Los fuegos que combatió en los últimos 20 años fueron muchos. Los paisajes de lomas negras y animales calcinados también. Algunos incendios fueron de día, otros de noche, pero basta con escuchar sobre el último que ella misma aplacó para empezar a entender quién es.
Era un incendio hambriento que devoró por tres semanas los cerros cercanos a su casa. Un terreno quebrado, inaccesible, ubicado en el cantón de La Cruz conocido como El Hacha. Lucrecia dormía de día y lo combatía de noche, cuando el sol daba tregua.
La última vez que fue al campo a contener las llamas batalló durante toda la noche y no paró cuando llegó la mañana. El calor la golpeó tan fuerte que cuando volvió a su casa el cuerpo le colapsó: la tumbó una fiebre que la mandó a la clínica. La montaña y ella ardían como si fuesen una sola cosa.
Lucrecia Pastrana Pastrana tiene 61 años, es la bombera voluntaria de mayor trayectoria dentro del ACG (Área de Conservación Guanacaste), el primer área de conservación del país fundada hace más de 30 años. También es responsable de fundar una de las primeras brigadas de bomberos voluntarios en el Área. Lo hizo donde la encuentro hoy, un lluvioso día de setiembre, en el pequeño poblado de La Cruz donde vive llamado Colonia Bolaños, al que llegó cuando tenía 38 años.
Vivir entre las brasas
Toda la propiedad de Lucrecia es un edén de árboles frutales y plantas ornamentales. A un costado de la casa hay un corral vacío y a su alrededor corren libres los gansos y las gallinas.
Su lugar favorito es una hamaca bajo la sombra de dos árboles de jocote. Ahí la encuentro tumbada cuando llego a las 10 a. m., pero tuvimos que huir por la amenaza de lluvia. Refugiada en el corredor de su casa, rememora cómo ha sido la lucha por cambiar a su comunidad, algo en lo que ha invertido hasta su propia salud.
“La gente ya estaba acostumbrada a ese montón de humo y esas quemazones”, recuerda Lucrecia. El fuego era un elemento más dentro del paisaje, algo cotidiano.
Cuando estaba por extinguirse el siglo XX, el coordinador de Programa de Manejo del Fuego del ACG, Julio Díaz, visitó Colonia Bolaños. Necesitaban encontrar un líder comunal que los ayudara a formar una brigada justo en este lugar, reconocido por ser el que más incendios provocaba cerca del Parque Nacional Guanacaste.
Fue ella quien sirvió de enlace entre el ACG y la comunidad para reclutar personas que conformaran la brigada. “Duramos unos años, no crea que fue rápido”, cuenta Lucrecia. Uno de esos reclutados fue su mismo esposo, Juan López.
El carro que viene a dejar a Juan para frente a la casa, él dice adiós y camina hacia donde estamos. Es un hombre grueso, con un tono de voz agudo. Antes trabajaba en construcción y acostumbraba acompañar a cazadores al monte en busca de animales, pero hoy es funcionario del SINAC, viene llegando de su jornada laboral de diez días en el Parque Nacional Santa Rosa. Le tomó varios incendios y conocer al resto del equipo para convencerse de que la cacería y la inacción no tenían futuro.
“Un amigo que ahora también es brigadista me dice: Juan, si nosotros hubiéramos seguido en esas hoy ya no quedaría nada… ¡nada!”, y va enumerando todas las especies que salían a cazar: ardillas, culebras, venados, conejos y casi todo lo que respirara.
Lucrecia y Juan recuerdan que al inicio apagaban los incendios a punta de ganas e improvisación. Corrían al campo a atacar el fuego con machetes, “moños de hojas verdes” y botas de hule que terminaban derretidas. “A lo bruto, mejor dicho, pero lo lográbamos con tal de que el fuego no se esparciera”, agrega Lucrecia, que a ratos habla con la determinación de una estratega y después con la calidez de una abuela.
Funcionarios del ACG empezaron a ir a la escuela a dar charlas sobre la protección de los ecosistemas que envuelven su comunidad. Varios de los niños que recibieron esas lecciones ahora son los adultos que mantienen la brigada activa.
Lucrecia es una mujer, pero también es una semilla. Su jardín crece hacia la montaña como si de aquí brotara todo lo demás. Junto con las plantas, también nacieron tres generaciones de bomberos voluntarios. Hijos, hijas, nueras, nietos y nietas que aún siguen sumándose.
Los 61 años ya le dibujan algunas arrugas en la cara morena, pero su pelo se mantiene negro, como dibujado con el carbón sobre el cual ha caminado tantas veces.
La misma comunidad ahora funciona como sus ojos pues los vecinos son le informan cuando parece andar mal. “La gente me llama: doña Lucrecia vea que tal cosa aquí, entonces yo ya llamo a los del parque. No necesito salir.” asegura.
El fuego que se concentra
Este año, las 503 hectáreas del Refugio de Vida Silvestre Junquillal, un bosque a 15 km de donde vive Lucrecia, ardieron de punta a punta. Desde el año 2000 no se registraban tantos incendios como este año. Lo más importante: todos los incendios, según Minae, fueron provocados por acciones humanas.
Eso es lo que a mí me entristece más. Ver cómo se destruye el campo con el fuego. Queda como muerto aquello”, dice Lucrecia sin parpadear.
Lucrecia que ha cargado con todas esas consecuencias en su propio cuerpos. A ella le comenzó un asma tiempo atrás que la ataca cada par de años, dice, y por eso debe inyectarse medicamento de forma periódica.
Pero Lucrecia asegura que lo repetiría todo de nuevo: el fuego, la educación, convencer a su marido, a los vecinos. Ahora su trabajo está más centrado en campañas de reciclaje, charlas en escuelas, e instalación de basureros en la comunidad. También es presidenta de la asada de Colonia Bolaños y del comité de educación de la escuela
Es que el esfuerzo de todos estos años es notorio. El mismo pueblo en el que antes estaba rodeada de potrero seco, ahora lo envuelve un bosque secundario y Lucrecia cuenta que ha visto pasar dantas y chanchos de monte. “La labor ya la cumplí. Ya está hecha”.
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