Hilda García y Etelgive López levantan todas las mañanas una muralla de tortillas, chorreadas y tamal asado frente a los Tribunales de Justicia de Nicoya. Estas primas hacen comida para venderla desde que tienen 14 y 15 años. Se sientan durante 12 horas al día sin importar si hay lluvia o sol para vender sus productos y los de cuatro mujeres más.
Todas tienen vidas similares: trabajan desde muy jóvenes, no están inscritas como trabajadoras independientes ante el seguro social, tampoco llevan una contabilidad formal y periódica de sus gastos e ingresos.
“Un día bueno se gana entre ¢10.000 y ¢15.000 mil colones”, cuenta Etelgive desde la caja de plástico donde espera sus clientes. Todos los días son diferentes e impredecibles pues no existe el salario fijo en la calle, pero “toca salir a pulsearla” me dicen.
Nueve de cada 10 empleos creados entre diciembre de 2017 y diciembre de 2018, son informales. El informe Situación Actual y Tendencias del Empleo en Costa Rica de la UNA señala también que el 70% de esos nuevos ocupados informales son mujeres, lo que se traduce en una mayor precariedad del empleo para ellas.
En el caso de Guanacaste el 47% de las mujeres que trabajan, lo hacen en el sector informal.
“Yo estudié hasta sexto grado porque en la situación que nosotros vivíamos antes no nos dio capacidad para seguir en el colegio”, dice Etelgive. Su respuesta parece calcada a la de Hilda, quien asegura que sus dos hijas mayores tampoco fueron al colegio.
El mismo análisis de la UNA afirma que la informalidad se presenta en mayor medida entre quienes poseen menor nivel educativo, siete de cada diez de las personas que tienen primaria incompleta o menos, tiene una ocupación sin garantías de ningún tipo.
Yerlin Rodríguez, de 23 años, es otra de las vendedoras, quien aparece pedaleando bajo el sol de media mañana. Cuenta que se levanta todos los días a la 1 a. m. para preparar 40 paquetes de chorreadas y 15 de yoles, toma el bus de Hojancha a las 5:50 a. m. y los trae al puesto de Hilda y Etelgive para que se los vendan. Luego se sube a la bicicleta que le prestan para terminar de entregar el resto de su producto por todo el centro de Nicoya.
Así fue como se pagó sus estudios desde los 14 años, cuando le vendía comida a los profesores para poder terminar el colegio. Ahora lo sigue haciendo “para poder sobrevivir”.
“He trabajado en sodas, pero me gusta vender esto porque trabaja uno en lo propio y gana más en menos tiempo”, asegura. Ella es responsable de sus gastos y los de su hija de dos años, Samantha.
El suyo es un trabajo incierto y, según sus relatos, muy inseguro. Dice que la han asaltado tres veces y que intentaron secuestrarla en otras dos ocasiones. Además, ahora está pensando en cómo se pagará el seguro independiente.
El informe advierte que si estos empleos no se formalizan, más personas necesitarán servicios de salud gratuitos y apoyo social para sobrevivir, cosas que necesitan de mucho gasto público para sostenerse.
Los economistas de la UNA aseguran que urge desarrollar la formación técnica como una alternativa a la educación profesional, también recomiendan evaluar los costos de la seguridad social y si las condiciones para formalizar los trabajadores independientes son muy engorrosas.
Antes de subirse de nuevo a su bicicleta Yerlin cuenta que le gustaría estudiar para ser farmacéutica y así, romper un ciclo que parece repetirse generación tras generación.
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