Algunas cosas empiezan a hacerse sin dirección, pero reconociendo internamente la urgencia de hacerlas. Otras, desde el principio identifican su objetivo y direccionan toda la labor. Sin embargo, al crear un proceso artístico sobre migración y reconciliación identitaria cultural, local y comunitaria, debe cargarse de un nivel de conciencia diferente, pasado por la experiencia y la memoria.
Yo soy artista migrante. He vivido en Costa Rica durante ocho años. Además soy una mujer que migra, lo cual es diferente a un hombre que migra.
Muchas mujeres migrantes terminan siendo parte del servicio doméstico, sin garantías sociales, porque al no tener papeles no tienen opciones de trabajo. Me gustaría poner estadísticas, tener referencias, pero ahora solo me ronda en la cabeza la conversación que tuve con otras mujeres migrantes en una presentación que realicé en el precario Monte Alto (Concepción Abajo de Alajuelita).
Ellas manifestaban lo ilógico que es el sistema: es más fácil para una mujer en Costa Rica obtener la residencia casándose con un costarricense o teniendo un bebé que por otros medios, porque las trabas son muchas.
Desde allí, de mi experiencia, de lo que me cuentan mis amigos migrantes en Costa Rica, de escuchar a estas mujeres y otras historias cercanas, nació mi deseo de realizar un espectáculo sobre migración. Quería compartirlo tanto con personas migrantes como personas no migrantes que, al final de cuentas, conviven en zonas donde hay diferentes realidades migratorias.
Al principio, pensaba en llevar este espectáculo fuera de la Gran Área Metropolitana.
El año pasado empecé a descentralizar un poco el trabajo artístico que hago, porque me parece necesario y porque me he dado cuenta de que las dinámicas son diferentes, la gente recibe las propuestas de otra forma, se apoya en la organización local y colectiva. Pero no es fácil tampoco. Uno corre el riesgo de ser vista como una persona de afuera que viene, presenta y se va.
Por eso yo trato primero de conocer la comunidad, de hablar con sus líderes y preguntarles si creen que es necesario presentar estos cuentos allí.
Tenía en mente que la gira sería en la zona norte del país, en la provincia de Guanacaste, u otras zonas periféricas como Limón. Cuando contacté al Centro Municipal para Migrantes de La Cruz, supe que, realmente, si bien en los cantones fronterizos llegan migrantes, no siempre se quedan, porque las oportunidades laborales los llevan a otros lugares de Costa Rica.
Así fue que poco a poco amplié mi espectro, con el objetivo de ubicar zonas en donde se concentrara población migrante de todo tipo: nicaragüenses, venezolanos, colombianos, incluso personas costarricenses que han migrado dentro del mismo país.
Al mismo tiempo, llegó a mis manos una entrevista al investigador costarricense Carlos Sandoval. Me llamó la atención cuando menciona que la escuela de La Carpio es “la escuela binacional más grande de Costa Rica y quizás una de las más grandes de Centroamérica”.
Lo binacional es, al mismo tiempo, un término viejo y nuevo para mí. Yo nací en una comunidad fronteriza entre Ecuador y Perú. Recordé un puente binacional y mucha gente pasando de un lado a otro sin distinción, pero también el término tiene un significado más reciente desde mi comprensión adulta.
Que una escuela, o una región, se nombre como binacional implica la acogida desde el entendimiento de que se puede ser de dos partes y que estas tienen relación, es decir, niega la perspectiva yo en contraposición a los otros, donde los “otros” son raros, diferentes, peligrosos.
¿Pero cuál es la realidad de La Carpio? No lo iba a saber hasta que fuera allí y tuviera contacto con las niñas y niños de familias migrantes. Esto me hizo tomar consciencia de otra cosa: la importancia de visibilizar que también las personas menores de edad migran, en condiciones igual o más peligrosas que los adultos.
¿Cómo, contando cuentos, iba a poder abarcar eso? ¿Podía ser mi espectáculo, que nombré Cuentos entre pasillos, dirigirse a todas las edades, en comunidades diferentes?
Creo que esa ha sido mi principal pregunta. Si podía serlo y cómo.
Quería que el espectáculo se construyera a partir de las experiencias, pero sin una visión dolorosa, porque el dolor está implícito. La gente que migra no necesita que se lo recuerden.
Encontré que mi forma era exaltar los recuerdos, la casa familiar, el pueblo y sus personajes, la reconciliación con la tierra de la que uno migra. Quería que mi propuesta fuera diferente a las expresiones u obras artísticas que yo conocía.
Para mí, el camino que encontré fue contar un cuento donde los animales son forzados a abandonar su bosque, otro cuento que hablara de un personaje típico de una comunidad, otro sobre mi casa, e inclusive una retahíla sobre el lugar donde nací.
Desde mi punto de vista, las historias de migración no deberían abusar del estereotipo de historias sobre migrantes. Por supuesto que la migración es una realidad que estremece a cualquiera, pero creo que hay otras estrategias inteligentes para referirse a esta.
Probablemente porque lo abordo como cuentacuentos, no como socióloga, ni psicóloga, ni abogada, considero que hay una realidad que es muchas realidades a la vez, que puede ser dolorosa y causar alguna reacción desde el shock que se lleva el público, o bien, esperanzadora desde las sensaciones o la idea más simple.
A veces comenzaba preguntándole al público si habían visto los pájaros en el cielo volando juntos, especialmente pájaros que no son propios de Costa Rica, y eso era suficiente para hablar de migración sin hacerlo directamente.
Cuentos entre pasillos es el nombre del espectáculo, pero también lo veo como algo más extenso: un proyecto. En principio, consiste en una función de cuentacuentos acompañada de música por Yurguen Campos.
Este año gané una convocatoria de fondos culturales llamada Proartes, del Teatro Melico Salazar y el Ministerio de Cultura y Juventud, para llevarlo a ocho distritos con diferentes realidades migratorias, con cooperación de gestores y líderes comunales.
Las comunidades fueron: La Cruz (Guanacaste), Aguas Zarcas (Alajuela), La Carpio (San José), Puerto Jiménez (Puntarenas), Cuajiniquil (Guanacaste), Purral (San José), Concepción Abajo de Alajuelita y Alajuelita centro (San José), entre los meses de septiembre hasta principios de noviembre del presente año.
El límite entre Costa Rica y Nicaragua es una línea imaginaria de 309 kilómetros entre montañas, ríos y, sobre todo, comunidades acostumbradas a vivir como un solo pueblo, a compartir nombre y escuela, a intercambiar comercio y trabajadores. ¿Cómo es vivir en la nueva frontera dibujada por el COVID-19… y por el miedo?
Cuando menciono que a la vez es un proyecto, es porque quiero resaltar la enorme labor de contar con la gente, y no solo para la gente. Porque puede ser un espectáculo más contado para la gente, pero, si iba a llevarlo fuera de la GAM, quería involucrar activamente a las personas líderes comunitarias o entidades que ya tenían un proceso local.
Así fue que poco a poco pasé del contacto con el Centro Municipal para Migrantes en La Cruz, a CENDEROS (en la región norte y San José), Sifais en La Carpio, Fundación Keme en Alajuelita, la Red de Mujeres Nicaragüenses en Costa Rica, Coopeemprendedoras en Cuajiniquil, la ADI a cargo de lideresas de la zona, entre otras personas. Cada uno lleva un proceso alrededor de la migración o apoyan para que otras personas realicen estos acercamientos, como en el caso de la Embajada Española y PiOsa de la UCR.
Cuentos entre pasillos nació de muchas preguntas que me estaba planteando sobre la migración (de mi caso y seres cercanos). Después de tres años, pero especialmente luego de estos dos meses, tengo algunas certezas.
Mirella Espinoza Lama, ecuatoriana radicalizada en Costa Rica desde el 2014. Filóloga Española de la Universidad de Costa Rica. Cuentacuentos formada en el taller de Narrarte de la UCR y en diferentes talleres externos. Se enfoca en el trabajo comunitario y artístico a través de cuentos para todo público y talleres de creación de historias a través del juego. Organizó el grupo Círculo de Narradoras Orales en Costa Rica (proyecto en curso) y colabora actualmente con el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas (Sinabi), Costa Rica.
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