En los últimos días de octubre las máscaras de La casa de papel, Michael Myers, Scream, Chucky o el personaje de la serie de Netflix más vista del año se asoman por las fiestas de la provincia.
Por eso, desde hace 25 años el gobierno de entonces emitió un decreto para crear el Día de la Mascarada Costarricense, con la idea de “recuperar y consolidar la identidad cultural” de Costa Rica. O, según el Ministerio de Educación Pública (MEP) para “contrarrestar festejos ajenos a la cultura costarricense”. En pocas palabras: combatir Halloween y todos estos personajes.
Durante este día, el país celebra una mascarada que nació del mestizaje de tradiciones indígenas y españolas en distintos pueblos del Valle Central. Incluso, en abril del 2022 fue declarada como símbolo nacional, pero ¿cómo eran las máscaras de las comunidades indígenas de Guanacaste, esas que existían antes de esta mezcla de culturas?
La Voz de Guanacaste consultó a la arqueóloga y coautora del libro Aliento de barro y fuego, la alfarería milenaria de Nicoya, Anayensy Herrera, y a la antropóloga Pamela Campos para conocer más sobre las máscaras que utilizaron los pueblos indígenas de Guanacaste.
El cráneo de Sámara
Esta pieza de cerámica fue encontrada en Sámara y corresponde al período denominado Tempisque, que abarca del 500 a.C. hasta el 300 d.C. Es uno de los períodos más estudiados de la arqueología costarricense, según el repositorio Kerwa de la Universidad de Costa Rica (UCR).
La máscara hace referencia a un cráneo por la falta de órbitas oculares y la nariz. Herrera explica que los pequeños orificios en los costados de la máscara indican dónde debió amarrarse. Los otros huecos debajo de las mejillas pudieron servir para sujetar objetos como por ejemplo abalorios.
También pudo haber tenido piezas en elementos perecederos como madera, que no se conservan hasta hoy porque el clima del trópico las descompone.
Aunque se sospecha que es una máscara mortuoria (que se coloca sobre la cabeza de los muertos), es imposible determinarlo porque fue “huaqueada” (saqueada en un yacimiento arqueológico).
“Cómo se usaban, cuándo se usaban y qué representaban, la arqueología no puede dar respuesta a eso porque no tenemos el contexto. [Esta máscara] No procede de una excavación arqueológica, sino de un saqueo arqueológico”, explica la arqueóloga.
El libro Máscaras, mascaradas y mascareros de Giselle Chang explica que cuando observamos una máscara o cualquier otro objeto, expuesto en un museo o en otro lugar fuera de contexto, faltan elementos para comprenderlo, asociarlo e interpretarlo. Es decir, el objeto por sí solo no nos dice todo, pues el evento en la cual se utilizaba es fundamental para entender.
Un cocodrilo del Tempisque
Por su apariencia esta pieza pudo ser producida en la cuenca del Tempisque en el período Sapoá entre 800 d.C. y el 1350 d.C. Es una vasija con un personaje que tiene cuerpo de hombre pero cabeza de cocodrilo.
Según Herrera, es muy probable que esta pieza representara algo que ocurría en la realidad. La utilizaban durante una actividad ceremonial religiosa en la que un chamán usaba la máscara para adquirir los rasgos que caracterizaban a ese ser que estaba representando.
“Hay un personaje que viste la máscara y actúa en un ritual, entonces se crea la vasija como una manera representar el valor de ese personaje”, agrega.
La ofrenda fúnebre de Bahía Culebra
En Mesoamérica (parte de México hasta Costa Rica), los muertos eran enterrados con ofrendas de jade, oro y cerámica. Esta figura fue descubierta en una excavación arqueológica en Bahía Culebra, pero es originaria de la isla de Ometepe en Nicaragua. Probablemente representó un ser importante para que acompañara al difunto.
La pieza tiene una gran cabeza puesta encima de la figura humana, tiene sombrero y la boca de un animal, que podría ser un cocodrilo o un jaguar. Por la forma que tiene en su base es posible que se incrustara en algún objeto como un bastón.
“¿Qué significaba? ¿A quién representaba y qué valor tenía dentro de la cultura? Yo no te puedo decir absolutamente nada de eso para ninguno de los tres”, dice la arqueóloga y explica que la información existente sobre estas piezas es “horrorosamente escasa”.
El libro de Chang asegura que en la mayoría de los pueblos se perdió la costumbre de elaborar máscaras a raíz de la colonización europea y la desestructuración de las sociedades y las culturas indígenas.
Una cara para ser otros
Estas piezas eran producidas por alfareros que fabricaban utensilios de uso doméstico pero también por artesanos muy especializados.
“Es solamente un creador que expresa los valores que la sociedad reconoce como importantes”, explica Herrera.
Para la arqueóloga, la mejor forma de distinguir las máscaras en algunas de estas piezas es por sus rasgos antropomorfos: cuerpo humano con cabeza de animal.
El que usa eso deja de ser esa persona y se convierte en lo que está representando en su cabeza particularmente”, cuenta.
Según el libro de Giselle Chang, la máscara constituye un objeto ceremonial, que el ser humano utiliza para identificarse con seres naturales como humanos o animales, pero también sobrenaturales que son significativos de su cultura.
Para todos los grupos indígenas precolombinos el ser radica en la cabeza. Por eso, existía la tradición de cortar cabezas. Cuando se enfrentaban en batallas contra sus pueblos enemigos tomaban prisioneros y les cortaban la cabeza. Así les quitaban su esencia.
“Si vos a una persona le quitás la esencia quitándole la cabeza, poniéndote la cabeza de otro ser entonces te da los poderes, el valor de lo que significa ese otro ser”, añade Herrera.
La antropóloga Pamela Campos, ha investigado a profundidad el uso de las máscaras en las poblaciones indígenas de Costa Rica, específicamente las de Boruca. Según ella la máscara es un objeto que funciona para dos cosas totalmente opuestas: ocultarnos y mostrarnos.
“Es algo muy propio al ser humano esa necesidad de expresarnos, ya sea enmascarar, es decir, ser otros a través de una máscara o más bien visualizarnos. Ponernos una máscara para vernos, porque también está esa dicotomía de qué significa: nos estamos ocultando, nos estamos viendo”, explica.
Según Anayensy Herrera aún no se ha podido determinar a qué cultura pertenecían los alfareros y artesanos que elaboraban estas piezas.
¿El que está haciendo esto se sentía muy chorotega o se sentía muy matagalpa, chontal? Eso es lo que estamos investigando, todavía no tenemos respuestas acabadas”, concluye.
Hoy, a 25 años de la declaratoria del Día de la Mascarada Costarricense y siglos después de que tuviéramos máscaras mortuorias y chamanes con cabeza de cocodrilo, en los pasacalles desfilan los mismos personajes que las mascaradas buscaron combatir, como payasos y personajes de la tele.
Por esa razón, la antropóloga Pamela Campos es crítica con este tipo de declaratorias, pues considera que debe acompañarse de acciones concretas como incorporarlo en los currículos escolares o que asignen recursos para mayor investigación sobre este tipo de festividades.
“El poco conocimiento de la sociedad sobre la tradición de la mascarada se debe a que a veces las personas lo asocian más con fiesta y no tanto con un elemento que te carga una cuota de identidad súper necesaria”, señala.
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