De lunes a viernes Carlos Zhou Zheng se levanta a eso de las 7:30 a.m. a desayunar gallo pinto, fideos chinos o dim sum. Cuando termina de comer regresa a su habitación, que también es su lugar de teletrabajo. Es ingeniero en informática, hijo de inmigrantes chinos y nacido en Liberia.
Las luces LED que rodean su espacio de trabajo y las dos pantallas con las que trabaja, lo iluminan a él y a las viejas consolas de videojuegos, pokebolas y juguetes gundam que lo acompañan.
A las 5:00 p.m termina su trabajo como programador, y a las 8:00 p.m en esta misma habitación crea sus piezas de arte digital. Con ellas transforma íconos de la cultura popular costarricense y guanacasteca en versiones que parecen salidas de esas mismas consolas de videojuegos 2D que lo rodean y marcaron su infancia.
Durante las noches Carlos dibuja cuadro a cuadro versiones simplificadas de golosinas populares, figuras públicas, comidas tradicionales y arquitectura patrimonial.
La técnica que utiliza se llama pixel art (o arte de píxeles), y consiste en una disciplina artística que utiliza una computadora y programas gráficos de edición de imágenes para crear arte digital pixel por pixel.
Esa estética viene de los videojuegos de décadas pasadas, cuando esa era la única forma de crear imágenes con la tecnología de la época. El pixel art fue rescatado muchos años más tarde por personas nostálgicas aficionadas a la moda retro, como Carlos.
“Aunque no viví cuando salieron estas cosas como el Super Nintendo, en las computadoras tenía emuladores de juegos viejos”, cuenta Carlos tratando de explicar de dónde viene esa añoranza por una década en la que no había nacido.
Pintando con cuadritos
Esa afición por los videojuegos, el arte digital y la programación pudo aplicarla cuando se matriculó en un curso en la Universidad Nacional (UNA) llamado Videojuegos 2D.
Yo elegí hacer un juego con pixel art y dije ‘voy a ver si le introduzco cosas costarricenses’. Entonces por ahí empecé a dibujar las ruinas de Cartago, el Teatro Nacional y el Fortín de Heredia”, recuerda.
Lo compartió en sus redes sociales personales y a la gente le gustó mucho, entonces decidió seguir creando más piezas de pixel art costarricense.
Una santacruceña con raíces chinas suma más de un millón de seguidores entre sus cuentas de TikTok y Youtube. Con sus recetas, bromas y personalidad efervescente captura a miles de personas a quienes nombra sus “amiguines”.
En la enorme lista de personajes y situaciones que ha logrado ‘pixelar’ hay confites, tamales, Juan Santamaría, la vaca Milagro y hasta el periodista liberiano Edgar Silva. También ha homenajeado íconos de Guanacaste como la Ermita de la Agonía y la Catedral de la Inmaculada Concepción en Liberia, y la popular leche dormida de Cañas.
Esas imágenes ‘versión nintendo’ que Carlos ha creado poco a poco se volvieron muy populares en su cuenta de Instagram dedicada a sus ilustraciones, Colorblind Pixel.
Siempre he sido una persona muy extrovertida y me gusta hacer cosas con las cuales la gente se sienta identificada”, confiesa Carlos.
Según el liberiano, una clave para que una pieza de pixel art funcione bien es simplificar lo que está dibujando sin que pierda su esencia, pero también ‘saber dónde poner bien los colores’.
Esa tarea en específico, es una que no puede hacer sin un poco de ayuda.
Daltónico, asiático, diverso, y guanacasteco
Carlos estudió en un colegio católico de Liberia y durante una práctica de la clase de computación tuvo que dibujar a un sacerdote. Mientras le coloreaba la piel un compañero lo interrumpió.
- Mae… ¡Qué putas! ¿por qué estás dibujando esto verde?
- ¿Qué? ¿Verde?… ¿Será que soy daltónico?
Cuando salió del colegio y llegó a su casa, corrió a hacer los test de daltonismo: no podía ver ciertos colores.
Según la Academia Americana de Oftalmología el daltonismo es una afección en la cual no se pueden ver los colores de manera normal. La mayoría de las personas que tienen daltonismo nacen con la afección.
Carlos recuerda este episodio con humor, pues después de eso nunca significó mayor impedimento para él. Siempre que necesita pintar algo utiliza las herramientas selección de color de la computadora o pide ayuda a su novia Tamara que le ayude. A ella la conoció mientras estudiaba en la Universidad Nacional de Heredia.
Durante esos años, además de dar con “Tamy”, como la llama, también conoció un término que le ayudó a definir su género: no binario.
A Carlos le gusta el cosplay (disfrazarse de sus personajes de anime favoritos) y a sus amigas también. En una pijamada con sus amigas le propusieron maquillarse y ponerse peluca. Le gustó, se sintió bonita y continúa haciéndolo hasta hoy; creó un alter ego llamado Zhoulina.
“Nunca he sentido que sea importante la distinción entre hombre y mujer, sé que hay personas que les importa mucho eso y lo respeto, pero en mi caso nunca lo sentí importante de mí”, explica de forma natural. A pesar de definirse como no binario, también usa los pronombres másculinos.
Dentro de todas las cosas que lo componen está su identidad guanacasteca. Carlos recuerda que de niño salía a la puerta de la tienda de ropa y zapatos de sus papás, en el centro de Liberia, para ver el Tope de toros.
Aún tiene varios proyectos en cola que planea dedicarle a la ciudad que lo vio crecer, como dibujar la Antigua Comandancia, donde ahora se ubica el Museo de Guanacaste o interpretar la emblemática Casa Baltodano Briceño junto al Parque Mario Cañas. Después de todo, Carlos es un liberiano cargado de nostalgia.
Una prueba de ello es la pieza que dedicó a las “tinas”, como él las llama, que están a un costado de la Ruta 27 y que ve cada vez que regresa a Guanacaste.
“Cuando voy en el bus del Pulmitan voy viendo esas tinas y yo digo ‘voy a volver a Guanacaste, voy a mi casa’”.
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