Derechos Humanos

Migrantes nicaragüenses en Tamarindo: “Nos han dado vasos, platos, comida y, sobre todo, amor»

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Milagros y Ana se mueven de forma ágil por una cocina ajena: cortan el queso en cuadritos y parten los chiles en julianas mientras endulzan un pollo desmenuzado en el sartén.

Es 21 de julio y las migrantes nicaragüenses toman el control en la cocina de Kevin y Leslie McDermott, dos extranjeros que tienen una iglesia cristiana en Tamarindo y que ayudan a familias de nicaragüenses que han llegado a este distrito costero buscando un mejor futuro.

«Kevin y Leslie han sido nuestros ángeles aquí. Siempre nos preguntan si tenemos comida … Nos han dado vasos, platos, comida y, sobre todo, amor», dice Milagros.

La familia de Milagros huyó a Costa Rica luego de que su hijo saliera de su universidad en Jinotepe, esquivando balas y protegiendo a su novia con una mochila llena de libros.

Ella también conocía gente asesinada por paramilitares y le advirtieron que incluso su propia vida estaba en peligro, debido a la afiliación que su iglesia tiene con los Estados Unidos, cuenta.

Como ella, otras 5.000 personas han solicitado asilo en Costa Rica desde que la crisis inició en abril, según el Ministerio de Migración y Extranjería. Con uno de los dos pasos fronterizos oficiales ubicados en Peñas Blancas, la provincia Chorotega es un refugio inevitable para muchos nicaragüenses que huyen de la crisis en busca de seguridad y empleo.

Los inmigrantes en Costa Rica aportan un 11% del valor agregado del país (ganancias de un producto luego de la inversión). Así lo explica el reporte «Cómo los migrantes contribuyen a la economía de Costa Rica», publicado por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos este año. 

A medida que estas familias se adaptan a las nuevas comunidades, algunos no tienen más remedio que confiar en la bondad de los extraños.

«Un lugar donde no conoces a nadie»

«Es muy triste dejar tu país, ir a un país diferente donde no conoces a nadie», dice Carlos, otro de los migrantes a los que los McDermott ayudaron durante su búsqueda de asilo en el país.

La iglesia de Tamarindo le ayudó a encontrar una casa temporal. Un mes después de esta entrevista, Carlos regresó a Nicaragua con su esposa enferma pues no logró encontrar trabajo en Costa Rica y el costo de la vida era muy alto para poder mantenerse.

Leslie McDermott cuenta que encontró a la familia de Carlos en una parada de autobús en el centro de Tamarindo mientras ella paseaba al perro de un vecino.

«Simplemente parecían cansados, parecían perdidos», dice McDermott. «Como si estuvieran esperando algo».

Carlos le dijo que habían llegado recientemente de Nicaragua y que no tenían adónde ir, pero que un amigo les había dicho que buscaran la iglesia de Tamarindo. Entonces McDermott corrió a un puesto de jugos y regresó con comida. Ella cubrió su noche en un albergue y condujo a la familia a la iglesia a la mañana siguiente.

En Nicaragua, Carlos era cantinero y guía turístico cerca de León, pues hablaba un buen inglés. Pero llegó abril. Al principio, su esposa Maritsa no podía creer las imágenes sangrientas que proyectaba la televisión. La última vez que el país se vio sacudido por este nivel de violencia fue durante los albores de los años ochenta. Carlos comenzó a investigar la era anterior de disturbios que involucró la caída del dictador Somoza a manos de Ortega, ahora considerado un tirano.

«Dije, guau, esta es la misma historia que se repite», dijo Carlos. «Es mejor salir temprano».

El hermano de Carlos en Managua ya había huido de su hogar cuando se enteró de que querían matarlo por hablar en contra del régimen. Según Carlos, en Nicaragua existe la sospecha de que los vecinos podrían ser espías, listos para denunciar a los rebeldes. Después de la amenaza contra su hermano, Carlos y Maritsa pensaron en la seguridad de su hijo Mario.

Pero Mario no se entera de mucho. Mientras hablamos con su madre, corre un camioncito de juguete de arriba a abajo en el brazo de su madre, como si fuera una montaña.

 «El primer día fue difícil porque no tenía a nadie con quien jugar», dice Maritsa.

Más allá de la seguridad de la familia, el viaje a Costa Rica también fue impulsado por la necesidad de un trabajo para Carlos, pues la violencia absorbió el turismo de Nicaragua.

La familia terminó en Tamarindo por ser el centro turístico más grande cerca de la frontera y él pensaba que sería más sencillo conseguir trabajo, pero no fue así: dice que ya ha buscado trabajo como cantinero, guía turístico e instructor de surf, pero que ha sido rechazado cada vez con la excusa de que el turismo de Costa Rica está en temporada baja.

Pese al recibimiento que tuvo en Tamarindo, Carlos no logró encontrar un trabajo y tuvo que partir de nuevo hacia Nicaragua un mes después de esta entrevista.

En Costa Rica encontró ayuda, pero también discriminación. 

«A algunos costarricenses no les gustan los nicaragüenses. No te saludan. Podés sentirlo». Carlos cuenta que en una de sus primeras noches fueron a una venta de pollo y no quisieron venderle comida pese a haber suficiente en las urnas. Solo le vendieron una botella de agua.

“No queremos quedarnos aquí para siempre”, dice Carlos, como previendo el futuro. “Solo quiero que mi familia pueda estar a salvo”.

Carlos y su familia decidieron regresar a Nicaragua en Agosto. Su esposa necesitaba atención médica, pero Costa Rica era demasiado cara para ellos.

*Los nombres de esta publicación fueron cambiados por petición de sus participantes, debido a las amenazas que han recibido en Nicragua.

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