Brasilito, el pueblo junto a Conchal que se niega a desaparecer
Como si fuese una estampita colocada por error en un catálogo de turismo de lujo, está Brasilito, una comunidad costera en el cantón de Santa Cruz, ubicada en el distrito de Cabo Velas. Un poblado de pescadores en el que residen unas 1.500 personas.
Brasilito es un típico pueblo rural, salvo porque queda justo entre dos importantes puntos de desarrollo turístico: playa Conchal y playa Flamingo.
“Está en el medio, como encerrado”, dice Sharon Urbina, que ha vivido con su familia desde siempre ahí, a la orilla del mar.
Sharon sale de su casa en barrio Los Ángeles, en la Zona Marítimo Terrestre, y nos guía hasta el sitio en que las pilas metálicas colocadas en el 2018 impiden el paso a los vehículos.
Del otro lado de esas vallas se encuentra playa Conchal y ahí, la Reserva Conchal, un complejo de hotel y residencias para turistas donde el precio por una noche en habitación “con vistas espectaculares al mar” puede rondar el medio millón de colones. Es un área de refugio silvestre mixto (con una parte en manos privadas y otra a cargo del Estado).
Desde la instalación de esos tubos metálicos, para llegar hasta la playa Conchal hay dos posibilidades: hospedarse en el hotel de lujo o hacer una larga caminata por un terreno irregular.
Sharon es sonriente y conversadora. Ecologista nata. Emprendedora y vendedora de artesanías en ferias. Pescadora.
Camina con familiaridad a lo largo de la playa que es, de cierta forma, como el corredor de su casa. Criada en un pueblo de pescadores artesanales, se mantiene siempre atenta al mar. En cualquier momento puede haber señales de la llegada de jureles, unos peces de panza blanca. Si aparecen, todo el pueblo se lanzará a la orilla del mar, nos dice.
Cuando las sardinas son muchas, los jureles arremeten contra ellas con cabezazos. Mientras los peces están entretenidos comiendo a las sardinas, la gente aprovecha para tirarles señuelos y pescarlos”, explica Sharon con naturalidad.
Entre el viento inclemente, el ruido de las tenis pisando millones de conchas y la música de fondo que sale desde un bar cercano, apenas logramos escucharnos.
Llegamos hasta el sitio donde cinco años atrás la comunidad se manifestó en contra de la colocación de los palos metálicos, pero que luego un tribunal avaló. Sharon aclara que está a favor de que se impida a los carros meterse a la playa y de prohibir la contaminación, pero le preocupa el acceso para personas adultas mayores o la atención de una emergencia de bañistas que se encuentren en esa playa pero no se hospeden en el hotel.
Además, dice, le cuesta comprender que por un lado se hable de proteger el ambiente evitando el paso de vehículos, pero por otro se construya entre manglares y las construcciones se extiendan cada vez más. Sharon nos cuenta esto mientras seguimos caminando a lo largo de la playa de arena blanca donde vendedores ambulantes colocan sus toldos y nos observan turistas extranjeros que se hospedan en el lujoso complejo turístico.
En publicidad en Internet, el hotel W Costa Rica-Reserva Conchal se promociona como un “oasis moderno, escondido entre los manglares de Guanacaste”. Para proteger a ese tipo de ecosistemas, la legislación ordena que se mantenga un retiro de al menos 20 metros del manglar.
Sharon cuenta que años atrás, varias familias, incluyendo la suya, tenían sus casas más cerca del mar. Sin embargo, por ahí de los años 90, la municipalidad los desalojó por estar en la zona pública. Les prometieron una reubicación que no llegó y el pueblo se instaló unos metros más adentro, siempre en la ZMT.
Las presiones para que el pueblo desaparezca casi nunca han cesado, afirma Sharon. Aunque reconoce que ahora son menos agresivas que hace unos 20 o 30 años, cuando había un grupo de inversionistas españoles que marginaban a la comunidad, según su relato. Para ella, es evidente que continúan existiendo intereses para concesionar esa área a proyectos turísticos. “Es estar entre lo que se supone es el desarrollo y ser un pueblo que no debería estar acá”, expresa.
Pero Brasilito es una comunidad de resistencia, insiste ella.
Algunas de esas presiones son solapadas, según su criterio: reubicar el Ebáis, sacar la a policía, no ayudar a construir la escuela. Hacer más difícil la supervivencia de la comunidad que afronta cada vez precios más altos.
Grandes extensiones de terreno están en pocas manos y cobran precios exorbitantes de miles de dólares que una persona local no tiene. O alquileres de un cuartito de 7×6 metros, que vale ₡150.000”, se queja Sharon.
Las presiones no tienen un único punto de origen, según su percepción. Lo describe más como una maquinaria con elementos que se mueven hacia un mismo fin. “Primero, las políticas del país; después los que quieren invertir y después los que rigen la ley a nivel local, que sería la municipalidad. Es un conjunto de cosas que hacen esa presión en las comunidades”, sostiene.
La Voz de Guanacaste intentó conversar con el alcalde de Santa Cruz, Jorge Arturo Alfaro, sobre impacto del desarrollo turístico e inmobiliario en comunidades como Brasilito y otras de ese cantón, sin embargo, por medio de la secretaria, indicó tener una agenda ajustada y declinó una entrevista. También alegó que debía responder a un amparo que este medio interpuso por incumplimiento en la entrega de información pública.
Sharon repite una idea para que quede clara en esta publicación: no es que esté en contra del desarrollo que pueda generar oportunidades laborales y mejores condiciones de vida para la población.
“El problema es cuando llegan con ideas dictatoriales, o se arrasan grandes áreas de bosque, se deforestan grandes áreas de naturaleza y manglares, cuando se ejerce presión sobre el recurso hídrico. Eso lo hemos visto. ¡Estuvimos tomando agua con sal! No hay agua, hay que administrarla, y el agua para piscinas o canchas de golf, es un gran impacto. O cuando se ejerce presión por medios políticos para que la gente salga, cuando afectan el nombre de la comunidad diciendo que es gente mala o cierran accesos que eran para el disfrute de todos”.
La enumeración de Sharon es puntual, estudiada, analizada a lo largo de su vida como residente de Brasilito, una comunidad que se resiste a desaparecer.
Créditos
Investigación: Hulda Miranda
Fotografía: César Arroyo Castro
Edición: María Fernanda Cruz y Noelia Esquivel Solano
Diseño: Roberto Cruz
Coordinador de audiencias: Rubén F. Román
Traductora: Arianna Hernández
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