Este tipo de casas, que se empezaron a construir a finales del Siglo XIX, tiene diseños que responden a las necesidades y peticiones del dueño, pero con elementos en común que las distinguen, como las ventanas estilo “guillotina”. La altura estándar para las casas de un piso era de cuatro metros (a excepción de las grandes casonas), con techos triangulares de teja que más adelante se cambiaron por latas de zinc
A pesar de la falta de conocimiento, es evidente la noción de gravedad de algunos de los maestros de obras de estas casas, pues a pesar de no tener muchos clavos, como si fuera un rompecabezas, las piezas de madera se acoplan una sobre la otra sosteniendo la estructura durante desastres naturales y el paso de los años.
En el año 1954, Miguel Araya Venegas se enamoró de esta casa en el Barrio La Cananga desde el primer momento en que la vio. La casa fue elaborada con madera fuerte de pochote y aunque se desconoce su fecha de construcción, se mantiene firme en su estructura original. La actual dueña es Vilma Araya, quien es hija y heredera del profesor./
Una ventana abatible hacia adentro de la casa del profesor Araya, funcionó alguna vez como pulpería en el barrio La Cananga de Nicoya.
Siendo más que un detalle decorativo, el petatillo es otro elemento común que ayuda a la ventilación de este tipo de estructuras.
La arquitectura vernácula guanacasteca está llena de detalle. La fachada típica consistía de ventana-puerta-ventana, y de acuerdo a las proporciones de la casa este patrón se repetía más de una vez. En su época, las casas eran color madera pero hoy en día se suelen recubrir con pinturas de colores brillantes para preservarlas por más tiempo, una característica que forma parte del encanto de su fachada.
El interior de las casas que siguen con vida muchas veces se conservan como altares a la memoria. Las áreas sociales y algunos rincones atesoran fotos, pinturas o retratos que sirven como recuerdos.
La nobleza de la madera utilizada en la construcción, es una de las razones por las cuales algunas de estas casas se mantienen en pie aún más de 150 años después. Construidas con madera bruta traída del monte, labradas con sierra de mano, machete o hacha; como el Pochote, Guayacán Real, Cocobolo o Guanacaste, especies que hoy en día están extintas o se encuentran en peligro de desaparecer.
La Pensión Pamera ubicada en Santa Cruz fue construida entre 1940 y 1950 para acoger a los viajeros entre Nicoya y Liberia, una estructura que ocupa casi media cuadra. Esta estructura es una de las muchas casas locales que están destinadas a desaparecer con el tiempo pues en Santa Cruz así como en Nicoya ninguna casa ha sido declarada como patrimonio histórico arquitectónico.
Parte de un detalle hecho a mano con machete artesanal decora el balcón de una casona santacruceña por fuera.
Un llavín original de estilo “Art Deco” es evidencia de que aunque la construcción de estas casas era meramente criolla, tampoco era imposible escapar de las influencias que dejaron los europeos en la zona.
Esta casona en Santa Bárbara de Santa Cruz perteneció a un gran terrateniente de la zona llamado Salvador Grijalba. Tiene más de 150 años y hoy en día la actual dueña, Clara Padilla, lo mantiene funcionando como museo con muebles de la época y como parte de una de las atracciones de la ruta Chorotega del turismo rural. En tiempos pasados fue un cine, una escuela, un teatro, cantina y pulpería. Construida con madera de guayacán real, pochote y cedro de monte.
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