Primer plano. Ojos nublados. Sonrisa sin dientes. Cara poblada de grietas y manchas que evidencian un siglo de vida.
Plano general. Un cuidador de edad avanzada junto al longevo. Un hijo o hija, que dentro de pocos años también necesitará de un cuidador. Un escenario de carencias e infraestructura deficiente que les complica moverse dentro de su propia casa.
De esta segunda foto es de la que casi nunca hablamos: la población adulta mayor que vive en el corazón de la zona azul suele ser retratada de una forma nostálgica pero muchas veces incompleta.
Antonia Mendoza es una de las muchas centenarias plasmada dentro de este retrato. Vive al lado del camino que lleva a Cartagena de Carrillo, bajando por un trillo de tierra empinado y fangoso. Antes de cruzar la puerta principal, hay una baranda improvisada con palos y un tubo plástico de cañería recubierto de hule, para que Antonia pueda sostenerse cuando camina por el suelo quebradizo.
Esa casa de madera y cemento la comparte con sus hijos Esdrulfo Viales de 84 años y Luz María de 78, quien además es su cuidadora. A los gastos mensuales de la casa les hacen frente con la pensión de los tres, que son alrededor de ¢80.000 cada uno.
Según Jorge Vindas, de la Asociación Península de Nicoya Zona Azul, una organización dedicada al estudio y la divulgación de la longevidad, los cuidadores más jóvenes no tienen menos de 50 años.
Ese es el caso de Rigoberto Bustos, que ya supera los 50 años y aunque necesita seguir trabajando, cuenta lo complicado que le resulta encontrar un empleo mientras cuida de su mamá, Irene Bustos, de 100 años.
Irene tiene 12 hijos más, pero asegura que casi nunca los ve. “Vienen a visitarme allá, una vez perdida, como dijo mi esposo: visita de médico. Así vienen ellos de entrada por salida”, cuenta Irene en el corredor de su casa mientras Rigoberto ve televisión adentro. Ambos viven de la pensión de la centenaria, que es alrededor de ¢90.000 colones.
Por esas carencias, la asociación creó un comité de centenarios junto con miembros de la comunidad que quisieran velar por esta población en el cantón de Santa Cruz. El grupo, compuesto casi en su totalidad por mujeres, recauda dinero para comprar pañales y suplementos alimenticios, los acompañan a citas médicas, y además, entregan diarios de comida a los adultos mayores.
Una de estas mujeres es Marlene Contreras, una folclorista santacruceña que tras su jubilación decidió dedicarse de lleno a trabajar por la comunidad. Ella hace el viaje de Sardinal a Huacas con un carro que le presta la muni de Santa Cruz, una tarea que le toma todo el día pero que hace con total desinterés. Su mamá también fue centenaria y sabe de primera mano la atención que requiere esta población.
Si cuando yo cuidé a mi mamá, me hubiesen enseñado cómo hacerlo, muchos errores no los hubiera cometido”, asegura Marlene.
La zona azul la conforman Hojancha, Nandayure, Nicoya, Santa Cruz y Carrillo, pero en los dos últimos no existen redes gubernamentales de cuido para adultos mayores, entonces la asociación de Jorge Vindas le pidió a la red de Nicoya que les regalaran alimentos para los 15 longevos con más necesidad de estos dos cantones.
Uno de los planes de la asociación es replicar este tipo de agrupaciones comunales pues, según Marlene, podrían cubrir un rango mayor “si en todos los cantones hubiese un comité que velara por ellos”.
A los longevos les utilizan muchas veces como plataforma política, critica Jorge Vindas. Ayudarles, dice él, no requiere de grandes eventos sino planear pequeñas actividades en sus propias comunidades varias veces durante el año.
“Hay que hacer lo necesario para que ellos tengan una vida digna”, agrega Vindas.
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