Un país se construye con el aporte de cada uno de sus ciudadanos. El aparato estatal y las políticas públicas nunca serán suficientes por sí solas para resolver la mayoría de los retos sociales, ambientales y económicos que enfrentan su comunidad y la mía.
La comunidad de la cual formo parte desde hace doce años se ha caracterizado porque la presencia gubernamental es muy poca, tanto del gobierno municipal como del Gobierno central. Esta particularidad, sin embargo, en Nosara, Guanacaste, se ha traducido en una oportunidad para que los lugareños, tanto nacionales como extranjeros, nos involucremos en la resolución de nuestros propios retos y nos convirtamos, así, en un pueblo más resiliente.
Una gran cantidad de iniciativas han surgido de nuestra propia comunidad para solucionar problemas y forjar nuestro futuro. Durante todo el año, voluntarios desinteresados brindan una mano para alimentar a los más necesitados, reforestar nuestras playas, realizar campañas de castración y protección de animales domésticos, proteger a los monos y las tortugas marinas, manejar residuos valorizables mediante un centro de acopio y un aula ambiental.
Otros se han enfocado en brindar oportunidades a niños de escuelas locales para que participen en distintos proyectos durante sus vacaciones de verano, así como proveerles libros y acceso a la tecnología durante su año escolar, entre otras muchas iniciativas.
Estamos lejos de alcanzar todos nuestros objetivos, pero para los voluntarios saber que hay otras personas dispuestas a aportar su granito de arena es clave. Comprender que no estamos solos nos ayuda a seguir con la frente en alto luchando por los ideales de un pueblo más próspero y sostenible: una realidad que crece a partir del involucramiento civil, en mayor y menor medida, en otras comunidades del país.
Soy fiel creyente de que un cambio sustancial en Costa Rica se logrará cuando el voluntariado y los proyectos de aprendizaje a través del servicio sean una espina medular de nuestro sistema educativo. Educar y promover una cultura en niños y jóvenes inspirados y dotados de herramientas para la movilización civil es un arma poderosa para cambiar el rumbo de nuestra nación.
Imaginemos un país con muchísimas más personas interesadas en ayudar a los comités de la Cruz Roja, brigadas de limpieza, comités cantonales de deporte, comités de Bandera Azul Ecológica, ASADAS, juntas directivas escolares, asociaciones de desarrollo… en fin, en mil y una labores necesarias para construir la comunidad y la nación que deseamos. Pero, mientras logramos educar y motivar a las futuras generaciones, debemos preguntarnos: ¿cuál es mi aporte para la comunidad en que vivo? ¿Qué hago yo por mi país?
El tiempo que gastamos generando crítica en redes sociales, la rutina diaria, la velocidad de nuestro día a día hacen que nuestra vida se pierda en millones de instantes vacíos, en los cuales no tuvimos la oportunidad de crear, colaborar, construir y dejar una huella positiva en nuestro paso por el planeta.
Todos tenemos un don dado por el Creador. Tenemos que encontrar ese don para saber dónde podemos servir mejor. El poeta y filósofo bengalí, Rabindranath Tagore, premio Nobel de Literatura en 1913 dijo: “Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era alegría”.
Si no lo está haciendo aún, lo insto a colaborar en alguna causa y a incluir a sus hijos, sobrinos o estudiantes. Es una gran oportunidad para invertir tiempo de calidad con ellos, además de enseñarles el valor de la solidaridad y el poder que tiene el servicio para transformar nuestras vidas y las de otros.
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