Entre los años 2019 y 2023 en Abangares las atenciones médicas por afecciones respiratorias superaron en un 250% el promedio nacional y la tasa de adecuaciones significativas en la escuela y en el colegio de Abangares es la mayor de Guanacaste y casi el doble que en el resto del país.
A simple vista la belleza natural de Abangares son las verdes y exuberantes montañas que rodean la comunidad. Aunque hoy en realidad son como quesos llenos de agujeros por los profundos túneles y cavernas que les han provocado con el uso de la dinamita y la continua excavación de los mineros.
“Esto está huequeado por todo lado”, dice el minero Pedro frente a un paredón que empezó a cavar unas semanas atrás. Unos hilos negros en la piedra caliza le advierten que ahí hay oro y es un buen lugar para explorar.
Ese rastro oscuro no es la única guía de Pedro para dinamitar. Sin cascos, ni equipo de protección, los mineros se sumergen únicamente con la “ingeniería del sentido común” que les proporcionan más de 130 años de “historia orera”, como le dicen en la zona.
“Para que tengan idea, esa calle que pasa por arriba, todo está comido por abajo. Como decir que la calle nos está pasando acá arriba”, explica Pedro durante una gira de La Voz de Guanacaste e Interferencia de Radios UCR para investigar los efectos de la minería en la salud de las personas en Abangares.
Los túneles van agotando la montaña, pasan a la par unos de otros, por debajo, por arriba… un mal cálculo puede colapsar las piedras y resultar fatal.
Así fue como murió un minero en el 2023 tras caer en una mina. En 2021, Paulino Gerardo Arguedas también falleció al caer en uno de los túneles. Otros dos mineros murieron en el trágico febrero del 2020 mientras trabajaban en una misma mina.
En Abangares la muerte no inmuta a los mineros. No les queda de otra porque la mayor parte de la comunidad depende de esta actividad. El mismo Pedro normaliza los accidentes y comenta que “gracias a Dios” hace mucho nadie ha muerto.
Más allá de las piedras que se desprenden, de las escaleras que ceden, de la dinamita y de las caídas por túneles de cientos de metros, la población minera se expone día a día a los gases de uno de los elementos más tóxicos que existen en la naturaleza: el mercurio. Lo trabajan en sus casas, en medio de sus familias, sin guantes, sin mascarillas, y orientados con el mismo sentido común con el que se juegan la vida en los túneles.
La escuela de quimica de la Universidad Nacional de México describe al mercurio como un metal líquido de color plateado, pesado y ligeramente volátil a temperatura ambiente. Y según la Organización Panamericana de la Salud (OPS) el contacto humano con este metal es tóxico para los sistemas nervioso e inmunitario, el aparato digestivo, la piel y los pulmones, riñones y ojos.
En Abangares compran el mercurio en el mercado ilegal y lo mezclan, con el material extraído de las minas, en una especie de molino llamado rastra. De ese proceso sale una amalgama que queman en retortas artesanales, que son recipientes cerrados que simulan un horno. El calor hace que el mercurio pase de líquido a gaseoso y de esa forma separa el oro de la piedra. La sustancia es invisible cuando se evapora y no hay forma en que los mineros tengan certeza de cuánto mercurio están respirando.
Por el elevado precio del mercurio, de unos ¢75.000 la libra (453 gramos) (unos 145 dólares), según constató La Voz en la minas, la población minera tiene métodos para recuperarlo una vez acabado el proceso con el oro. Según un plan de acción para la extracción de oro artesanal presentado por el Ministerio del Ambiente y Energía (Minae) en enero del 2023, con esa libra de mercurio la población minera logra procesar unas 2,5 toneladas de material. En cada proceso pierden un aproximado del 16,7% del elemento utilizado: 0,4% se evapora en el aire y el resto queda como sedimentos.
Una tesis del 2017, de la doctora Nathalie Verónica Fernández, advirtió que no consiguen recuperarlo en su totalidad, y advierte que la exposición a este elemento en el proceso de quemado es 2,5 veces mayor al permitido por la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA, por sus siglas en inglés).
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En Abangares hay una hipótesis que durante la investigación nos repiten: el mercurio en el ambiente está enfermando a la población. Lo sospecha el director de la Dirección del Área Rectora de Salud Abangares, Ricardo Diaz Cajina, el doctor e investigador de la Universidad de Costa Rica, Horacio Chamizo, y el minero Tomás.
Lo piensan, pero ninguno puede asegurarlo, no necesariamente porque ignoren las consecuencias en la salud de la exposición prolongada a los gases del mercurio, sino porque no hay estudios sobre la presencia de este químico en el aire de Abangares. Tampoco las autoridades sanitarias han realizado las pruebas de sangre y orina necesarias para detectar la cantidad de mercurio en la población.
Pero para el doctor Chamizo, la alta incidencia de algunos padecimientos relacionados al sistema nervioso y cardiovascular, las infecciones respiratorias y las adecuaciones curriculares que solicitan muchos estudiantes de Abangares, son algunas alertas que revelan la urgencia de conocer las concentraciones de mercurio.
La población abangareña, por ejemplo, presenta más cantidad de problemas cardiovasculares o respiratorios que la resto del país, según un análisis realizado por La Voz utilizando datos del Ministerio de Salud, la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) y el Instituto Nacional de Estadística y Censos de Costa Rica (INEC).
La Voz calculó las tasas de incidencia de estas enfermedades en Abangares y la comparó con los promedios nacionales.
Entre el 2019 y el 2023 en este cantón de Guanacaste la CCSS registra un promedio anual que supera en un 250% las atenciones médicas por infecciones respiratorias por cada 100 habitantes respecto de lo que existe en el resto del país.
Lo usual en Costa Rica es que 20 de cada 100 personas busquen atención médica por afecciones respiratorias mientras que en Abangares 55 de cada 100 pacientes son atendidos por problemas respiratorios.
De igual manera un alarmante salto del 50% se documenta también en la cantidad de personas de Abangares que buscan atención por problemas con su presión arterial. El promedio nacional de hipertensos es de 32 por cada 100 pacientes atendidos por la CCSS pero, en esta zona minera de Guanacaste, la cantidad de atenciones por presión arterial sube a 49 por cada 100 atendidos.
Aunque no hay evidencia suficiente, porque ni la Caja ni el Ministerio de Salud han realizado mediciones específicas que determinen si estas enfermedades en Abangares son producto de la exposición al mercurio, estos padecimientos coinciden con afectaciones relacionadas a la respiración del elemento.
“Estamos hablando de uno de los más poderosos agentes neurotóxicos conocidos (…) La comunidad [de Abangares] tiene muchos años trabajando con mercurio, es de esperar que los efectos a largo plazo ya puedan empezar a observarse”, comenta el doctor Chamizo.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que la exposición al mercurio también influye en los trastornos cognitivos.
Los datos del Ministerio de Educación Pública (MEP) muestran que en Abangares los estudiantes también tienen más probabilidades de tener alguna adecuación que en el resto del país.
Entre el 2019 y el 2022 la tasa de incidencia de adecuaciones significativas en la escuela y en el colegio de Abangares es la mayor en Guanacaste y casi el doble si se compara con el resto del país. Las adecuaciones significativas son cuando el programa de estudio requiere cambios para adaptarse a las necesidades individuales de los y las estudiantes.
Solamente la minería artesanal está permitida en Abangares, sin embargo la mayoría de mineros en el cantón trabajan en la ilegalidad y por eso, cuando acuden a emergencias, esconden a qué se dedican.
Aunque la Clínica de Abangares recibió un aproximado de ocho llamadas al mes durante el 2021 por accidentes causados en la actividad minera, el Hospital Dr. Enrique Baltodano Briceño, que atiende a la población del cantón, no tiene registro de haber atendido a ningún minero, según muestra el libro “Minería de oro en Una perspectiva desde la Salud Pública” de Chamizo y la investigadora Mónica Jiménez.
El oro de Costa Rica se va por el aeropuerto en lingotes. En los últimos siete años salieron $152 millones (unos ¢79.000 millones) sin dejar aquí ni un colón de impuestos. Y en los últimos seis meses del 2024 el ritmo de decomisos de cianuro de contrabando creció un 2.500%.
Entre la incertidumbre que envuelve la actividad minera, Chamizo maneja tres razones para explicar que el hospital no tenga ningún registro: fueron estabilizados en la clínica, murieron, o los pacientes ocultan a las autoridades que son mineros porque la actividad está involucrada en varios niveles de ilegalidad.
“Al no identificarse como tal, se pierde esta información en el registro del paciente”. Lo que explica Chamizo es solo una de las capas que dificulta responder su hipótesis.
Otro de los obstáculos para identificar la raíz de los problemas es que la mayoría de los mineros no tienen seguro. Esto les permite llegar solo a emergencias médicas, donde son estabilizados pero no tienen acceso a servicios médicos que den seguimiento a sus padecimientos y permitan conocer cuál es el origen de la enfermedad.
“La experiencia nos ha demostrado que ellos no van a consultar porque se les va a generar una factura [por no contar con seguro]. Obviamente cualquier padecimiento va a pasar subregistrado en la Caja. Y como él no usa la atención, probablemente seguirá acumulando su padecimiento”, explica Cajina.
El julio del 2023, el Ministerio de Salud publicó los Lineamientos Nacionales para la Vigilancia de la Intoxicación por Mercurio. Este protocolo obliga a las autoridades de salud a realizar pruebas de sangre y orina para medir la cantidad de mercurio a cualquier persona sospechosa de tener contacto con el químico. La población minera y quienes viven en Abangares entran en esta categoría de sospechosos.
Chamizo y Cajina ven con buenos ojos el protocolo. Para ellos cubre una deuda histórica con el acceso a la salud de la población minera y, por fin, van a poder saber si la actividad está enfermando a la población de Abangares.
Sin embargo, a un año desde que se activó el protocolo activo, Cajina no ha recibido ningún resultado. Esto quiere decir que, a la fecha, aún las autoridades de salud no tienen datos.
El director médico del Área de Salud Abangares, Huberth Hidalgo, dice que no pueden hacerle las pruebas a cada persona sospechosa. “Si nosotros le mandáramos (la prueba) a todos los pacientes que fueran por fiebre alta o temblores o dolores musculares del laboratorio de San Juan de Dios, nos va a llegar a decir ‘diay… ¿qué pasó?’”.
Hidalgo es crítico: si los mineros no vienen, hay que ir donde ellos.
“El minero no consulta y tal vez al no tener seguro, se hace casi imposible que aquí los podamos captar. Claro, si en este lineamiento del Ministerio de Salud dijera que en las zonas mineras la caja tiene la posibilidad de irse a las minas a buscar pacientes y a tomarles muestras, entonces la cosa cambia. Pero el lineamiento no dice eso”, expresa.
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Tomás trabaja en las minas de Abangares desde los 12 años y, con 35 años, habla como un experto en química cuando explica cómo el mercurio entra en su organismo y al de su familia.
“Cuando el mercurio se vuelve a su estado gaseoso. Eso usted lo absorbe y se le baja el sistema nervioso. Es en estado gaseoso que se va en micropartículas donde usted viene y lo respira y ahí llega la sangre”.
Ni para los mineros ni para las autoridades es un secreto que la mayoría del oro lo procesan en los patios de sus casas. Los hacen en rastras artesanales. Las lamas, como le dicen a los desechos, quedan en pequeñas excavaciones junto a las rastras, algunas de ellas en los patios de las casas. “Es como ver una piscina, así puramente nada más llegan, hacen una piscina con sacos, le ponen plástico y ahí lo ponen”, el plástico que menciona Tomás es el único filtro que separa los restos del mercurio del ambiente.
El oficio de la minería es un trabajo que involucra a toda la familia; son las mujeres las encargadas de moler el material en las rastras. Eso las convierte en una población expuesta continuamente a los gases tóxicos del mercurio.
Al lado de Tomás, su mamá Querencia muestra en el patio de su casa una de las tres rastras que tienen en la familia, las otras dos están en la casa de su hijo. A la par, al igual que la descripción de Tomás, un plástico cubre el desecho de la quema.
En esa rastra Querencia y su hija procesan el material que el resto de la familia trae. “Eso siempre ha sido así, familiar. Ellos jalan y nosotros las mujeres procesamos. Y no solo aquí, casi en la mayoría de las familias es así”, explica Querencia.
“En el patio está el chiquito jugando, está la rastra dando vueltas, está el tarro de mercurio a la pura par, el carrito del chiquito está a la pura par del mercurio, el da vuelta cae aquí cae allá, está el otro con la retorta y está la familia jugando y está ahí la retorta volándole y tirando mercurio para arriba para quemar o sacar el azogue o sacar el mercurio del oro y eso todo está cayendo por todo lado”, le dijo un minero a Chamizo durante su investigación.
Mientras el protocolo se aplica, los mineros seguirán sumergiéndose todos los días en los túneles. Sus esposas quemarán el mercurio en los patios de sus casas y sus hijos jugarán alrededor de las rastras. También seguirá la hipótesis en Abangares mientras las autoridades de salud aún no cuentan con las investigaciones para responder: ¿está el mercurio enfermando a la población de Abangares.
*Nota de la editora: Pedro, Querencia y Tomás son nombres ficticios que utilizamos con el fin de resguardar la seguridad de las fuentes reales.
También hacen parte de la investigación Países Minados:
Periodistas: Noelia Esquivel Solano, José Pablo Román Barzuna, Ernesto Rivera, Mercedes Agüero, David Chavarría y Hulda Miranda Picado
Fotografía: Rubén F. Román y César Arroyo Castro
Diseño: Carolina Corrales y Miguel Méndez
Arquitectura de datos: Rigoberto Carvajal
Países Minados es una investigación colaborativa de La Voz de Guanacaste e Interferencia de Radios UCR (Costa Rica), Revista Concolón (Panamá) y el >Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), que mira a fondo la explotación del oro y sus consecuencias en Costa Rica y Panamá. Con el apoyo del Fondo de Periodismo de Investigación Transfronterizo (FOPIT).
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