La arquitecta Kimberly Yurika tenía un hobby bastante particular en el colegio: le gustaba salir en bicicleta por los caminos de Tilarán a buscar casas bonitas, se sentaba frente a la casa que le gustaba y, en un cuaderno, dibujaba la fachada y hacía una especie de plano de cómo ella se imaginaba la distribución de la casa, la familia que vivía ahí y hasta los colores de las paredes.
En ese cuaderno, que aún conserva, está también el plano de la clínica veterinaria que iba a tener, porque el diseño no fue su primer amor, sino la veterinaria.
La hoy joven de 26 años tiene una marca que lleva su apellido, Yurika, bajo la cual diseña arte con corcho. También tiene un estudio de arquitectura, diseño, diseño de producto y dirección creativa.
¿Cómo iniciaste tu emprendimiento?
A mediados de la carrera entré a trabajar a un estudio de arquitectura en que el arquitecto había hecho las maquetas con corcho. Tenían montones de material guardado pero ya en ese momento casi no se hacían maquetas para representar los proyectos, todos los modelos se hacían en digital. Un día decidieron desechar el material. Yo no los dejé y me lo traje todo para mi casa. No sabía ni para qué, pero me gustaba tanto que lo quería utilizar. Una vez que terminé la universidad, empecé a trabajar con corte láser. De la experimentación decidí empezar a hacer accesorios, a pura inspiración. Así fue como salió todo. Cuando estaba en Barcelona (haciendo mi maestría) descubrí el corcho textil y decidí que quería usarlo también.
Y ahora, ¿cómo han evolucionado tus productos?
Ahora uso más materiales, sigo usando el corcho pero mis bolsos son completamente de madera, entonces las agarraderas son de cedro caído que vienen de una finca de Tilarán en la que por el viento los árboles se caen y yo aprovecho el material. Después de experimentar con la orfebrería, ahora también uso la plata, que me encanta. Mis diseños son sobre la belleza de lo simple: las geometrías, las líneas. Me gusta usar el material en crudo, el negro me fascina entonces uso cuero negro, me gusta usar la madera en su color natural y la plata en la forma más cruda posible.
¿En Yurika, sos sólo vos?
En Yurika, el estudio, hay otro arquitecto. En la marca, yo hago los diseños y mi mamá es la que confecciona los bolsos, ella es la máster en hilo y tela. En las demás piezas si soy solo yo la que diseña, confecciona y ve el producto desde la idea hasta su producción. Pero la verdad, toda la familia: mi papá y mis hermanos me han apoyado desde el principio, han estado en todo, en todas las ferias y en todo lo que he hecho. En Yurika soy yo la mente detrás, pero toda la familia es parte de ella.
¿Cómo es tu relación con Tilarán?
Tilarán es mi pueblo, es mi casa. Me costó muchísimo adaptarme a San José. Cuando me vine a estudiar arquitectura, todos los fines de semana me regresaba a Tilarán. No sé ni cómo hacía: iba y venía hasta con las maquetas en el bus. Mi vida en Guanacaste tiene todo que ver con quién soy como diseñadora. De hecho, en la U mis compañeros me preguntaban que de dónde sacaba mis ideas y cómo me inspiraba y yo les decía que venía del camino que recorría para llegar a Tilarán.
Si le preguntás a cualquier tilaranense que vive afuera, el viaje a Tilarán es toda una ilusión, la ansiedad de ya llegar a la casa y el paisaje tan maravilloso que es, tan cambiante, tan diverso, ir bajando del Valle Central y ver cómo el paisaje va cambiando, ves cómo todo se va volviendo más seco y sentís el calor en Puntarenas y luego empezar a subir la montaña, que es un espectáculo, aquel montón de viento que hay que ponerse el abrigo. Ese cambio de climas y ese cambio de paisaje continúa siendo mi inspiración.
¿Qué les recomendás a los jóvenes en Tilarán para que emprendan sus propios proyectos?
Que se pongan metas grandes. Que no le crean a las negativas que les digan en el pueblo y que se pongan metas alcanzables a corto plazo, pero que sea una meta al final bastante ambiciosa, para que no se les acabe rápido el sueño.
Siempre nos dicen que como somos de pueblo pequeño, que somos sencillos, que somos humildes. Yo siento que hay que sacar provecho de eso, de esos valores, esas características nos ayudan a ser mejores personas y empresarios, la vida en Guanacaste es muy comunitaria, los valores que adquirimos de la vida en el pueblo nos hacen carismáticos y comunicativo y a mí eso me ha ayudado mucho en la vida como emprendedora.
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