General, Espiritualidad

La desafortunada gracia de lo habitual

Seguro que hoy Ustedes despertaron como Yo, con alegría por la sorpresa de ayer y con algo de tristeza por la muerte de don Beto. Se estiraron, enjuagaron su boca, caminaron hacia la cocina, tomaron una ducha y comenzaron un día más, ¿con poca gracia?. Los quehaceres ocuparon la mayor parte de su día y todo pareció normal, desprovisto de asombro, monótono y quizás hasta aburrido.

¿Es una desgracia habituarse a las gracias comunes? Perder la capacidad de maravillarse con algo por el simple hecho de ser cotidiano o común, le resta encanto a la vida. ¿Será necesario dejar de lado algunas de esas gracias para poder valorarlas?.

No.

El día sigue y en su trabajo -ese que tantos otros añoran- o el festejo, la casa o finca, alguien le recibe con una sonrisa. A la hora del almuerzo sus sentidos se deleitan con el aroma de la comida, comparte la mesa con su familia o un buen amigo y hasta ahora nada parece extraordinario. Es noche y regresa a casa. Tal vez lea algo, o escriba una carta para alguien que hace tiempo no ve. Siempre es bueno cultivar las relaciones. Una buena amistad no pide nada a cambio salvo mantenimiento. De pronto su teléfono suena: conversa, ríe, cuelga. Escribe algunos correos, unos cuantos mensajes correspondidos, mira la tele, y cuando llega el sueño decide rendirse y dormir. Salud, buena compañía, abrigo y alimento, son parte del selecto club de las desgraciadas gracias habituales.

No debemos mal acostumbrarnos a las gracias comunes, a la dicha ordinaria que no por eso es menos importante. Algunos hábitos -por buenos que parezcan- pueden hacernos desagradecidos o indiferentes ante la dicha propia o la desgracia ajena. Cuando caemos en el juego de obviar la gracia de lo habitual, perdemos la perspectiva que otros tienen de nuestra fortuna y la empatía -tan necesaria en estos tiempos- se pierde en el limbo de la indiferencia. No se trata de dejar algo para valorarlo, sino de detenerse a reflexionar por un momento en ese valor, poseyéndolo, sin tener que dejarlo necesariamente. La verdadera realidad, la más genuina, consiste en revelar esas cosas simples y sorprendentes que mantenemos cubiertas por el hábito que nos impide ver su grandiosidad.

Seguro que al llegar el próximo fin de semana podrá salir a caminar y el verde de los árboles no le dirá mucho, tal vez nada. Los pájaros que cantan y Usted puede oír, no tendrán novedad alguna como tampoco la tendrá el viento que sopla o la lluvia que cae. El río y la playa estarán siempre allí; nada tienen de especiales, aunque la muerte sea un hábito colectivo que no solo es propio de los humanos o los animales. Todo tiene un fin, y no es cierto que la eternidad lo perdone todo. Prefiero sentir antes que comprender.

Quizás ahora no entienda la gracia de este texto y le queden más preguntas que respuestas. Si el hábito es un animal que llevamos dentro, matémoslo para nunca dejar de maravillarnos con lo cotidiano, que el único hábito que no debe morir es el de la gratitud constante.

Que la vida no se vuelva un hábito jamás, que sea siempre una maravilla. Al fin de cuentas, es de bien nacidos el ser agradecidos, que la gracia no es poca cosa sin importar donde esté.

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