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Editorial: El botadero de Nosara no es solo un problema ambiental, es un problema humano

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Ya son cuatro años esperando a que la Municipalidad de Nicoya cumpla con llevarse la basura de Nosara. Los esfuerzos de la comunidad, especialmente de la ONG Nosara Recicla, no son suficientes para solucionar el problema. El mayor esfuerzo lo hacen las 18 personas que viven dentro del botadero y que previenen que la basura se devore todo a su alrededor. Abren las bolsas, escarban y sacan de allí lo que todavía puede salvarse para vender, para usar o para reciclar. Catorce de ellos incluso viven allí mismo. Son los últimos eslabones de la cadena de negligencias que ha convertido al botadero en el problema más apremiante de Nosara durante ya cinco años.

Sin embargo, cuando la municipalidad y los vecinos hablan de la basura, casi siempre lo abordan desde una perspectiva ambiental. Hablan de los líquidos peligrosos que se filtran al suelo, de las quebradas cercanas llenas de bolsas plásticas, de que la basura ya se está desbordando pero, ¿quién habla de los seres humanos que se encargan de separar los residuos y recuperar el material reciclable?

La solución a este problema no puede solo enfocarse en el desastre ambiental que está generando sino en todo el entramado social que se ha tejido alrededor del botadero y en cómo incluirlo dentro de la solución. No se puede dejar de lado a las personas que han trabajado buena parte de su vida allí.

Una buena idea viene de alguien que vive de cerca el problema del botadero, Cristian Zumbado, de Nosara Recicla, organización sin fines de lucro que recoge desechos previamente reciclados de varios vecinos y comercios de la zona, pero cuyo gran esfuerzo no alcanza.

Para Zumbado, una parte integral de la solución es que la muni, además de recoger la basura y llevarla hasta Santa Cruz (como lo ha prometido durante años), desarrolle en Nosara un centro de transferencia en el que los recicladores separen de la basura el reciclaje y que lo hagan en condiciones salubres y seguras.

En este momento, quienes viven allí no usan guantes, no tienen agua potable y la luz eléctrica les llega con una extensión que sale desde los galerones en los que se encuentra Nosara Recicla. Hay jóvenes desde los 17 años que no estudian ni trabajan en otra cosa. Hay adultas mayores, una de 66 años por ejemplo, que siguen trabajando allí, cargando sacos de reciclaje para venderlos.

En cinco años el problema solo se ha hecho más grande e insostenible y está claro que la Municipalidad debe acelerar motores para solucionarlo, pero en la búsqueda de esta solución debe incluir a los más vulnerables.

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