A Mariana Leiva la vieron, como todos los años, en el tope de las Fiestas de Liberia el domingo 4 de marzo anterior montando a Cacique, uno de sus amados caballos. Los liberianos y visitantes la vieron, quizás sin siquiera conocerla, pero de seguro la vieron, sonriente como siempre y haciendo lo que más le gustaba.
Nadie pensaba ni nadie sabía que el día siguiente a La Negrura, como le decían a Mariana, la iban a matar. Si alguien lo hubiese sabido, si tan solo alguien lo hubiese sospechado, cualquiera la hubiese bajado del caballo y la hubiese llevado lejos. Pero los “hubieses” hoy son solamente escenarios deseados.
¿Quién imagina que la muerte llega en manos de alguien que juró amor eterno? A Mariana la mató su esposo. Fue un femicidio. Uno de los ocho que registra el país en lo que va del año.
Hoy una familia sufre y las mujeres seguimos teniendo miedo. El mismo que tuvieron nuestras bisabuelas, y las bisabuelas de ellas, el mismo miedo que tenemos por lo que las niñas de hoy vivirán mañana si no acabamos con esta violencia en contra de nuestro género que nos está matando.
Carolina “Carola” Córdoba, su mejor amiga, cuenta que Mariana siempre quería hacerse la fuerte y que seguro por eso le ocultó lo que ocurría dentro de las paredes de su casa. Ella y su esposo estaban por cumplir cinco años de casados y no tenían hijos.
Dice Carola que ella ha llorado, pero que justo en ese momento en el que las lágrimas le bajan por los cachetes, la voz de Mariana se le mete en la cabeza y le dice “ay, no seás culiola Carola”. Y entonces le saca una risa repentina en medio del llanto.
Eso era lo que Mariana hacía siempre: sacarle sonrisas a la gente. Detrás de una seriedad y un silencio primerizo, cuando recién conocía a alguien, ocultaba una alegría absoluta. Después de un rato era demasiado amiga, demasiadas risas, demasiado Mariana. Era una mujer de extremos.
Agustín “Chino” Achío, amigo y exnovio, nunca olvidará la primera vez que la besó. Estaban en quinto año del colegio y un compañero le dijo a Chino que Mariana lo quería besar. Él no pensó que fuera Mariana Leiva, su mejor amiga de entonces. Pero ¡sorpresa!, era ella.
Y entonces se besaron y lo siguieron haciendo por los siguientes 11 años.
Chino intenta controlar el taco que se le hace en la garganta mientras dice que es imposible resumir quién era Mariana y las historias que vivió con ella. Como la vez que se fue con ella y con Andrea (la única hermana de Mariana) a Limón a disfrutar de los carnavales.
Esa vez, Mariana tomó el dinero que sus papás le depositaban mensualmente a ella y a Andrea y lo dividió perfectamente para hacer el viaje y poder sobrevivir el resto del mes. Mariana era así: ordenada, planificadora, mandona; mientras que Andrea era todo lo contrario. Por eso hoy, Andrea siente como si hubiesen matado a su otra mamá.
Todas estas historias las recuerdan sentados en la casa de Andrea, un mes después del femicidio. Se reunieron para contarnos quién era La Negrura. Y mientras hablamos, Esteban Leiva, primo de ambas, echa una mirada al carro azul de Mariana y piensa que si ese carro hablara, ¡cuántas cosas contaría!
Cualquier día, Mariana lo llamaba para pedirle que la acompañara a “hacer unos mandados”. Y Esteban sabía de inmediato qué tipo de mandados eran. Ella no se refería a compras de supermercado, sino a una salida flash a un bar para tomarse unas birras.
El carro azul era el testigo de las aventuras de Mariana Leiva. El que su abuelo había heredado a su papá y su papá a ella y a Andrea. En el que ambas se iban de fiesta siendo adolescentes y en el que aún hace un par de meses salían a hacer mandados “de verdad”.
El carro azul ya no contará más historias de Mariana, la ingeniera industrial de 37 años, porque Mariana ya no está. No porque no quiera sino porque su esposo la mató. La degolló y le prendió fuego en su casa, en ese lugar que para muchos es nuestro “lugar seguro”. Ahora el femicida aguarda tras las rejas el juicio que determinará cuánto tiempo descontará en la cárcel, ¿cuántos años de prisión pagan el precio de una vida?
¿En qué mundo vivimos? A las mujeres nos están matando por ser mujeres. Nos están matando lentamente todos los días.
Hace algunos días, Mariana se comunicó con una amiga a través de un sueño. Asomada por la ventana de una casa, en un campo verde y grande. La Negrura sonreía y le decía a su amiga que está bien y feliz, y que algún día volverá para abrazar a todos los que fueron parte de su vida.
Mientras tanto, al retrato de un grupo de amigos le hace falta una carcajada. A una familia le hace falta una integrante. A Guanacaste le hace falta una ingeniera. A todos nos hace falta Mariana, porque aún sin haberla conocido, Mariana no es un número más. Mariana era una vida. Una vida con la que un hombre decidió acabar.
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