Derechos Humanos, Santa Cruz

Brasilito: la comunidad con estudiantes que no conocen la escuela

Nubia Vázquez y sus hijos Ezequiel (9) y Meylin (7) estudian en la casa donde alquilan. “Ellos no se conectan [a clases virtuales] porque yo internet no tengo”, relata Nubia. “Me dan así las hojas y yo hago lo que puedo con ellos porque yo no entiendo bien las clases, a como puedo les ayudo a resolver”.
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Santiago se sienta en la parada de buses de Brasilito y en pleno calor de media mañana le confiesa a su abuela una idea que tiene fijada en la mente: quiere que toda la familia se vaya a vivir a La Garita Vieja. 

La Garita Vieja es un pueblo a ocho kilómetros de Brasilito, ambos en el cantón de Santa Cruz, Guanacaste. 

Esta no es la primera vez que el niño sale con esta idea, dice su abuela, Ramona Rodríguez. “Es que ahí sí hay escuela, ¡y él tiene unas ganas de estudiar!”, entona la abuela como quien sabe que el niño sueña con algo imposible. 

Santiago nació en el 2012, el mismo año en que el terremoto de Sámara le arrebató la escuela a la comunidad. Dicho en otras palabras, Santiago tiene 10 años, los mismos que tiene Brasilito sin escuela. 

A pesar del paso del tiempo, el Ministerio de Educación Pública (MEP) ha sido incapaz de regresárselas. Por eso, él y cerca de 200 niños y niñas de esta comunidad costera no saben lo que es estudiar en una escuela, con aulas, pabellones y una pequeña cancha. Las últimas generaciones que sí conocieron escuela ya están por acabar el colegio. 

Tras casi dos años de pandemia, Brasilito fue el único centro educativo en Guanacaste que no regresó a las aulas en la semana del 17 de febrero. Así lo demostró una lista que el MEP compartió con este medio. 

Algunas familias lograron matricular a sus hijos e hijas en escuelas cercanas. Otras lo han intentado pero ya no hay cupo. La gran mayoría de estudiantes de primaria de Brasilito siguen en sus casas. 

Por las características socioeconómicas de la comunidad, no tienen ni la más remota posibilidad de escuchar a su maestra a través de la computadora: son familias de bajos recursos, algunas migrantes, papás y mamás que viven de lo que ganan en el día a día. La mamá de Santiago, por ejemplo, trabaja en una cafetería local y no tiene cómo llevarlo a otra escuela. 

Por eso, Santiago y Ramona fueron el día de reinicio de clases con una decena de vecinos más frente a la antigua escuela. Mientras miles de niños y niñas en todo el país volvían a las aulas, ellos pegaron carteles en las afueras del que un día fue el centro educativo para protestar y exigir una escuela de una vez por todas. 

Hoy, cuatro meses después de esa protesta, nada ha cambiado: las niñas y los niños continúan en sus casas sin una escuela donde aprender. El MEP ya empezó a construir unas aulas provisionales  que empezó a planear desde el año pasado. Pero la escuela se ve lejana. Según el Ministerio, aún están en «trámites» para empezar la construcción.

Cuando la escuela se dañó, la comunidad pronto supo que no podrían reconstruirla en el mismo lugar, porque está dentro de los 150 metros de zona marítimo terrestre. La paradoja es que es justo ahí donde estarán las aulas provisionales, que el MEP construye con el apoyo económico del hotel Reserva Conchal. 

Una década de… trámites

Si la comunidad todavía no tiene escuela, no es porque se han quedado de brazos cruzados. Las tres juntas educativas que ha tenido la comunidad desde el 2012 se han dedicado a trabajar por eso.

La primera junta educativa encontró un terreno de 12.500 metros cuadrados a menos de 100 metros del salón comunal del pueblo. Una tarea nada sencilla cuando no hay  recursos económicos y se está tan cerca de la zona marítimo terrestre, explica la expresidenta de la junta y madre de dos niños, Yahaira Castillo.

La junta en la que Castillo fue presidenta consiguió el terreno y la siguiente (en el 2019) lo compró por un monto simbólico de ¢11 millones, pero encontraron obstáculos que les impidió construir allí. Primero, el lote necesitaba un relleno y un sistema de alcantarillado para las aguas pluviales. Segundo, la Dirección de Infraestructura Educativa (DIEE) les pedía pasar por procesos que ella califica como largos y engorrosos. 

La DIEE siempre dice que es mala planificación de las juntas de educación, pero yo no entiendo. Nosotros trabajábamos bien, lo que pasa es que en la DIEE hay una lista de escuelas de emergencia y en esa lista quien sabe donde quedamos nosotros en la cola”, cuestiona Castillo. 

Las familias tampoco entienden por qué el MEP autorizó la compra si hicieron inspecciones y pudieron prever los inconvenientes del lote. 

La actual presidenta de la junta, Wendy Meneses, lo resume en una sola palabra: burocracia. Así de concreta. En una visita que hicimos a Brasilito en septiembre del 2021, nos contó su experiencia mientras nos iba mostrando los restos de la antigua escuela y el lugar donde generaciones de entre una y dos centenares de niños y niñas recibieron clases por varios años. 

Lo que un día fueron aulas, funcionan ahora como una bodega. Metieron ahí los pupitres, sillas, escritorios, ventiladores y absolutamente todo lo que equipaba al centro educativo. 

“Se ha tratado mucho para volver a tener la escuela de Brasilito, pero yo no sé qué espera el gobierno para agilizar el trámite. Es tanto rodeo”, dice Meneses mientras camina en el aula con pilas de pupitres.  

La Voz de Guanacaste solicitó desde febrero una entrevista al MEP para entender por qué no han resuelto la falta de escuela en Brasilito en toda una década. Explícitamente solicitamos una conversación con la persona encargada del DIEE o alguien del MEP que esté empapado/a de toda la situación que ha sucedido en Brasilito y que pueda explicar todo el contexto desde el 2015, cuando dejaron de utilizar la antigua escuela. 

El ministerio únicamente nos envió un audio de la directora de la DIEE, Catalina Salas, el 1ero de junio. 

“Se estaría esperando que en el segundo semestre de este año ya los niños retornen a la presencialidad mientras se construye el centro educativo nuevo”, dijo. Agregó que apenas están en la fase de diseño y que esperan lograr su «gestación a partir del 2024». 

Es una solución paliativa, pero que varias mamás creen que solucionaría un problema crítico, que es la educación a distancia. “Las aulas se hacen con el fin de la presencialidad, ya que muchos niños no tienen dispositivos para virtual”, dice Meneses, la presidenta de la junta. 

El lote que adquirió una de las juntas de educación pasada luce así cuando no lo han “chapeado”. El sábado 11 de junio le cortaron el monte. “Se corta dos veces al año, cada una por 180.000. Lo sacamos del presupuesto que manda el gobierno, limitado ahora que le quitó la plata a todas las escuelas”, relata la presidenta de la junta, Wendy Meneses. Foto: César Arroyo Castro

Los intentos 

Durante un tiempo luego del terremoto, los cerca de 200 niños y niñas se turnaban para recibir clases en dos aulas, las menos afectadas. Después, todo el centro educativo se trasladó al salón comunal, divididos solo por mamparas o paredes plegables que poco aislaban el sonido. Así, la enseñanza de las vocales del kínder se terminaba mezclando con las primeras funciones básicas de matemática de los de primaria. 

Mi hija me decía que qué calor y cómo le iba yo a contradecir sus quejas. Si uno iba a recogerla con ese calor de más de 30 grados e imagínesela tratando de recibir clases”, relata Meneses mientras nos abre el salón comunal. 

Con la pandemia, hasta esa última opción se enterró. Si regresaban al salón, no podían garantizar distanciamiento. Estudiantes y docentes  tendrían que compartir los únicos dos baños. Era una situación incompatible con las medidas sanitarias. 

En el salón comunal daban clases desde kínder hasta sexto de la escuela, turnados entre lecciones durante las mañanas y las tardes. Sus aulas estaban divididas con mamparas y compartían entre todos solo dos baños. Foto: César Arroyo Castro

En el salón comunal daban clases desde kínder hasta sexto de la escuela, turnados entre lecciones durante las mañanas y las tardes. Sus aulas eran divisiones con mamparas y compartían entre todos solo dos baños. 

Entonces ahora continúan estudiando a distancia con guías y con la poca virtualidad a la que algunas familias tienen acceso. Algunos niños van a una organización en la comunidad que les apoya educativamente

A Brasilito la habitan familias que se dedicaron mayoritariamente a actividades agropecuarias. En los últimos años, principalmente con la llegada en el 2011 del hotel de Reserva Conchal, la comunidad transicionó a un modelo turístico de pequeña escala: tours, sodas, pulperías y supermercados. Pero no es suficiente. 

De hecho, Conchal (ubicado en Brasilito) es uno de los pocos centros turísticos con menor Índice de Progreso Social que el cantón al que pertenece (65,6 por debajo de 73,3 en Santa Cruz), según la evaluación más reciente (2019) de 32 comunidades contempladas en el Plan Nacional de Turismo 2017-2021. 

A la falta de infraestructura educativa se suman otros males. Según el informe del IPS, los rubros más críticos en conchal son la intolerancia hacia a los migrantes, la violencia contra las mujeres, la trata de personas y la poca participación electoral. Hay algunas familias que sienten que, a cuestas, sí lograron apoyar educativamente a sus hijos e hijas con todas las responsabilidades que demanda la educación virtual. 

Es el caso de Sharon Urbina y su hija Nayuribe, una niña curiosa y apasionada por crear dibujos, pinturas, historias y hasta productos audiovisuales. 

Mi mamá puso internet y lo compartimos para que estén conectados”, cuenta Sharon en la sala de su casa, que está decorada con obras de arte suyas y de su hija.

“Eso sí, Nayuribe tiene asperger y se vuelve loca cuando se va el internet, porque quiere estar en sus clases».  Sharon lamenta lo que ve en la comunidad: niños que empezaron a trabajar con sus papás en la playa, vendiendo refrescos o haciendo tours. «Hay otros casos de niños que no tienen ni siquiera acceso, les mandan la guía, pero no avanzan”, agrega. 

Notas de la periodista:

  1. Este reportaje fue investigado durante varias semanas entre septiembre del 2021 y mayo del 2022. Nubia Vázquez y su familia ya no viven en Brasilito. Nayuribe ahora cursa sétimo grado en el colegio de Cartagena.
  2. Este texto fue actualizado el 11/06/2022 para indicar que el lote fue comprado en el 2019 y para eliminar una frase que decía que el terremoto «fulminó» el centro educativo, pues era impreciso utilizar ese verbo. 

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