Los barrios Hollywood en Nosara de Nicoya y El Bambú en Filadelfia de Carrillo tienen muchas cosas en común. Sus habitantes fueron mayoría en los albergues donde se refugiaron de las recientes lluvias, y varias de sus familias lo perdieron todo, o casi todo, por el desbordamiento de los ríos Nosara y Las Palmas, que colindan con sus vecindarios.
Pero hay algo más que les identifica: ambos son asentamientos informales, donde las historias de las inundaciones que los han dejado hasta al borde de la muerte se repiten una y otra vez sin que puedan siquiera imaginar otra historia posible, aunque en el papel, las instituciones les han prometido una solución.
La corriente arrastró a Iván Brenes y a cuatro vecinos por una de las calles del barrio El Bambú, en el distrito de Filadelfia de Carrillo. “Agarrados como los monos de los palos, la pulseamos para nadar entre las casas y con las paredes ir matándole la fuerza a la corriente”, relata.
Iván entrecierra sus ojos para intentar repasar todas las veces en las que el río Las Palmas, al lado del barrio, los ha inundado. Aunque ese relato bien podría ser reciente, está en realidad recordando la ocasión en que estuvo al borde de la muerte. “Fue la llena del 2017 en la que casi me ahogo”.
En El Bambú el tiempo se mide por los estragos de las inundaciones. Por eso, Iván no precisa ni los años ni el nombre de los fenómenos que los han azotado, pero recuerda claro los acontecimientos. En una inundación su papá pasó tres días en el techo de su casa esperando que lo rescataran; en otra, la llena arrasó con la casa de su hermano; en dos ocasiones sus hermanos salvaron a su mamá de ahogarse frente a su casa; y también recuerda clarito que cuando era niño, pasó noches en algún albergue.
Iván rememora las inundaciones que ha sobrevivido mientras acomoda los escombros que dejó en la casa de su mamá, Berta Brenes, la depresión tropical n° 19, que se convirtió el jueves 14 de noviembre en la Tormenta Tropical Sara.
El fenómeno atmosférico provocó aguaceros de días completos en Costa Rica; golpeó sobre todo a Guanacaste. En la costa entre Liberia y la Península de Nicoya, el Instituto Meteorológico Nacional (IMN) registró hasta 1.200 milímetros de lluvia en apenas 14 días del mes; el 83% de todo lo que llueve en el año en la provincia (1.500 mm, en promedio).
El 15 de noviembre, 2.332 personas de la provincia estaban albergadas en 30 recintos. En el resto del país había 18 albergues más.
“Es duro porque quizá usted la pulsea varios años para tener bonita otra vez la casa ¡y juás!, otra inundación”, dice Iván mientras sostiene una de las latas que era parte de la pared de la habitación en la que vivió hasta que cumplió 23, y se mudó a Bagaces. Sus visitas a El Bambú empezaron a ser para ver a Berta o para ayudarla durante alguna llena del río.
Antes de la reciente tormenta, su mamá, que vive con una hija de 35 años, alquilaba el cuarto a migrantes nicaragüenses que trabajan en los sembradíos de caña de azúcar. La tormenta se llevó prácticamente toda la habitación. “Todo esto hay que levantarlo de nuevo”, dice Iván.
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El Bambú está ubicado en Filadelfia, el distrito central de Carrillo. Es un barrio que tiene tres sectores, y uno de ellos, “El Bambú II”, es un asentamiento informal en el que según los registros del Censo del 2011, vivían 1.712 personas (el dato más reciente disponible).
Los asentamientos no son necesariamente el conjunto de hogares en pésimas condiciones –aunque es una característica bastante común–, sino que los caracteriza que sus habitantes no tienen derechos sobre la tierra o las viviendas, y están en sitios donde no deberían como zonas protegidas. Por eso, viven con mucha vulnerabilidad frente a eventos climatológicos. Desde el 2012, por ejemplo, más de la mitad de los asentamientos de Guanacaste (20 de 37) vivían en riesgo de inundaciones, de acuerdo con un análisis del Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos (Mivah) con los datos de asentamientos del censo del 2011.
Habitar asentamientos informales es una realidad de 1 de cada 10 personas en la provincia, según el último Balance y Tendencias de la Vivienda 2023. En la provincia, el Mivah tiene identificados 62 asentamientos informales (25 asentamientos más desde los datos del censo del 2011).
En el caso de El Bambú, su población está expuesta a inundaciones por dos motivos principales: su cercanía al río Las Palmas y su ubicación en “un terreno que no era apto para construcción de viviendas”, detalla una investigación académica.
Según uno de sus autores, el ingeniero hidrológico Fernando Matamoros Montoya, el gran problema es que El Bambú se ubica sobre lo que alguna vez fue un humedal, según les relataron a él y a su compañero de investigación los vecinos del vecindario y la Municipalidad de Carrillo.
“Un humedal es una barrera natural que mitiga la fuerza de la corriente del río, y al eliminar esta barrera natural y construir en estas estas zonas, las personas sí o sí van a estar expuestas a las repercusiones de las inundaciones”, explica Matamoros.
Ambos realizaron una propuesta inicial de alerta temprana para reducir el impacto de las inundaciones en la comunidad. Y aunque el sistema les ayude a prever cuándo desalojar sus casas ante un incremento del caudal, es inevitable que siempre estén al borde de perderlo todo.
Lo que pudieron determinar es que si cae entre 80 y 100 milímetros de lluvia en 24 horas, ya la comunidad está expuesta a una alerta amarilla que les exige evacuar. Por encima de 100, ya es alerta roja. Y precisamente a ese punto llegó la comunidad, pues Carrillo registró récords de lluvia con hasta 302 mm en un solo día.
Alrededor de 500 personas fueron trasladas a los ocho albergues habilitados en Carrillo, detalla Alicia Herrera, del Comité Cantonal de Emergencias del cantón.
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A unos 90 kilómetros de El Bambú está barrio Hollywood, otro asentamiento informal del distrito de Nosara de Nicoya. Es una trocha en mal estado de menos de un kilómetro que termina al chocar con el río Nosara. Para entrar al barrio hay que cruzar una quebrada que luce inofensiva en la época seca, pero que en invierno es la primera en desbordarse y juntarse con el río, inundando todas las casas a su paso.
La mayoría de casas en el barrio son de gypsum, madera y lata. Algunas están sobre pilotes de madera para evitar que el agua entre a sus casas, pero ni la altura les asegura mantenerse a salvo.
Desde la calle, las casas lucen como laberintos de habitaciones difíciles de descifrar. Detrás de paredes endebles y puertas improvisadas, se esconden cuarterías que suelen alquilar familias nicaragüenses trabajadoras en las construcciones de lujo en los lugares de Nosara que no se inundan.
Para el geógrafo y docente en la Universidad de Costa Rica, Adolfo Quesada Román, que ha estudiado los riesgos y los desastres en asentamientos, principalmente en el Gran Área Metropolitana, las personas en asentamientos informales están más expuestas no por la cantidad de lluvia, sino porque “cada vez vive más gente cerca de los ríos”.
¿Por qué viven ahí y por qué viven hacinados? Con sus años de estudio sobre el riesgo y los asentamientos, Quesada lo tiene claro:
«La economía, el dinero, el capital, es lo que mueve hacia donde crecen las ciudades. Si yo tengo ciudades que están creciendo más hacia ciertas partes, la gente crece también en esa zona (…) entonces mucha gente por una cuestión de ingresos económicos es empujada a vivir en zonas peligrosas porque no tienen capacidad de comprar una propiedad en una zona segura. Es triste, es triste, pero es una realidad”, explica.
Lo que hacen las familias, entonces, es encarar a como dé lugar esa realidad. María Villareal, que vive cerca de la entrada al barrio, revisa todas las noches de época lluviosa los grupos de WhatsApp en donde los vecinos alertan sobre el nivel del río Nosara. Cuando llueve fuerte, María no se confía de los reportes y va al al río a cerciorarse con sus propios ojos.
La rutina no la hace solo por prevención, sino también para que las niñas y niños de su casa aprendan a identificar una crecida. “Me las llevo para que vean cómo está el río, para que vayan aprendiendo”, cuenta María en medio del lodo y las piedras que arrastró el río hasta su casa.
Está convencida de que tiene que transmitir ese conocimiento porque no les queda de otra, aunque la Comisión Nacional de Emergencias (CNE) ideó desde el 2015 una estrategia en la que, entre otros objetivos, busca paliar los impactos de los eventos climatológicos en los asentamientos informales.
La Política Nacional de Gestión del Riesgo 2016-2030 predica como una de sus acciones que las instituciones relacionadas con el desarrollo habitacional y la planificación territorial, incluidas las munis “deben identificar los asentamientos humanos ubicados en sitios de amenaza, promover la reducción de los factores de riesgo, la reubicación de las poblaciones vulnerables”.
Pero tras casi una década de creados los lineamientos, las familias impactadas por las inundaciones perciben que nada cambia cada vez que el agua les ahoga sus pertenencias.
Para Quesada, las reubicaciones son medidas dificilísimas por los costos que implicaría para el gobierno. En lo que él cree es en la adaptación.
“[Debemos enfocarnos en] cómo nos adaptamos a las condiciones cambiantes [por la crisis climática]”, explica el geógrafo, y suma que además el país necesita una ley –actualmente inexistente- de ordenamiento territorial y de políticas públicas (incluidos los planes reguladores) que surjan desde los gobiernos locales.
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En la reciente emergencia, Hollywood se inundó en tres ocasiones. En promedio 110 personas al día fueron atendidas en el redondel de Nosara que funcionó como albergue desde el 5 de noviembre hasta el sábado 16, según números del Comité Comunal de Emergencia de Nosara. La mayoría de las personas eran nicaragüenses residentes en el barrio.
Durante las inundaciones, los Bomberos de Nosara realizaron unos 470 rescates en el distrito. Cuando la emergencia se avecina, las unidades de rescate empiezan en Hollywood porque es de las zonas más afectadas durante las inundaciones, según el jefe Ryan Bombard.
La panga y los inflables navegan entre los caseríos ilegales para llevar a las personas afectadas al redondel. Erick Castro, uno de los bomberos, cree que el hacinamiento, las malas condiciones de las construcciones y la cercanía con el río, son los principales riesgos que vive el vecindario y los rescatistas.
“En Hollywood no sabes si te vas a ir en alguna letrina, o en un hueco (…) El hacinamiento es tal que en una casita de tres por tres viven hasta ocho personas”, dice Castro.
En el terreno de María viven al menos unas 15 personas. La casa de ella está construida sobre pilotes de madera, la alternativa a la que apuestan cada vez más vecinos del barrio.
Abajo de la casa una fila de puertas de lata conduce a las habitaciones donde viven dos de sus hijas con sus nietos. En la parte de adelante del lote, una serie de cuartos improvisados albergan a siete personas, entre esas Gerónima Sandoval y su familia.
En los tres desbordamientos, los Bomberos de Nosara recorrieron el barrio en panga para rescatar a María, a su familia y a sus inquilinos.
La emergencia no acaba cuando deja de llover. “La mayoría de casas ahí son pisos de tierra entonces cuando llueve se hace un barrial. La afectación en la gente se mantiene por lo menos dos meses después”, dice el bombero Castro.
A pesar de que el agua cedió, y los atisbos de sol se asomaron, el suelo de Hollywood luce saturado de agua. Los alrededores de las casas parecen pantanos, el camino está lleno de pozas, y el barrio huele a heces. Para el jefe de la unidad de bomberos, Bombard, el fin de las lluvias traen la alerta de enfermedades y bacterias a las que estas familias de bajos recursos quedan expuestas.
“Ese es el problema más grande. El dengue y los pozos de bacterias y las enfermedades. Hay mucha agua y eso es la cosa más grave en este momento”, comenta Bombard.
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En El Bambú y en Hollywood, hablan de la Tormenta Tropical Sara como si estuvieran contando una rutina familiar: el río se desbordó, trataron de rescatar las pertenencias que pudieron, perdieron electrodomésticos y colchones, y durmieron en un albergue.
Cuando las tormentas pasan, y el agua vuelve a su cauce natural, las cámaras se retiran y los noticieros vuelven a su programación habitual, pero las comunidades inundadas tardan años en recuperarse. Con cada señal de que los ríos Las Palmas o Nosara están creciendo, sus vecinos ya saben de memoria lo que vivirán.
Se habilitarán nuevamente los albergues, llegarán las pangas al rescate de las comunidades, los colchones y la comida con sello de la CNE. Y el ciclo se repetirá hasta que el país priorice una atención preventiva del desastre por sobre la atención de las emergencias, un enfoque necesario según el greógrafo Adolfo Quesada Román.
Y mientras eso pasa, María Villarreal desde su casa hecha un barreal continuará lamentando lo mismo: “Vivimos las inundaciones porque no tenemos dónde ir. Si yo tuviera donde vivir, un lotecito donde no pase esto, dígame usted quién no se va a ir feliz de poder ir donde no tenga que vivir esperando que todos los inviernos se inunde”.
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