Este cuarto donde estamos tiene tantas cosas apiñadas que siento que podrían derrumbarse sobre nosotros sin avisar. Con la puerta y las ventanas cerradas, lo único que rompe la oscuridad absoluta en esta escena claustrofóbica es la luz de un celular que ilumina desde arriba una imagen de la Virgen de Guadalupe.
Los miembros de la familia Ali Hernández miran a la estatua con su nuevo vestido, tomados de las manos, como si presenciaran un milagro. “Yo quería vestirla. Mi hermana me dijo: pulseala, tal vez la Virgen quiera que vos la vistás, yo te ayudo”, cuenta Elizabeth Hernández, quien por muchos años se ofreció a ponerle flores a la Virgen para que le hiciera el milagro poder ser madre.
Cuando todo esté listo para salir en procesión desde la casa, Víctor, el único hijo de Elizabeth caminará tocando el tambor junto a la virgen.
Hoy es 11 de diciembre y los preparativos para la fiesta de la Virgen de Guadalupe empiezan desde temprano con tres personajes como protagonistas: esta imagen de la virgen, una muñeca de madera y una yegüita de cedro.
Gerardo Cárdenas (conocido como Tito) es el encargado de vestir a la yegüita y a la muñeca; el Capitán de toda la jornada. Bien temprano, es él quien lleva a la muñeca donde Elvetia Bertarioni, la encargada de comprarle el vestido a la niña y la portadora del título “patrona de vestir a la muñeca”.
Este proceso no está permitido para los ojos masculinos: “dentro del cuarto sólo pueden haber mujeres, usted sabe… ella es una señorita”, me habían dicho por teléfono. Por eso, tuve que esperar en el garaje donde se llevaba a cabo un rosario amenizado con música de marimba.
Una vez mudada la muñeca, Tito cruza el centro de Nicoya con zancadas largas para ir a vestir a la yegüita. Mientras me esfuerzo por seguirle el paso, Tito me cuenta que su maestra de kínder le enseñó a bailar a la yegüita y también explica en qué consisten las fiestas en honor a la Virgen de Guadalupe: que se celebran cada 11 y 12 de diciembre, que la leyenda cuenta que una yegua enviada por la virgen separó a dos hermanos que se iban a matar, que la comida, que los nombres… para un novato en el tema como yo, se necesita un glosario al lado.
Mayordomos, nacumes, nizquezadoras, priostes, diputados, patrones, escribanos, mantenedores, comisarios, alguaciles no son ni la mitad de los puestos que enumera como en automático.
Estos puestos se definen cada noviembre desde hace casi 500 años dentro de la Cofradía de Nuestra Señorita Virgen de Guadalupe, un matriarcado de fieles que organiza durante el año todo lo relacionado con los preparativos de las fiestas a la Virgen. Allí solo las mujeres votan, aunque en los cargos también pueden ser ocupados por hombres.
Una casa esquinera y pequeña con pinturas de vasijas chorotegas en su fachada es la base de operaciones de la Cofradía, que se llena hasta el tope durante las fiestas. No es para menos: por tradición indígena, se regala toda la comida.
“Si la gente quiere repetir, que repita, esto es del pueblo”, dice María Félix Obando, la mayordoma de este año.
Todos los años, Nicoya combina estos rituales antiguos donde todo el pueblo se reúne como una gran tribu a compartir bebidas indígenas que toman en jícaros, bailar al ritmo de una melodía centenaria de pitos y tambores que se transmite de generación en generación, y celebrar la llegada de la imagen la virgen de Guadalupe a Nicoya. Nunca se ha quedado el pueblo nicoyano sin chicheme un 12 de diciembre.
El pueblo de Nicoya celebra en el mes de diciembre una de sus tradiciones más importantes: las fiestas en honor a la Virgen de Guadalupe.
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