La Escuela de Barrio Lajas queda a pocas calles del corazón de Santa Cruz. Está envuelta por alambre de púa herrumbrado y rodeada de calles de lastre con agua de lluvia empozada. Una vez adentro, Elías y Tyra, dos estudiantes de quinto grado, se encargan de mostrarme otro mundo lleno de circuitos, robots y videojuegos creados por ellos mismos.
Elías le pregunta al profe Iván Rosales si me puede mostrar el videojuego en el que están trabajando ahora. Está tan emocionado que se desespera mientras la computadora que comparte con Tyra se enciende. La espera frente al monitor parece una eternidad.
El profesor, mientras tanto, me cuenta que esta escuela está calificada como “de atención prioritaria”. Es parte de un programa del Ministerio de Educación Pública (MEP) que busca mejorar la calidad de vida de los estudiantes de zonas urbano marginales. Él es el encargado del laboratorio de “computación física”, donde enseña a niños desde preescolar hasta sexto sobre programación, circuitos, cables y motores.
“Este tipo de contacto les ayuda a abrirse caminos en áreas donde ellos nunca habían explorado”, me dice Rosales antes de continuar con su clase.
La tecnología empezó a ser una herramienta importante en Barrio Lajas desde hace cinco años, cuando se unieron al programa de informática educativa de la Fundación Omar Dengo. Pero más allá del aprendizaje técnico y matemático, los estudiantes siempre deben responder a la misma pregunta antes de arrancar un proyecto: ¿para qué?
La respuesta es determinante. “Entonces construimos algo para la compañera que tiene otro tipo de capacidades, o salimos a ver problemas de contaminación que hay en la comunidad”, explica Iván.
En los rincones del aula aún se exhiben los proyectos a los que se refiere el profesor. Como la urna diseñada para que un compañero con discapacidad motriz votara en las elecciones estudiantiles. O la maqueta con vocales y números que se activa mediante tacto y aplausos, programada por estudiantes de quinto grado para una niña con parálisis cerebral.
Incluso han equipado la escuela con alarmas contra incendios y bombillos con sensores de calor que se apagan solos, cuando los estudiantes los dejan encendidos.
Pero los proyectos no se limitan solo a los pabellones de la escuela. Al salir a investigar qué problemas hay en la comunidad se toparon con mucha basura. “Entonces nos apuntamos a resolverlo creando un basurero inteligente para motivar a la población a usarlos más”, añade Rosales. Además de este basurero con sensores, que se abre solo cuando alguien se acerca a botar basura, encuestaron a los vecinos para saber cuántas personas reciclan en el vecindario y así aprender a hacer una base de datos en el laboratorio.
Roxana Molina asumió la dirección de la escuela hace siete años. Vinimos a su pequeña oficina a conversar con ella y nos responde de rápido, adelantándose a las preguntas. “Cada vez que participamos en feria científica nos enfocamos en la parte de robótica, y hemos clasificado a nivel nacional”.
Hace tres años ganaron una mención honorífica en la Feria de Ciencia y Tecnología 2016 con su robot Curiosity, que ayuda a las personas ciegas a identificar obstáculos mediante sensores.
La falta de banda ancha y personal docente capacitado en tecnología, son dos de los mayores obstáculos en los laboratorios de la provincia. Pero los resultados que ha visto Barrio Lajas no son mera coincidencia, han destinado año a año en su presupuesto anual un monto para comprar equipo propio y también para sus ferias científicas.
No todos los niños elegirán una carrera de tecnología, pero se sienten motivados con solo tener esta opción. “Me gusta mucho porque así aprendo cosas que tal vez en un futuro necesitaré”, dice Tyra, que se ve trabajando como obstetra cuando sea grande.
O su compañero Elías que, aunque prefiere estudiar leyes como su papá, entiende que al programar y construir algo nuevo, debe hacerlo con propósito. “Esto es para que los niños se motiven a crear robots cuando sean grandes, y que hagan uno que ayude a la sociedad”.
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