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Cocineras escolares, un pilar de la escondida Santa Cecilia

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En la mañana de un lunes de octubre, en medio de los polvazales que levantan los autobuses y los camiones repletos con piña en la calle principal de Santa Cecilia, en La Cruz, se asoman decenas de uniformes escolares y colegiales.

 

Algunos de esos niños caminan unos 3 km para llegar a la escuela más cercana, como es el caso de la escuela Los Ángeles. A todos ellos, un plato los despide al final de cada mañana o los saluda al inicio de cada tarde. Para muchos, esa puede ser la comida más balanceada del día.

 

Incrustado en medio de bosques y naranjales, Santa Cecilia es el distrito más pobre de Guanacaste. Se estima que hay incidencia de pobreza en 75% de las 1.536 familias radicadas en el distrito, según el Índice de Pobreza Multidimensional, diseñado con datos del Censo Nacional del 2011.

 

Marta lamenta que su cocina ha sufrido varios robos. Sus hijas le ayudan a comprar los abarrotes, pues ella no puede distinguir los precios en las etiquetas.

Allí, la cocinera de una escuela es clave para que vestir el uniforme y sentarse en las aulas no sean imposibles.

“El servicio de comedor viene a paliar las necesidades de alimentación que tienen las familias”, reconoció el supervisor de los centros educativos del distrito, Filemón Ponce.

 
Marta tiene 5 hijos y 11 nietos, todos residentes de Santa Cecilia. “Los niños de la escuela me recuerdan a mis nietos”, dice.
 

“Los niños están almorzando en la escuela y el gasto que eso implicaría puede invertirse en otra parte de la economía de la casa”, añadió Salvador Macotelo, director de la escuela Los Ángeles.

 

En total, en Santa Cecilia hay 198 estudiantes de preescolar, 938 estudiantes de primaria y 689 colegiales. Según Ponce, un 75% del estudiantado recibe becas del Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS) y del Fondo Nacional de Becas (FONABE), y la totalidad de los centros educativos tiene servicio de comedor.

 

El contrato de Yamileth abarca solo este año. En caso de no ser reelegida, intentará vender pan casero. Posiblemente pasaría a formar parte del 48% de hogares pobres que se sostiene con empleos independientes informales.
 

Nutrir más que la mente

 

Aquí una cocinera también es una educadora. En muchas ocasiones, ellas tienen el deber de ofrecer alimentos que los niños prueban muy poco –o que quizás no han probado nunca– en sus hogares.

 

“La verdura, los picadillos y las ensaladas son lo más difícil de servir. Creo que los chiquitos están acostumbrados a comer arroz, frijoles, salchichón, mortadela, queso, cuajada; lo que se les puede servir en la casa”, dijo Yamileth Peña, de 31 años, quien atiende el comedor de la escuela Argendora.

 

La hija de Yamileth, Nazareth, va a la pulpería por aceite para la cocina escolar durante el recreo. “Dependo de la pulpería mucho porque no me llegan proveedores hasta aquí”, dijo la cocinera.
 

“Yo me alegro cuando vienen los niños a comer. Es una responsabilidad grande, porque uno les enseña como una mamá”, comentó Marta Quintanilla, de 61 años de edad y que cocina para los 80 niños de Los Ángeles.

 

Entre los vasos, las ollas y los platos, hicimos espacio para una cámara. Al seguir a Yamileth y Marta, se hacen evidentes los sacrificios que acarrea su trabajo en un distrito rural y limitado económicamente como lo es Santa Cecilia. Aún así, ellas se enorgullecen de que sus platos sostengan a la comunidad.

 

El Ministerio de Educación (MEP) subsidia 31 platos diarios a la escuela Argendora, a ₡886 cada uno. Con ellos, debe cubrirse el costo de los alimentos y el servicio de la cocinera.

 

Cuando la cocinera no encuentra los ingredientes que necesita en Santa Cecilia, debe ir en autobús hasta La Cruz, a 40 km de Argendora.

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