Los artículos de esta edición presentan un panorama alentador, por un lado, y otro bastante gris. El primero nos llena de orgullo: el mercado inmobiliario y de bienes raíces en la región comienza a resurgir, con cierta fuerza, después de la crisis financiera del 2008. No solo las costas más explotadas reactivan sus proyectos, sino que también crece la intención de invertir en comercios en los centros urbanos como Nicoya, Liberia y Santa Cruz.
Costa Rica vive una época de modesta bonanza con poca inflación (la vida ya no es cada vez más cara), patrocinada en parte por las decisiones de las autoridades financieras del país como el Banco Central y en parte por los bajos precios del petróleo.
Todo eso ha impactado positivamente a la región Chorotega, en la que cada vez hay menos pobreza y un menor desempleo.
Pero no todas son buenas noticias: al resurgir el mercado inmobiliario, también aumentan los precios -entre un 15 y un 45% dicen los analistas de bienes raíces- y, para un guanacasteco promedio, ser dueño de una propiedad cerca de la playa o con vista al mar es cada vez más difícil.
Veamos los datos: por una casa en alguna de las playas más famosas de Guanacaste, de unos 50 metros cuadrados, un costarricense tendría que invertir más de medio millón de colones por mes para pagar una hipoteca a 15 años. Hablamos de pedir un crédito al banco como el escenario promedio porque probablemente son pocos los ticos que tienen $150 mil dólares ahorrados en una cuenta bancaria.
Pagar esa hipoteca y a la vez los gastos diarios que deben enfrentar el grueso de las familias guanacastecas para alimentar, vestir, educar y transportarse, es insostenible: deberían llegar a percibir en conjunto más de 3 millones de colones mensuales. ¿Y quién es capaz de tener ingresos de ese nivel? Pocos, apenas el 20% de las familias más ricas de la zona, según datos obtenidos de la Encuesta Nacional de Hogares.
No hay duda de que es positivo que el mercado inmobiliario se reactive para que la economía comience a moverse e, idealmente, se generen empleos y se reduzca la pobreza. Sin embargo, frente a un mercado de bienes raíces cada vez más competitivo, es inevitable que la expansión llegue a otras zonas como Esperanza o Pelada desde Guiones, en el caso de Nosara, o Cabo Velas desde Tamarindo, en Santa Cruz.
Los guanacastecos, el Gobierno y los empresarios y desarrolladores debemos ser claros y estar comprometidos en dos aspectos fundamentales: nuestro acceso real a las mieles de la reactivación económica mediante puestos de trabajo bien remunerados, y la explotación de los recursos de manera sostenible.
Empecemos por ordenar: cada vez es más necesario que las municipalidades tengan un plan regulador para sus zonas costeras. Respetar los espacios residenciales, comerciales y, sobre todo, de protección de la naturaleza, es un deber de todos, pero sobre todo de los gobiernos locales.
También es necesaria una reglamentación mucho más clara y mucho más firme en el manejo de los recursos hídricos, cuya sobreexplotación es un riesgo latente, dada la demanda en expansión. No nos podemos quedar sentados esperando a que las mieles de esa explotación (y todas sus aguas negras) se derramen sobre nosotros.
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