas entre Abangares y Tilarán, la doctora Sybil Gotsch (Universidad de Kentucky) realiza un experimento para comprender las relaciones entre las epífitas, los árboles que las hospedan y el ciclo del agua. 

Mi papel es meramente documental, estoy realizando fotografía y video sobre los diferentes procesos de la investigación. Trabajamos con fondos de la National Science Foundation de los Estados Unidos, así como con el apoyo de varias universidades. La doctora Gotsch considera fundamental realizar materiales que permitan comunicar el alcance del experimento.

Operaciones de instalación y funcionamiento de sensores.Foto: José Pablo Porras Monge

Damos seguimiento a un total de veinte árboles, algunos en zonas de pasto, otros en el bosque. La mitad de ellos son sujetos de control que no han sufrido mayor intervención fuera de la colocación de sensores, los diez restantes han sido despojados de las capas de epífitas que cubrían sus ramas.

La intención es comprender qué efecto puede tener en los árboles del bosque nuboso una eventual desaparición de especies de epífitas, producto de los cambios en el clima. Esto implica comprender muchas interrelaciones que a veces no tenemos tan claras, desde la importancia real de las epífitas, hasta las razones por las que tenemos sequía en las montañas.

Lo primero es desmitificar estas plantas. Muchas personas hemos crecido con la idea de que crecen sobre los árboles por fuerza parásitas, e incluso hay quienes suponen que mantener los árboles libres de líquenes y musgos es una forma de garantizar su salud. La realidad es que existen varias formas de convivencia entre los árboles y sus huéspedes, que pasan incluso por el mutualismo.

Lo segundo, es comprender a profundidad el ciclo del agua. La doctora Gotsch me explica que el bosque nuboso puede entenderse como una esponja. 

Aquí la dinámica es mucho más lenta que en la bajura. Los componentes orgánicos que caen al suelo tardan más en descomponerse, aumentando la capacidad de los suelos de absorber agua. A esto se le suma que las epífitas aumentan la biomasa del bosque, ayudando a captar más agua, que termina por acumularse en el suelo.

Todo esto implica que el recurso hídrico comienza en las montañas. Ahí el agua capturada alimenta a las quebradas. En ausencia de bosque, el agua correría directamente a los ríos, y de ahí al mar. No existiría almacenamiento de reserva, como ocurre normalmente.

La hipótesis de esta investigación en lo alto de estos colosos del bosque es que sin epífitas perdemos una importante capacidad de almacenamiento del agua. Desaparece nuestra cuenta de ahorro del recurso hídrico, por decir una metáfora.

Para eso hemos instalado diferentes aparatos en los árboles de estudio, sensores de transpiración y flujo de savia en el tronco y de temperatura y humedad en las alfombras de epífitas. También mini estaciones meteorológicas en la copa de los árboles, para medir humedad relativa, radiación solar y velocidad del viento, entre otros factores.

Los miembros del equipo de investigación deben izar todo el material con cuerdas para instalar los diferentes sensores.Foto: José Pablo Porras Monge

Diferentes sensores y sistemas de recolección de datos instalados en lo alto de un árbol.Foto: José Pablo Porras Monge

Los efectos que se esperan registrar van desde una variación de la humedad en el suelo bajo el árbol, hasta aumento de la velocidad del viento, debido a que las epífitas podrían funcionar como cortavientos e incluso dar solidez estructural al árbol.

La doctora Gotsch me explica esto con más detalle: 

Hay una idea arraigada de que las epifitas son malas para el árbol. Hemos descubierto que muchas veces la mitad de la estructura de un árbol ha estado compuesta por epífitas. Esto implica algún tipo de relación estructural”.

En esa misma línea, el equipo de investigación espera comprobar que las epífitas cumplen un rol positivo para el árbol, ayudando a mantenerlo fresco acumulando humedad e incluso aportando nutrientes al suelo.  

¿Podrían incluso ayudar al árbol en situaciones de estrés? 

La doctora Gotsch me comenta de casos documentados en el desierto de Atacama, donde se ha visto esta relación entre cierto tipo de cactus y estas plantas. La posibilidad de que esto ocurra en el bosque nuboso está por verse.

Aquí, colgado de una cuerda compruebo de primera mano lo que se intuye desde el suelo: las epífitas constituyen literalmente un jardín colgante. Sería extraño que no haya un aporte significativo de estos sistemas a la captura de agua que hace el bosque.

El problema es que hablamos de sistemas sumamente delicados. El “suelo” sobre el que crecen las epífitas, en lo alto, es una composición de materia orgánica y escaso componente mineral. Incluso se debate si debe considerarse “suelo”. Son gruesas alfombras de raíces, hojas y partículas de tierra que lleva el viento.

El arborista costarricense Keylor Muñoz instala una micro estación climática.Foto: José Pablo Porras Monge

La doctora Sybil Gotsch trabajando en lo alto del follaje.Foto: José Pablo Porras Monge

En los años noventa en esta misma área de estudio, la doctora Nalini Nadkarni removió fragmentos de estas alfombras para conocer su velocidad de recuperación. Casi treinta años después, no se han restablecido del todo.

Esto es preocupante. Al día de hoy tenemos la certeza del cambio en las temperaturas y procesos climáticos del planeta, esto implica que el bosque va a cambiar también, afectando directamente la capacidad de captar agua en el suelo y por lo tanto la disponibilidad del recurso hídrico.

¿Es posible compensar estos cambios?

La doctora Gotsch no se muestra pesimista, cree que podemos enfocar nuestros esfuerzos en tener más bosque y proteger los que tenemos y hacer un manejo responsable de la ganadería. Esto último, de la mano de una diversificación económica para las zonas que tradicionalmente  han dependido de esta actividad, así como de monocultivos.

Me siento sobre mi harnes y me dejo arrullar por el viento. Hace muchos años, mientras caminaba por otro bosque nuboso, mi pareja señaló que los árboles entre la niebla parecían bailarines sosteniendo una posición. Hoy me siento danzando entre las ramas de estos gigantes. A veces me parece escuchar el susurro de la vida vegetal que da forma a este reino de las alturas. 

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José Pablo Porras Monge es fotógrafo, director de cine documental y escritor radicado en La Sierra de Abangares. Si te interesa dar seguimiento a la investigación podes visitar: www.sybilgotsch.com. También podés ver más imágenes y leer algunas reflexiones personales en ImágenesHumanas.com

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