“Hila y Reta” es la canción número 12 del disco “Un día lejano” de Malpaís. Está escrita como una retahíla y es obra de Jaime Gamboa. Es simpática. Es jocosa. Tiene aire de parrandera. Suena a Guanacaste.
Hay un par de líneas que dicen: “que me dé el sol nicoyano, por toda la eternidad”. Es posible que cuando Jaime las escribió, pensara en la rima, en la cuadratura y en el sentido de las palabras, pero también, como cualquier artista, plasmó un anhelo perenne: descansar en Nicoya.
Gamboa no es nicoyano ni cédula cinco. Nació en 1964 en la capital, pero vivió en un vaivén entre San José, Heredia y San Ramón. Sin embargo, las vacaciones no cambiaban de destino: siempre visitaba a la familia en Nicoya.
“Psicológicamente nuestro centro siempre estaba en Nicoya. Éramos como gitanos, cambiábamos de casa a cada rato, pero la relación con Nicoya era muy poderosa”, recuerda Jaime.
De su familia nació la estrecha relación del bajista de Malpaís con la provincia guanacasteca. Por eso, cuando le preguntan de dónde es, su respuesta es contundente:
“Yo me siento de Nicoya. Esa es mi cuna. Ese es el lugar donde yo quiero que mis huesitos vuelvan. O cenizas. Lo que sea que quede de mí, me gustaría que quedara allá”.
El Polaco y la Chola
Los genes de Jaime están revueltos. Su abuelo Jaime Goldenberg nació en Bielorrusia. Llegó a Nicoya después de la primera Guerra Mundial y, como buen polaco, juntó dinero para comenzar a construir su capital.
En un viaje en lancha de Puntarenas a Bolsón conoció a la mujer de su vida: la abuela Esperanza Guevara, una liberiana de Guardia.
“Todavía recuerdo en la esquina de la sala, aquel bromoleo, esos retratos pintados que hacían antes, de mis abuelos. La chola con el blanco de ojos claros, era muy gracioso”.
De esa pareja nació Olga Goldenberg, mamá de Jaime y del fallecido Fidel Gamboa. También nacieron los reconocidos músicos Max y Paco Goldenberg.
Es por ese mix genético que Jaime tiene los ojos claros. Cuando estaba chiquitillo, en Nicoya, le decían el Polaquillo. Otros lo llamaban “el gato con botas”, pues nunca se apeaba unas botas de cuero que tenía. Ni para la mejengas.
Además del gusto por la música, de su familia también heredó la pasión por las letras. Su mamá, Olga, es poeta, mientras que su papá Francisco Gamboa, quien ya falleció, era periodista.
Jaime estudió literatura y lingüística en la Universidad Nacional; de ahí su facilidad para escribir canciones con Malpaís. Aunque con su banda está cocinando un disco con nuevas canciones, el músico tiene una vida paralela. Jaime también es gerente de mercadeo y comunicaciones de Visión Mundial, una organización cristiana que promueve el bienestar de la niñez.
Boceto para Esperanza
Donde hoy está el Banco Nacional, en el centro de Nicoya, ahí estaba la casa de la abuela Esperanza. Esa era la casa en la que Jaime jugaba bola y se trepaba a los árboles de mango con Fidel, el hermano.
Cuando el aire tenía
rastros de azul,
en el patio cabía
toda la luz.
Llévame donde pueda,
abuela, dormir,
Si fueras a volver, llévame allí.
(Fragmento de Boceto para Esperanza, letra Jaime Gamboa).
También, ahí empezaron a vivir la música de cerca. Los tíos Max y Paco sacaban la guitarra, la flauta dulce y un cuatro venezolano (un instrumento de cuerda) y no paraban de hacer música por horas.
Con los tíos, tanto Jaime como su hermano Fidel conocieron el repertorio guanacasteco. También exploraron ritmos de la provincia. Tanto que muchos de sus compañeros del Conservatorio Castella les llegaban a preguntar cómo hacían para tocar ciertos acordes.
“Nosotros éramos muy orgullos de esa herencia guanacasteca. Nos parecía que había algo de mucho valor ahí y que era algo nuestro. De ahí fue donde sentimos un distanciamiento del mainstream cultural”, dice Gamboa, quien habla siempre en plural recordando a su hermano Fidel.
Con unos añillos más, las cantadas se transportaban a Sámara. Ahí el tío Paco tenía conocidos en algún palenque, donde se cuadraban a cantar “tieso y parejo”.
“En aquellos años, Sámara era un paraíso para nosotros chiquillos”.
Jaime todavía se muere de la risa al recordar las odiseas que implicaba en su infancia un paseo de Nicoya a Sámara. Lo que hoy puede ser un viaje de 40 minutos, en aquellos años representaba cuatro horas de camino.
“El camino a Sámara tenía 16 pasos de río. Nosotros los llegamos a contar. Más de una vez el carro se apagaba en medio camino, entonces había que esperar a los bueyes para que lo jalaran a uno. Había siempre gente pegada en los ríos. Era toda una aventura”, cuenta el músico.
Conforme crecía en edad, ya el viaje a Sámara no tenía tanta peripecias, así que se aventuraba solo y sin un cinco en la bolsa a dormir en una lancha que tenía el tío Paco. La comida la resolvía trabajando como mesero en restaurantes de la zona.
No conozco a Guanacaste con rótulos en inglés
La “Hila y Reta” de Jaime no solo es un homenaje a la provincia. También es crítica, pues así es él también, sobre todo cuando siente perder la Guanacaste que lo vio crecer.
“Me sigue indignando. Ni siquiera te hablan a vos. For sale, por todo lado. Pucha. Me dan una ganas de decir: tenemos hambre, necesitamos vender, los propietarios no somos ricos, pero nuestra cultura, nuestras raíces no están en venta”, dice.
Hay muchas cosas que han cambiado para Jaime, pero hay otras que las goza igual. Una de ellas es conversar con su tío Max en el corredor de su casa en Nicoya: su lugar favorito de todo Costa Rica.
Cuando Jaime se trepa al quiosco de Nicoya para un concierto de Malpaís, no solo piensa en que las calles de la Ciudad Colonial lo vieron crecer sino que fueron y siguen siendo su musa para muchas “hilas y retas”.
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