Si usted pregunta en Nambí por José Ángel Torres Díaz, probablemente nadie sepa quién es, pero si consulta en donde vive un tal Chango Cabuya, rapidito lo ubican.
En una ranchita, (como él mismo llama a su casa), que está casi cayéndose bajo la sombra de un palo de mango y otro de naranjo, a un costado de la carretera principal en Nambi, vive uno de esos personajes singulares que todavía el tiempo conserva inalterables en nuestra provincia.
Para muchos es un viejo ermitaño, cascarrabias y medio atarantado con sus ocurrencias. Sin embargo, en sus 67 años, sus manos han conocido lo duro del trabajo de campo, sobre todo en la agricultura, y experimentar en carne propia las carencias del diario vivir.
De barbas blancas como la cabuya— fibra que se extrae del árbol de Penca para hacer mecates—, Torres vive una vida tranquila y solitaria.
Usa un sombrero viejo, unas sandalias gastadas, camiseta de tirantes azul media rota y pantalones cortos desteñidos. Lo que muchos no saben es que detrás de esa imagen poco llamativa se esconde un corazón de poeta que compone y recita de memoria exclamaciones desde las más románticas y pícaras hasta las más jocosas e inverosímiles.
Aficionado a la conversa, José Ángel me dice que el apodo de Chango se lo puso uno de sus ocho hermanos, que de pequeño no podía decir bien su nombre completo por lo que no se complicaba y solo Chango le decía.
Y el de Cabuya se lo pusieron por trabajar tanto tiempo con la Penca, y sacar y hacer mecates para distintos usos.
Sin embargo, asegura que si alguien le dice Chango Cabuya y no es conocido, se molesta y le responde “La Tuya”.
Desconfiado por nuestra presencia, durante todo el tiempo de la entrevista Cabuya nos habla con su machete en la mano, pues todavía no cree que vaya a salir publicada su historia en el periódico. Además, me dice que en el pasado algunas personas lo han estafado y se han valido de su confianza para robarle.
No obstante, luego de asegurarse de nuestras intenciones se relaja un poco más y hasta nos muestra su casa y alrededores.
Cabuya desde adentro
Dentro de su hogar, el espacio es reducido y la luz escasa. Tiene guardadas media docena de bicicletas, las cuales fueron la garantía de algunos vecinos que no tenían dinero para comprar coyol y se las dejaron empeñadas.
Por las noches la oscuridad es total y se alumbra únicamente con el fuego de la cocina de leña.
No tiene televisión, solo un radio viejo de baterías el cual sintoniza todas las mañanas las rancheras de radio Sinfonola y Rocola— su programa favorito.
Acostumbrado a vivir solo, en las mañanas se levanta temprano a hacer su avena con pinol que acompaña con una tortilla o cuajada. No toma café y evita las cóleras porque le hacen daño debido a que padece de ataques epilépticos.
Debido a esto, todos los días tiene que tomarse tres medicamentos los cuales compra con una pensión modesta que le da la Caja. También vende escobas largas para limpiar el cielo raso en las casas.
Es aficionado a la lectura y guarda como un tesoro un ejemplar de un libro de poemas del santacruceño Inocente Gutiérrez, la Biblia, y el libro La Verdad que lleva a Vida Eterna. También tiene un librillo de medicina natural y curación con plantas y frutas que usa cuando la ve fea de salud.
Dentro de sus pasatiempos está recitar poemas. Uno de sus preferidos es el de cantautor mexicano Gerardo Reyes, titulado Verdades Amargas, que habla sobre las tristezas y contrariedades de la vida.
Otro de sus poemas es la fábula de los números y como el número uno y el número dos se fueron de viaje a la ciudad de los ceros y ambos tuvieron distintos resultados en sus aventuras.
Por ejemplo, en su viaje el número se hizo de muchos amigos y creció en popularidad y cantidad, mientras que el dos por su orgullo se quedó igual. (Ver poema al final).
“Aquí no viene nadie pariente”, me dice. Y me asegura que él se quedó señorito sin hijos, que él recuerde, y que las queridas que ha tenido lo han dejado por otros hombres con más plata.
No le gusta pensar en la muerte pero me dice que tampoco le tiene miedo. “Para qué voy a pensar en la muerte? Hay que pensar en la vida”, sonríe.
Fábula de los números En la ciudad de los ceros el uno y el dos entraron y, desde luego, trataron de medrar y hacer dineros. Pronto el uno hizo cosecha, pues a los ceros honraba con amistad muy estrecha y dándoles la derecha su valor así aumentaba. Pero el dos es de otra cuerda, ¡todo es orgullo maldito! y con táctica tan lerda los ceros pone a la izquierda y así no medraba un pito. En suma, el humilde uno llegó a hacerse millonario mientras el dos, importuno, por su orgullo cual ninguno, no pasó de un perdulario. El que es humilde más brilla, y el que se exalta se humilla hasta en la misma Aritmética. |
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