“Apenas nos pusimos en dos pies / Comenzamos a migrar por la sabana”, canta el artista uruguayo Jorge Drexler en las primeras líneas su canción Movimiento, parte del disco Salvavidas de hielo. Así es como el cantante nos recuerda que migrar es una práctica tan antigua como la historia de la humanidad.
Pero, ¿qué nos hace movernos?, ¿por qué “siempre miramos al río pensando en la otra rivera”, como diría Drexler?
En Guanacaste hay una gran cantidad de migrantes que también vienen en bandadas escapando de la crudeza del invierno, de la economía o de la violencia de su país natal. Los seres humanos no somos ajenos al comportamiento común del reino animal de recorrer el mundo sin importar las distancias, para encontrar una vida mejor.
Sin embargo, las motivaciones que traen a los migrantes son tan distintas como la ciudades de las que provienen. El clima es una de muchas razones que atrapan a personas de todos lados del mundo en la provincia y no las sueltan más. “Ver donde crece lo que te comes” o “el contacto permanente con la naturaleza”, son solo algunas de sus excusas favoritas.
Según el Diagnóstico del Contexto Migratorio de Costa Rica del año 2017, de la Dirección de Migración, los migrantes son alrededor del 10% de la población total del país, 490.000 personas que llegaron por azar o convicción y están esparcidas por todo el territorio. Algunas han encontrado cerca de las costas de la Bajura, o en los naranjales de las zonas altas una oportunidad para rehacer su vida. Estas son sus historias.
Amina
Extraño mucho la comida y a mi familia. Pero la cultura sigue aquí, porque vive dentro mío y no se va a ir”.
Cuando Amina Briceño Giwa vino desde Nigeria con su esposo tico, Carlos Briceño, ninguno de los dos pensaba quedarse a vivir en Guanacaste, donde vive la familia de él. Sin embargo, los problemas políticos y económicos que surgieron en el país los obligaron a cambiar de planes y quedarse a trabajar acá.
Mientras pintan, Amina habla sólo en inglés y español con su hija mayor Ifeoluwa, de cuatro años. Pero a veces, Ifeoluwa sorprende a su familia con una palabra en hausa o yoruba. Lo cuenta como si no fuera gran cosa, pues en su país, el séptimo más poblado del mundo, se hablan alrededor de 500.
Amina dice que espera pronto volver a desempeñar su profesión en acuicultura y que por el momento está feliz en Costa Rica, pero que le gustaría algún día hacer ese viaje de 27 horas de regreso a su país.
Fuera de su casa, en La Cruz, el patio está lleno de plantas africanas que brotaron de las semillas que trajo con ella desde Nigeria.
Charly
Guanacaste es distinto al resto de Costa Rica empezando por la energía, hay una vibración diferente aquí. El clima es diferente, por lo tanto la gente también”.
En 1992, Charly López tocaba con su banda de heavy metal Alvacast y movía su melena densa frente a cientos de personas en Montevideo. Cuenta que les iba bien: tocaban en radio y televisión y hacían giras por Argentina y Chile, pero cuando tocaron techo decidieron probar suerte en Canadá.
Ahí vivió 13 inviernos hasta que se le volvió imposible soportar uno más, y se vino a Santa Cruz a probar suerte y “vivir al aire libre lo más que se pueda”. Se sumó a los más de 200.000 latinoamericanos que vivían en Costa Rica durante el 2005, y que hoy son casi el doble.
Con la misma música y melena del 92, ahora teñida de canas, recorre los bares de la costa durante las noches. Sale solo, con alguna de sus 13 guitarras, o con su banda, con la que alterna entre covers y música original.
La pregunta de si volvería a Uruguay lo llena de sabiduría bohemia y, como si leyera una de sus letras de rock ochentero, dice: “Ya no soy de ningún lado, soy un turista aquí y un turista en mi país. Soy de todos lados al mismo tiempo”.
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Michelle
Ahora puedo hacer lo que quiera. Me siento más joven aquí que en Canadá porque me siento libre”.
La artista plástica Michelle Savart y su esposo Pierre Thèriault, salieron de Quebec, la única ciudad amurallada de todo Norteamérica, para encontrar total libertad en Guanacaste.
Los cuadros que pintaba Michele no tenían esos colores tropicales intensos cinco años atrás. Eran abstractos inspirados en las tonalidades del otoño. Paisajes que extraña mucho, pero también asegura que, al ser retirada, los inviernos la convertían automáticamente “en una bebé”, pues tenía que caminar con mucho cuidado, agarrándose de lo que encontrara para no caerse.
“Muchos de mis amigos se han caído y roto la cadera, envejecen muy rápidamente y, por miedo a volver a caminar afuera, viven completamente encerrados”.
Ese es motivo suficiente para que muchos norteamericanos vengan a vivir su retiro a Costa Rica. Esta población casi se triplicó en el país en diez años, pasando de los casi 9.000 a los 24.000 residentes, según el informe de Migración.
Antes de retirarse en Costa Rica, Michele le repitió por enésima vez a Pierre que quería aprender a pintar. “Él me dijo: ‘Hazlo de una vez por todas o no lo vuelvas a decir”, cuenta, ella, y su risa rebota en las paredes de esta sala forrada de óleos, como una galería de arte.
Nina
Si tuviera que regresar a Eslovaquia, creo que dejaría una parte de mí aquí.
Nina Horakova escribía de prisa todo lo que decía su profesor sin entender media palabra. Llegaba a su casa a traducirlo con un enorme diccionario español – eslovaco de 1980.
Su mamá, enamorada de un sardinaleño, decidió venir en 2003 desde Trnava, una región cerca de la capital de Eslovaquia, Bratislava, para rehacer su nueva vida en Guanacaste.
“La diferencia cultural es abismal”, dice sentada en el sofá de su apartamento en Playas del Coco, donde ahora vive y trabaja como arquitecta. La cantidad de europeos que como Nina han venido a vivir al país, pasó de los casi 9.000 a 19.000 en los últimos diez años.
Por su profesión, dice que extraña la dinámica de las ciudades grandes, pero detesta la presión social europea por ir vestida siempre perfecta.
“Aprendí a ser menos consumista en Guanacaste, aquí nadie te está juzgando si vas a la moda o no”.
Los Schuable
—¿Qué es lo que más le gusta de Guanacaste?
—¡Las olas!”
Simon y Jessica Schuable le preguntan a sus tres hijos qué razón los hizo quedarse en Guanacaste y todos responden lo mismo: ¡las olas! Dentro de su casa, hay patinetas y tablas de surf por todos lados.
Su destino de vacaciones se convirtió de pronto en un lugar dónde vivir. Jessica hizo el viaje de 34 horas de regreso hasta Melbourne solo para empacar lo necesario y traerlo a Nosara.
“Esta parte del mundo es un misterio para muchas personas en Australia”, dice Simon, y puede que tenga razón. Los migrantes como ellos, provenientes de Oceanía, no superaban las 300 personas hasta hace un par de años
Y ellos quieren que siga siendo así. “Hace poco escuché un comentarista deportivo en la radio de Australia hablando de su viaje familiar a Costa Rica y grité: ¡NO LO DIGAS EN LA RADIO!”
David
Cuando yo me bajé del avión me sentí ciego, mudo y sordo. Fue como volver a nacer”.
“¿Cómo se siente uno de entrar a kinder con 10 años?”, pregunta David Fong en su restaurante de comida china en el centro de Nicoya. “¡Humillao!”, se responde él solo.
Su papá lo trajo en 1969 de Hong Kong a Costa Rica, y un par de años más tarde a Santa Rosa de Santa Cruz, donde tenía un abastecedor.
“He vuelto muchas veces, pero no porque la extrañe. China ha cambiado mucho. El hogar de uno ahora es aquí”, cuenta David, y saca su teléfono para mostrarme qué lo mantiene tan lejos de su país de nacimiento.
Un video grabado del televisor de alguna cadena china habla sobre Costa Rica como el país más feliz del mundo, y muestra una mezcla de imágenes de perezosos y del caos diario de San José.
No tengo quejas, yo voy seguido a Santa Cruz o Nandayure y la gente me recibe como si fuera un tico más. Yo siempre digo: nacido en China, tico de corazón. Me siento un guanacasteco más”.
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