Cada sábado, Playa Danta luce inusual. Entre 15 y 30 niños y niñas con las cabezas enfundadas por gorras amarillas y rojas brincan y corren sobre la arena, y se lanzan al agua sin miedo una y otra vez.
“¿Cuál es un peligro que ven en este momento?”, les pregunta el entrenador Ernst Van Der Poll cuando los reúne sentados de cara al mar.
Todos miran con curiosidad a su alrededor buscando a qué se refiere. Algunos creen que es “la marea”, otros “el viento”. Hasta después, uno de ellos acierta: “el unicornio que hay allá”, y señala un inflable a unos cuantos metros.
Van Der Poll les explica que, por el material, ese inflable puede moverse muy rápido por el mar y que eso es un riesgo para las personas que lo están usando.
En un país como Costa Rica, donde los ahogamientos son la segunda causa de muerte accidental, estas gotas de conocimiento comienzan a formar a los salvavidas del futuro.
Lo que está sucediendo esta mañana de enero es la primera clase del programa de entrenamiento Guardavidas Nippers, del proyecto Swim Safe de la organización sin fines de lucro Connect Ocean. Se trata de niños y niñas de entre ocho y 12 años que aprenden a nadar, a reconocer situaciones de riesgo como corrientes marinas, e incluso técnicas de salvavidas y de reanimación cardiopulmonar (RCP).
Guardavidas profesionales les enseñan estas técnicas cada sábado, a través de juegos, teoría y técnicas de rescate. Es una metodología usada en países como Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica, que Ernst Van Der Poll trajo a Costa Rica hace cuatro años. Hasta el momento, Swim Safe ha formado a unos 600 menores de edad.
Es un programa de seguridad acuática y prevención de ahogamientos”, le explica Van Der Poll al grupo. “Pero es importante que sepan que esto no los va a certificar como guardavidas”, le dice inmediatamente a los estudiantes. Sus edades aún no les permiten certificarse.
“Todo lo que aprendemos en salvavidas es para nuestra propia seguridad”, dice Sofía Idarraga, de 12 años. “Si alguien está en problemas podemos ayudarle pero aún no estamos certificados”, cuenta antes de empezar el entrenamiento del día.
Van Der Poll habla inglés. Algunos de ellos le entienden porque son extranjeros o porque asisten a escuelas bilingües, pero de igual forma, el salvavidas Ariel Lafuente va traduciendo cada frase al español.
La organización cobra $240 por el programa de 12 semanas. Y por cada pequeño que pague por las clases, dan el curso gratuitamente a otros niños y niñas de la comunidad, sobre todo a aquellos que asisten a organizaciones de la provincia como Abriendo Mentes, Futuro Brillante y Cepia, que trabajan con familias en situaciones de riesgo.
Cada sábado entre ellos se van conociendo, los que hablan inglés aprenden a hablar español, y los que hablan español empiezan a aprender inglés. Es un intercambio cultural”, nos dice Lafuente.
Un artículo publicado en el 2015 por el centro de investigación Natural Hazards de Colorado, Estados Unidos, contabilizó las muertes por ahogamientos en Costa Rica entre el 2001 y el 2012 y concluyó que los niños y adolescentes entre 10 y 19 años son el segundo grupo más propenso a morir ahogados (después del grupo de entre 20 y 29).
Por eso, más allá de la convivencia en las clases de Swim Safe, que las niñas y niños aprendan desde temprana edad sobre seguridad acuática puede tener un impacto en la reducción de ahogamientos.
En Bangladesh, donde los ahogamientos son la segunda causa de muerte para los menores de 17 años, un programa de natación similar a este coincidió con la reducción de muertes por esa causa en menores de entre cinco y nueve años.
Así lo reveló un artículo publicado por The Atlantic, que retoma un estudio, realizado por el Centro de Prevención e Investigación de Lesiones de Bangladesh. La publicación científica también concluye que cuando una persona aprende a nadar desde que es pequeña, las probabilidades de morir por ahogamiento se reducen en un 96%.
A revertir los números
En el país, entre el 2001 y el 2018 fallecieron 890 personas ahogadas, según los datos más recientes suministrados por el Instituto Internacional del Océano (IOI) de la Universidad Nacional (UNA).
62% son nacionales y 38% extranjeros. Este porcentaje de extranjeros es muy alto”, detalló Laura Segura, directora del IOI, a La Voz de Guanacaste.
Para Swim Safe es imposible medir un impacto cuantitativo en la reducción de las estadísticas de ahogamientos en el país, pero están seguros de que están contribuyendo a crear una cultura de seguridad acuática en cientos de familias a través de sus cursos.
Para empezar, están creando una aplicación de celular para que los aprendices registren experiencias de cómo implementan las enseñanzas de los cursos en su día a día.
Cristopher Rodríguez, un liberiano de 12 años, cree lo mismo.
Todos mis familiares aprendieron a nadar en el río, pero más de una vez han estado en peligro porque nunca fueron a una clase de natación”, cuenta el niño.
Como muchos de sus compañeros, ha llevado el curso varias veces. Esta es su tercera vez. “Esto es más profesional”.
Ariel Lafuente, uno de los instructores, dice que una vez un niño de ocho años le ayudó a rescatar a un competidor de aguas abiertas. “Al competidor lo picó una medusa. Mientras yo llamaba al jet y a la Cruz Roja, él tiró el tubo de rescate para salvarlo y lo jaló hasta el kayak”, recuerda.
En busca de solidez
“Muchos usuarios de la playa (turistas y locales) no prestan atención a las señales de advertencia, y sin socorristas presentes, pueden meterse en problemas con rapidez”, citan los investigadores en el artículo de Natural Hazards.
Para cambiar esas dos realidades, Swim Safe también está liderando la creación de una Federación Costarricense de Salvavidas, en la que puedan estandarizar un currículum nacional de guardavidas (que actualmente no existe), e insistiendo para que el gobierno invierta en educación en el agua.
“Las señalizaciones de corrientes en las playas no son suficientes”, dice Van Der Poll . “Educar en seguridad acuática es la clave”.
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