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Joss Murillo: la tilarenense que batalló para ser libremente mujer y dentista

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Joss juega en la casa de su tía, la que prepara unos queques riquísimos. Salta y corre mientras a dedazos prueba el lustre de un pastel. En un salto cae tumbada al piso. Del mismo salto, se quiebra uno de los dientes frontales. 

Por mucho tiempo, Joss no entendió por qué reparar su diente tomaba tantas citas al dentista. Pero lejos de odiarlas, fue paciente y empezó a sentir curiosidad por la odontología: en ocasiones le forró con papel aluminio los dientes a sus amigas de infancia. 

En otra ocasión, cuando tenía unos ocho años fue al matadero municipal de Tilarán y recogió la quijada seca de un cerdo. La llevó a la mesa del comedor de su casa y escarbó las muelas del chancho con un aguijón con el que tejía su mamá. 

-¿Cómo se le ocurre poner eso en la mesa? ¡Pongamos periódico, pongamos algo!, le dijo su mamá, Cecilia.

Ese día, recuerda Cecilia, ella vio más allá de una travesura. “Son cositas que para otra persona pasan desapercibidas, pero yo vi algo más profundo y vi que era un deseo”. ¿Y quién era ella para anular sus sueños?

Ni su diente arreglado ni su anhelo de ser odontóloga llegarían de la noche a la mañana. Otros anhelos también tardaron en hacerse realidad: Joss nació en 1980 con características sexuales masculinas, pero su identidad siempre fue la de una mujer. 

“Desde que era una casi bebé yo vi sus inclinaciones”, recuerda su mamá Cecilia, hoy de 75 años. “Y para mi nunca fue ni ha sido un problema”. Pero si la identidad y la sexualidad están repletas de tabúes, en la Tilarán de ese entonces lo estaban mucho más.

El checklist

Joss supo temprano en su vida que era diferente. “Pero no tenía tiempo para pensar en cosas que tuvieran que ver con la identidad de género o la sexualidad. Cuando era niña yo solo quería jugar”. Es que ni siquiera tenía referentes para entender qué ocurría con ella. 

Quería ponerse los vestidos de sus hermanas y jugar con sus muñecas. Un día en el prekínder Joss también se disgustó porque le pintaron un bigote y le pusieron un chonete. “¡Y yo quería verme como las niñas!”, dice entre risas. 

Pensaba que de un día a otro se transformaría como una mujer maravilla. Pero de adolescente, cuando atravesó cambios físicos, supo que no sería tan fácil. Entonces tomó una decisión: “Voy a crecer y voy a ver si lo que yo siento es de verdad”, pensó.

Mientras crecía enfrentó dos burlas constantes: su diente postizo, que se le desprendía de vez en cuando, y su forma de expresar su identidad de manera auténtica y risueña. 

Joss siempre se atrevió a ser ella misma”, recuerda Ana María Murillo, una vecina de Tilarán y activista Lgbtiq+. “Jamás se ha sentido menos y nunca ha permitido que alguien la trate como algo inferior”, dice Ana María, quien la admira desde que ella misma ocultaba su orientación sexual.

Así terminó el colegio, estudió inglés, fue profesora y sacó un curso de peluquería, un poco indispuesta. “No quería que me encasillaran en que porque soy así, entonces tenía que ser peluquera”, cuenta. Pero en ese momento fue un movimiento estratégico, uno de los tantos que ha calculado en su vida. 

Necesitaba ganar dinero para lograr sus dos sueños: primero, ser odontóloga; segundo, empezar el tratamiento hormonal. Era el checklist que se había trazado, aunque le tomara años ser, por fin y sin tapujos, una mujer trans y dentista.

En su pueblo enfrentó las miradas, el acoso y las burlas. Sin saberlo, eso sí, otras personas de la población diversa también la veían con admiración. “El antiguo salón de belleza que tenía Joss era un espacio seguro para muchísimas personas de la comunidad Lgbtiq+ de la comunidad”, recuerda Murillo. 

Joss trabajó de lleno en el salón entre el 2003 y el 2007. Ahorró, pidió un préstamo y a los 27 años se mudó a San José para estudiar odontología. “No sé ni cómo estudié, pero yo dije ‘no le voy a dar gusto al diablo’. Me dije a mi misma y a la sociedad que una mujer trans puede ser más que una peluquera”, cuenta. 

Aún en la universidad y viviendo en la capital, aguardó para expresar libremente su identidad. Quería hacerlo todo paso a paso, poco a poco. 

Su máxima libertad llegó en el 2014, cuando inició su transición hormonal. Desde entonces dice con orgullo que es una mujer trans. “Yo nunca digo que yo soy una mujer. Yo soy una mujer transgénero, no una mujer biológica. Siempre lo digo con ese apellido”, resalta. 

Dentista o peluquera, mujer con o sin apellido, su mamá Cecilia tiene clara una cosa que cuenta entre llanto.

Hay corazones de madre que se cierran. Yo más bien traté de abrirme a su realidad”, dice. “Yo la parí con la ayuda de Dios y si le di la vida es para amarla y apoyarla por siempre”.

Terminó su carrera a los 33 y empezó a trabajar como dentista, primero haciendo vacaciones o incapacidades en clínicas, y desde el 2020 en su propio negocio, el que emprendió en media pandemia en Tilarán. 

 Ahí en su pueblo, después de años de malos ojos, ahora la admiran por la profesional y mujer que es. Basta con ver una aparición pública para entender que la Joss que un día nadó contra corriente, hoy fluye con ella. 

“Yo decidí vivir sin devolverle a nadie un insulto. Yo me he dedicado a mí, porque este viaje es un tiquete sin regreso”, dice Joss. “Yo no puedo permitir que la gente quiera hacerme daño. Por más que quieran y relinchen. Por más que salgan con credos y religiones, no puedo hacer nada por nadie, solo por mí”. 

 

Este perfil de Joss Murillo se construyó con una entrevista a Joss Murillo, su madre, Cecilia Herrera, la vecina de Tilarán Ana María Murillo y esta entrevista.

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