Son las 8:30 a. m. del martes 18 de junio en la sala de cirugía ambulatoria del Hospital La Anexión de Nicoya. En las sillas de espera, 15 pacientes de entre 57 y 88 años tienen marcada una equis en su frente y una bola con una carita feliz sobre un ojo. Hoy les operarán la catarata que les obstruye la vista.
El paciente de más edad, el más inquieto y hablantín, es el primero en la fila. Se llama Bernardo Salazar y tiene más de un año de esperar por esta cirugía. “El miércoles santo del año pasado fue que me dijeron que me tenían que operar”, recuerda lúcido, pese a su edad. “Tengo la fe de que todo salga bien”, agrega y se toca levemente la bola sobre su ojo que, por la presión que ejerce, le ayuda a distribuir la anestesia.
En este momento, 820 personas aguardan por esta intervención en sus ojos en el Hospital de Nicoya. “Tenemos una incidencia muy alta por ser Zona Azul”, dice la médico a cargo de la lista de espera quirúrgica, Silvia Ruiz. Y cuenta que el hospital solo tiene la capacidad de hacer 15 intervenciones de estas por semana.
Ante el panorama, desde el 2016 un grupo de médicos estadounidenses viene dos veces al año a hacer una campaña de operación de cataratas a este hospital. En cada campaña de cuatro días, operan a unas 75 personas y con eso ayudan al hospital a disminuir la lista de espera.
En esta séptima jornada, el encargado de las operaciones es el oftalmólogo Jeff Rutgard, un estadounidense canoso, delgado y sonriente que cada mes viaja con su familia a algún país del mundo a hacer operaciones gratuitas. Él se encarga de las cirugías y su esposa e hijos son sus ayudantes. Esta es su tercera vez en los pasillos de La Anexión.
“Estas son cataratas que han tenido por muchos muchos años. Son como una roca, más difíciles de quitar”, explica Rutgard. “A algunos les bloquea la vista y no ven”, dice mientras a sus espaldas los pacientes no tienen idea de qué habla.
Para romper las barreras del idioma, hay voluntarios que se encargan de traducir las comunicaciones entre los pacientes y el personal médico. Linda, la esposa de Rutgard y otras tres ayudantes de la comunidad también conversan con ellos para que estén tranquilos, les acarician la espalda y les ayudan a ir al baño.
Una ayuda internacional
Como Bernardo, la mayoría de estos pacientes dicen que ha pasado un año o incluso más desde el momento en que les dijeron que requerían de una cirugía, pero según la doctora Ruiz, el tiempo de espera es en promedio de 208 días.
“La vista de quienes no pueden costear una operación [en el sector privado] solo empeora y empeora hasta el punto de que quedan ciegos”, dice el doctor Rutgard y después ingresa a la sala de quirófano. Adentro, cuatro de sus hijos le ayudarán durante cada intervención quirúrgica que puede tomar entre 15 y 35 minutos.
Afuera, cerca de los otros pacientes, otro extranjero mira expectante y al tanto de cada movimiento. Es Charles Stammen, quien dio origen a estas campañas.
Desde 1996 Stammen se enamoró del país y quiso organizar un proyecto con el que pudiera devolverle a Costa Rica la hospitalidad con la que lo recibe siempre. Para desarrollar el proyecto, alió a su Club Rotario, en Ohio de Estados Unidos, con el extinto Club Rotario de Nicoya. Estos grupos están por todo el mundo y reúnen líderes empresariales y profesionales para brindar ayuda humanitaria a las comunidades.
“Contacté al Club Rotario de Nicoya y les pregunté cuál era una necesidad en la región. Lo primero que surgió fueron las operaciones de cataratas. Entonces empezamos a coordinar con mi club y con el hospital”, cuenta en medio de la sala donde están los pacientes.
Desde ese entonces, Stammen coordina con el Club Rotario de Celina, en Ohio, la búsqueda de médicos humanitarios y cómo costear los tiquetes. Los hospeda en su casa en Junquillal de Santa Cruz. “Cada vez se hace más fácil porque ya son siete misiones, entonces sabemos lo que se necesita”, dice Stammen. “Siempre es más difícil la primera vez”.
Para tener un grupo estable en esta labor, conformaron la Asociación Visión Peninsular, integrada por antiguos miembros del Club Rotario de Nicoya, por Stammen y otras voluntarias de la comunidad con la intención de seguir coordinando estas misiones.
El microbiólogo pensionado, Carlos Pérez, es el enlace principal entre el grupo y el hospital de Nicoya. Año tras año coordina con el director, Anner Angulo, e incluso en el concejo municipal de Nicoya solicitó un reconocimiento que le hicieron a los médicos humanitarios de la jornada anterior, en mayo.
Su hija, Natalia Pérez, abogada de profesión, se encarga de realizar los trámites ante el Colegio de Médicos para la validez y respaldo de estas jornadas.
El hospital asigna una persona que se encarga de la logística, usualmente el médico oftalmólogo. En esta ocasión, como el oftalmólogo está de vacaciones, la doctora Ruiz es quien tiene las valoraciones preoperatorias, el histórico de exámenes, coordina la asistencia del personal médico del hospital e incluso la alimentación durante esos días.
En esta sala, además, hay alrededor de cinco miembros del personal médico de La Anexión colaborando en diferentes tareas, como asistencia en cirugía y en sala de espera y revisión de datos de los pacientes.
Más que la vista
Un estudio del 2015, realizado por la Caja Costarricense del Seguro Social y otras entidades como el Ministerio de Salud y la Organización Mundial de la Salud (OMS), determinó que la catarata no tratada en personas mayores de 50 años es la principal causa de ceguera en Costa Rica.
Incluso, la deficiencia visual y la ceguera son la discapacidad predominante en el país, según el último censo del 2011. Atender oportunamente a todas las personas es un reto para la sociedad que cada vez envejece más.
Pacientes como Bernardo, que acumula años con esa catarata, tienen literalmente una piedra que les impide ver con normalidad. Y esto suele poner en riesgo sus vidas ante una caída.
Cuando sale de la operación, con el mismo entusiasmo con el que entró, empieza a tomar una bebida caliente y una galleta. “Bernardo, ¿cómo se siente?”, le pregunta la voluntaria Amada Macotelo, quien se encarga de hacer una encuesta post-operatoria.
“Me siento re bien. No sentí nada”, dice, mientras en el ojo que tiene descubierto se le dibuja un brillito. Aunque tendrá el ojo nublado por un par de semanas, el doctor Rutgard dice que su vista será de ahora en adelante mejor que la de cualquiera.
“Este es un regalo que no tiene precio. Ellos vuelven a leer, a ver a sus familias e incluso puede que ya no sean dependientes de alguien más para desplazarse” agrega.
Amada Macotelo termina de completar la lista de preguntas entre las que se incluye ¿cómo cambiará su vida el volver a ver?
Llenar ese documento le ayuda al grupo de organizadores a evaluar su rol, y a tener un respaldo documental de por qué es importante seguir haciendo estas jornadas.
“Se trata de abrir los brazos a las posibilidades, porque hay gente en todo el mundo que quiere de verdad ayudar”, dice Stammen.
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