No importa hacia donde caminan, las miradas ya no los persiguen. No son extraños.
Esta es la historia de Mathew Oyumare y Mohamed, quienes hace poco más de dos años atravesaron seis países para llegar a Costa Rica y ahora sueñan con algún día vivir en Canadá, tener un trabajo formal y recordar lo menos posible la travesía que los trajo hasta acá.
No comparten la misma sangre, pero sí una historia muy similar. Tampoco viajaron juntos, pero, en el camino, vivieron las mismas luchas.
En abril del 2016, en plena crisis migratoria, el presidente de la República, Luis Guillermo Solís, agradeció al pueblo de la Cruz. Sin este “noble pueblo”, dijo el mandatario, no hubiese sido posible el trabajo de las autoridades para cuidar de los inmigrantes que estuvieron varados durante meses.
Dos años más tarde, en el 2018, La Cruz todavía abraza ese discurso.
Desde Nigeria
Mathew tenía cerca de 27 años cuando dejó su país, Nigeria. Lo hizo solo, sin familia, sin amigos.
Era un hombre de negocios que decidió “conocer el mundo”, nos cuenta. Quería ver qué más había para él.
Como para muchos haitianos y africanos que migran al continente americano, Brasil fue la puerta de entrada para Mathew, un destino ya conocido por su amplia frontera. De ahí comenzó su subida al norte, pasando por Perú, Ecuador, Colombia y Panamá… hasta llegar a Costa Rica.
“No fue un camino fácil”, nos decía, mientras recordaba lo que vivió en la que es considerada la región más intransitable y peligrosa de América Latina: el Tapón del Darién.
Oyumare no quiso ahondar en detalles. Nos dejó claro que de eso no hablaría.
El medio de comunicación internacional BBC Mundo, en palabras de su periodista Alejandro Millán, calificó la zona como “un infierno, como una jungla inexpugnable, compacta e infranqueable”.
La región del Darién se ubica en el límite de Panamá y Colombia y ha funcionado históricamente como una barrera natural a la comunicación por carretera entre ambos subcontinentes, pues sus 108 kilómetros de extensión no los atraviesa la carretera Panamericana. Por ahí entró Oyumare a nuestro país.
Ya en Guanacaste
De lo que sí habla Mathew es de su estancia en La Cruz. Entró a Costa Rica como parte de la ola de migrantes provenientes de África que abarrotó las fronteras costarricenses.
La Dirección General de Migración y Extranjería llegó a reportar que, solo entre abril y julio del 2016, unos 4.700 inmigrantes de África y Haití tocaron las puertas de las oficinas migratorias nacionales.
De ese total, entre 700 y 800 inmigrantes se llegaron a ubicar en los centros de atención (CATEM) en Peñas Blancas y El Jobo, en La Cruz.
Mathew nunca utilizó esos campamentos. Los tres kilómetros que separan el campamento del centro de La Cruz lo limitaban a estar cerca de donde podía ganar dinero, algo vital para sus planes.
“Yo quería hacer algo porque yo necesitaba empezar a tramitar mi residencia. Es que yo quiero salir desde Costa Rica con mis papeles en orden”, nos dijo.
Y parece que surtió efecto. El supermercado Super Compro le permitió acercarse a las cajas y ayudarle a los clientes a empacar sus compras, una actividad que alterna entre bailes y uno que otro saludo.
A cambio, los cruceños le responden dándole cuanto “menudo” tengan a mano.
Con esas monedas, Mathew ajustó para pagar su primer noche en el hostal La Casa del Viento. En el lugar fue bien recibido. Otto Rojas, dueño del establecimiento, le abrió hasta las puertas de su cocina.
“Él no es como todos los inmigrantes que es tan común ver caminando por las calles del cantón. Él es especial. Él no es problemático, es muy educado y hasta sabe varios idiomas”, nos dijo como quien se expresa de un buen amigo.
Nos aseguró que a Mathew todo el mundo en La Cruz lo conoce y hasta lo quiere.
“Aunque sea a puras monedas de ¢100, pero él me paga. Es tan servicial que aquí nadie tiene queja. Vea que es bueno que le manda dinero a su hermana en Europa”, agregó el empresario.
Una historia más
Mohamed tiene 30 años y viene de un país más al oeste de África llamado Ghana.
Al igual que Mathew, el camino recorrido para llegar a Costa Rica empezó en Brasil, y de ahí, hacia el norte.
Sin embargo, recordar la travesía parece provocarle un dolor más profundo que a Mathew. O al menos, así lo sentimos.
“Solo Dios sabe lo que me protegió para llegar aquí. Uno ve tanta gente morir en el camino”, dijo con sus ojos casi nublados por las lágrimas.
No quiso fotos, pero tampoco quiso ser descortés, así que nos habló de cómo ha sido su experiencia en Guanacaste y de cómo dejó su país siendo un estudiante de contaduría.
También, que su residencia está en trámite y que espera que no demore más allá de setiembre próximo.
Mientras eso sucede, Mohammed se gana la vida ayudando en la panadería Musmanni del centro de La Cruz. Ahí le permiten empacarle el pan a los clientes y recibir propinas a cambio.
Nos bastaron 20 minutos afuera del local para ver cómo la gente de La Cruz ya sabe cuáles son las tareas del ghanés y cómo esperan ser atendidos por el que hace casi dos años era un completo desconocido.
Para qué juzgar
Ni Mathew ni Mohamed tienen en sus planes quedarse a vivir el resto de su vida en Guanacaste o en Costa Rica. Y no es porque crean que nuestro país no es suficiente. Por el contrario, su cariño para el pueblo de La Cruz parece profundo.
“Este es un gran país, no quiero que piense mal, pero si tenemos a Canadá en mente es porque creemos que ahí nos puede ir mejor. Hablo bien inglés y ahí hay oportunidades”, comenta Mohammed.
Mathew sentencia: “Guanacaste me ha tratado muy bien, me han tratado como si fuera parte de una familia”.
La Cruz, por su parte, parece ser un pueblo merecedor de esos elogios.
Gregorio Ortiz, oriundo del cantón y con más de 70 años, dice estar acostumbrado a ese ir y venir de “gente de otros países”, pero que en el caso de “los morenos” pasó algo particular: “ya uno sabe quienes son”.
Según él, así piensa la mayoría del pueblo en La Cruz y, también según su percepción, este cantón fronterizo no molesta a los visitantes, es más, se les entiende.
“Ellos abandonan su país. Uno no sabe lo que es eso y tampoco sabe si algún día un conocido de uno va a tener que pasar por eso. Yo pienso que todos tenemos derecho a vivir, y a vivir bien”, comentó Gregorio en la banca del parque central de La Cruz mientras justamente un grupo de unos cinco inmigrantes caminaba frente a nosotros.
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