Derechos Humanos

Editorial: Los niños con discapacidad en zonas rurales necesitan más recursos del MEP

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El Ministerio de Educación Pública (MEP) tiene muchas tareas pendientes en Guanacaste, pero una de las más urgentes es reforzar la educación para niños que tienen discapacidades o habilidades especiales en zonas rurales como Nosara.

Tal vez las familias de estos niños no son las que más se quejan ni las que más ruido generan. Quizás no parezca un tema tan candente como otros, pero son estos niños quienes probablemente sufren las mayores discriminaciones dentro del sistema educativo, pues no solo tienen debilidades en el aprendizaje sino que también viven en condiciones de pobreza y no se pueden procurar una buena escuela privada. Muchas veces ni siquiera pueden pagar los tiquetes para llegar hasta un centro urbano como Nicoya para estudiar en las escuelas en las que sí hay una capacidad instalada mayor para atenderles.

Si no nos cree, el reportaje de portada de esta edición le muestra cuatro casos que le harán abrir los ojos. Uno de ellos es el de Ana Victoria, una niña con síndrome de Down que debe asistir a tres centros educativos distintos para tener una educación que cubra sus necesidades. Otro es el de Kahory, que tiene la misma condición y que llega a la casa sin apenas haber escrito nada en el cuaderno luego, en el mejor de los casos, de tres horas de clases.

Las mismas docentes entrevistadas, que tienen a cargo a 30 o más niños, apuntan las soluciones claramente: necesitan constante capacitación para atender a los niños con niveles de aprendizaje distintos y más personal para poder dar abasto con las lecciones.

Por otro lado, el MEP debe comprometerse con la educación no solo de los hijos sino de las familias completas para que tengan herramientas pedagógicas para seguir educando a sus hijos después de las clases.

Para muchos de estos padres y madres, tener información sobre las becas de transporte o de ayuda económica a las que podrían acceder para apoyar el desarrollo de sus niños, les cambiaría una buena parte de sus vidas. Las instituciones deben recordar que su éxito no solo debe medirse en cantidad de personas impactadas sino en cuán eficientemente logran llegar a las comunidades más olvidadas.

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