Lejos de lo que propios y extraños piensan, promueven e incluso se jactan al punto de haber quedado plasmado en las más bellas canciones, Guanacaste, no es sólo un bosque seco, ni mucho menos una pampa. Es decir, no es una región plana semi desértica de vegetación achaparrada; si fuese eso, sin duda también tendría su encanto, pero sobre todo no estaríamos en el paralelo 10° norte del Ecuador y 84° oeste del Meridiano de Greenwich, sino en Suramérica y en lugar de los maravillosos sabaneros y todo lo que nuestra cultura encierra, seríamos entonces descendientes de los gauchos.
Aclarado esto, es importante indicar que de las doce zonas de vida que existen en Costa Rica, cinco están presentes en Guanacaste. Se trata de zonas geográficas definidas por parámetros de precipitación, elevación y temperatura más o menos homogéneos que posibilitan la existencia de ecosistemas específicos. Ecosistemas que son el hábitat de especies vegetales y animales y por supuesto también del ser humano.
El bosque seco o caducifolio es una zona de vida que corresponde a menos del 10% de nuestro territorio nacional. Básicamente se localiza en algunos sectores en el cantón de La Cruz, Liberia, Cañas y una pequeña porción en las inmediaciones de Brasilito de Santa Cruz.
Alrededor de un 40% de la provincia está ubicada dentro de la zona de vida del bosque húmedo tropical (bh-T), reconocida como el bajo Tempisque (desde Guardia, la Guinea, Bolsón, Ortega, Ballena, Bebedero, Puerto Humo y San Juan de Nicoya, incluyendo los manglares de la desembocadura del Tempisque en el Golfo de Nicoya) y por aquello de una anexión verdadera, si consideramos los territorios de condiciones biogeográficas y climáticas similares de Cóbano, Lepanto y Paquera (territorio reconocido históricamente como de Guanacaste), dicho porcentaje bien podría elevarse hasta el 60%.
Tenemos el bosque muy húmedo tropical (bmh-T) en las partes altas de la península de Nicoya, específicamente entre los 700 y 1.000 metros sobre el nivel del mar (m.s.n.m), desde la Fila Cenizosa, el Cerro Brujo y Vista al Mar de Santa Cruz, pasando por Cerro Negro y Kiriman de Nicoya, Monte Romo de Hojancha, hasta Cerro Azul de Nandayure. Esta zona es internacionalmente reconocida como la zona cafetalera de Guanacaste, junto con otra porción de esta misma zona de vida localizada en las faldas de la cordillera de Tilarán y parte de la Cordillera de Guanacaste.
Finalmente, en los sectores medio altos y en las cúspides de la cordillera de Guanacaste encontramos los bosques muy húmedos premontanos (bmh-P) y bosque pluvial premontano (bp-P) precisamente en los volcanesTenorio, Orosí, Cacao y el Rincón de la Vieja con una altura máxima de 2.028 msnm. En resumen, más del 60% de Guanacaste se encuentra arriba de los 500 m.s.n.m.
Propongo entonces, en honor a la celebración del Bicentenario de nuestra patria, cambiar la visión romántica y distorsionada del paisaje guanacasteco para reconocer una realidad poco declarada. Lo cierto es que la cuenca del río Tempisque, con 5.455 kilómetros cuadrados, es la más extensa de Costa Rica. Lamentablemente fue la cuna de la agricultura extensiva en el siglo XX y con ello, el escenario de los mayores desastres y desperdicios socio ambientales y económicos de la historia patria. No en vano, desde los años noventa la cuenca hidrográfica muestra un balance hídrico negativo debido a que en el bajo Tempisque se explota más agua de la que naturalmente puede producir.
Primero, para hacer las sabanas antrópicas que requería la gran hacienda ganadera y luego, a mediados del siglo XX, dichas extensiones fueron requeridas para la ganadería extensiva merced al mercado de la carne promovido para abastecer a las tropas de EEUU en la guerra de Vietnam. También para promover ya en la década de los setentas y en adelante, la mal llamada revolución verde o la Guanacaste agroindustrial con la siembra de algodón, caña y arroz e incluso de la mano del Estado empresario con empresas fallidas como la Central Azucarera del Tempisque (Catsa) y Algodones de Costa Rica (Alcorsa).
Posteriormente, las tierras fueron utilizadas como parte del fomento agropecuario de monocultivos impulsado por la banca estatal (a punta del abuso de agroquímicos) y las instituciones del ramo, mismo que finalizó en la destrucción de la cultura agrícola local y la adopción de pésimas prácticas agropecuarias, comunidades y entornos enfermos y en la lamentable concentración de tierras en manos de más y nuevos terratenientes.
Fuimos la primera provincia en destruir nuestros principales activos socioeconómicos, como la cobertura boscosa de suelos sin capacidad de uso agrícola ni forestal (por ejemplo, de la década de los cuarentas a los setentas no quedaron bosques en pie en la Península de Nicoya, incluyendo las zonas altas, 5.000 hectáreas al año fueron deforestadas y quemadas, generando pérdida de suelos, contaminación de acuíferos y pérdida de diversidad; todo a cambio de diásporas, más pobreza y mala calidad de vida).
Ahora, si bien Guanacaste por sus lamentables circunstancias organizacionales y políticas, ha sido históricamente depredada, lo cierto es que también, producto del desastroso fracaso de ese modelo de desarrollo y de algunas políticas públicas orientadas al desarrollo sostenible y cambio en las formas y tecnologías productivas asociadas a la nueva economía de servicios, la provincia hoy puede presumir (excepto en la zona del bajo Tempisque) de una lenta pero franca recuperación de sus activos naturales, sobre todo en las zonas altas y medias de la cuenca del Tempisque.
En contraposición al panorama general descrito, es también lamentable saber que perdimos miles de hectáreas de suelos de vocación agrícola de muy buena calidad por falta de uso y apoyo institucional a un verdadero desarrollo rural integrado.
En consecuencia, aclaro, no se trata de no utilizar nuestros recursos, sino de utilizarlos correctamente. Dicho de otra manera, de acuerdo a su capacidad de uso. Tema que, por razones obvias de espacio, podría ser ahondado en otro momento y que tiene total y absoluta relación con la principal de las competencias de nuestros gobiernos locales, que es la del ordenamiento de sus territorios. Esto está asociado a necesarios planes de desarrollo estratégico, gerencial y operativo, con sentido espacial y temporal, y a la ejecución de todas sus demás competencias operativas.
El punto es que hoy Guanacaste, además de haber sido siempre ante los ojos del mundo la identidad del folklore de Costa Rica, ofrece parques nacionales con recursos de historia geológica, natural y cultural conspicua e incluso nombrados patrimonio de la humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés). Tal es el caso de los parques nacionales Santa Rosa, Guanacaste, Barra Honda, Diriá, Rincón de la Vieja, Volcán Tenorio, Volcán Miravalles, Volcán Orosí, Palo Verde, Marino Las Baulas y el Refugio Nacional de Vida Silvestre Ostional, así como otras áreas silvestres no menos importantes como Iguanita, Llanos del Cortez, Camaronal, entre otras.
Sus características biogeográficas y climáticas mixturadas con las particularidades intrínsecas de su cultura local han dado como resultado y distinguen a la provincia: cuenta con una de las cinco zonas azules del planeta, es la región del país que genera más divisas por turismo ⎯la actividad económica más importante de Costa Rica⎯, y gracias a sus recursos hidroeléctricos, eólicos, solar, geotérmicos y biomásicos aporta el 40% de la energía limpia que consume Costa Rica.
Nuestra provincia, aunque ya no es mal llamada el granero de Costa Rica, se perfila como la cuna de la agricultura, forestería, ganadería y pesca de precisión o agroindustria de alta tecnología (Tech 4.0) del país y, como si fuera poco, ostenta la más extensa bella, rica y biodiversa zona marino costera y plataforma marina de Costa Rica.
Quizá entonces, sería necesario, oportuno y conveniente en esta fecha del Bicentenario, plantearnos la pregunta de cómo es que después de los agresivos y violentos procesos coloniales, los 200 o más años de la huella de las grandes haciendas y las componendas entre la oligarquía cafetalera y los ganaderos ausentistas, pasando por la mal llamada revolución verde o mecanización de la agricultura y ahora la Guanacaste de los servicios turísticos y tecnológicos, seguimos padeciendo los mismos o mayores flagelos del subdesarrollo.
Finalmente, es justo decir que la Guanacaste que hoy tenemos no la destruimos solos ni la construimos solos, hay muchísimos costarricenses y extranjeros haciendo patria aquí en esta tierra pluricultural en la que sobresale, sigue sobre la mesa y persiste la pregunta, “¿qué vamos a hacer con tanta capacidad de resiliencia y tanto potencial?”. Sin duda, este cuestionamiento sigue tan o más vigente que en la época de don Francisco Vargas Vargas y la gesta del partido Confraternidad Guanacasteca en la década de los años cuarenta del siglo pasado.
Dejo pues abierta la discusión sobre los elementos básicos de la planificación y reconstrucción de Guanacaste, formulada desde Guanacaste, es decir sobre el qué, cómo, cuándo, dónde, quién y con qué. En ese sentido, me atrevo a adelantar que sólo con una optimización del uso de nuestros suelos, con un enfoque de eficiencia energética, la aplicación de tecnologías 4.0 en nuestra educación y en todas nuestras formas productivas, y claro está con el respeto a nuestra cultura local y sin dejar la esencia de lo que somos, podremos formar un capital humano robustecido para superar los desafíos de los nuevos tiempos.
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