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Opinión: ¿Qué pasó con la lagarteada 2018?

Siempre consideré que no era buena idea prohibir la realización de la lagarteada 2018, en Ortega de Santa Cruz, sin antes haber hecho un trabajo de educación y toma de consciencia junto a la comunidad, un trabajo que toma tiempo, que no se obtiene solo por medio de decretos.

Después de lo que pude vivir la semana pasada allá en Ortega sigo pensando que sin haber invertido el tiempo y los recursos necesarios para garantizar una alternativa viable, respetuosa de la cultura local y que procure enaltecer al cocodrilo como referente cultural, se pierde el tiempo con prohibiciones e intimidaciones.

Los lagarteros y los habitantes de la comunidad de Ortega necesitan comprender con claridad el porqué de las cosas. En el fondo no se trata solamente de prohibir, con policías y fiscales, la captura de un animal una vez al año. Estamos hablando de comunidades que conviven cotidianamente con estos reptiles y por lo tanto el trabajo debe de trascender a la captura puntual de un espécimen. Es decir, no puede manejarse con visión de corto plazo ni con abordajes simplistas y rígidos. O puede manejarse así, pero es contraproducente.

Para los lagarteros, dejar de ir al río debido a la prohibición del gobierno era el equivalente a dejar perder una tradición ancestral. En la foto: un grupo de ellos se disponen a entrar en las aguas del río Las Palmas.

Algunos ambientalistas celebran, yo no celebro

Desde por lo menos el miércoles o jueves santo hubo una presencia desproporcionada de policías en la comunidad, lo cual generó anticuerpos entre muchos vecinos. Patrullas, motorizados, autobuses con policía antidisturbios en las inmediaciones, retenes, policía municipal, LINCES, agentes encubiertos de la Dirección de Inteligencia y Seguridad, GAO, fiscales ambientales, funcionarios del MINAE y del SINAC, en una comunidad que se queja del abandono cotidiano de las autoridades ante la inseguridad y la penetración del narco, sin mencionar otros abandonos evidentes, como el problema del agua, del EBAIS, la afectación por el humo de la quema de cañales vecinos o del polvo que se genera debido a la inexistencia de asfaltado en sus calles. El punto es que, a pesar de todo ese esfuerzo represivo y de intimidación, un cocodrilo hembra de casi dos metros apareció al amanecer del viernes santo dentro de la pileta en la que siempre se coloca al cocodrilo capturado durante la lagarteada. Es decir, la actividad se realizó en lo oscuro de la noche, de manera clandestina y anónima, sin controles de ningún tipo y probablemente con mucha rabia contenida en quienes la llevaron a cabo. Tal y como se podía anticipar, la prohibición de la lagarteada 2018 generó resistencia.

La Lagarteada 2018 estuvo marcada por una fuerte presencia policial, tanto en la comunidad de Ortega como en los alrededores. En la foto: un grupo de patrullas se movilizan en la finca elegida para el simulacro de lagarteada, cerca del río Las Palmas.

La ley prohíbe la caza de animales silvestres. Y durante el día viernes santo de 2018, al menos frente a la vigilancia de las autoridades, los lagarteros se abstuvieron de cazar al cocodrilo. Pero no de ir al río. Los rumores de amenazas de bajarle las placas a quienes con sus vehículos contribuyeran a movilizar lagarteros tampoco surtieron ningún efecto: lagarteros y vecinos caminaron kilómetros envueltos en polvo, bajo un sol insufrible, hasta llegar al río Palmas. Y una vez en el río, ante un público escaso compuesto principalmente por vecinos y uno que otro turista nacional, hicieron un simulacro de captura. No utilizaron trasmallo pero si las varas, para golpear el agua y arrear. En la visión de la comunidad eso no constituye ningún maltrato y mucho menos algún delito.

La lagarteada es una interesante puesta en escena que trasciende por mucho el propósito de mantener vivas las raíces culturales del pueblo de Ortega. En la foto: los lagarteros hacen una oración antes de comenzar el simulacro.

Sería un error generalizar, pero lo cierto es que para algunas de las personas presentes entre el público el simulacro de lagarteada tuvo muy poco de actividad cultural: ¿o es que podemos de verdad decir que la música reggaetón y el consumo de licor a la orilla del río constituyen una parte valiosa de nuestra cultura, que debemos proteger y cultivar porque la heredamos de nuestros antepasados?, ¿qué es entonces lo que consideramos “nuestra cultura”?

Además, ¿es correcto y aceptable maltratar al cocodrilo, por maldad, por enojo o por desconocimiento, cuando decimos al mismo tiempo que ese animal representa un bastión fundamental de nuestra identidad? Esta es una contradicción que la comunidad debería de resolver, porque se ve mal.

Creo que es importante cuestionar y cuestionarse, y eso aplica para todas las partes que estamos involucradas; ¿es coherente que las autoridades prohíban una actividad como la lagarteada, argumentando el estrés y el sufrimiento del animal, pero que se permita al mismo tiempo las corridas de toros y los topes (por poner dos ejemplos)? Uno de los lagarteros me hizo esa pregunta, y me parece una pregunta válida. Y yo creo que razonamientos como este son compartidos por muchos miembros de la comunidad. Las autoridades deben entender que sus acciones y omisiones están siendo permanentemente observadas. Deberían dar respuestas convincentes a este tipo de interrogantes.

Y también los lectores de esta crónica, antes de condenar, tenemos mucho que cuestionarnos: ¿puede un costarricense utilizar el argumento del sufrimiento animal si al mismo tiempo se alimenta con la carne de res, pollo y cerdo, que es producto de la tortura masiva de animales?

El Festival del Cocodrilo Sagrado, un festival que todavía no fue

La explicación es compleja. La prohibición de la lagarteada 2018 fue comunicada meses atrás y tras múltiples reuniones en las que participaron el SINAC, la Asociación de Desarrollo Integral de Ortega, los lagarteros y el Proyecto Cocodrilo Sagrado, se exploraron alternativas. Debo reconocer que hubo poca flexibilidad de ambas partes, y mucha presión desde fuera de la comunidad. Debo reconocer también el trabajo conciliador, visionario y muy paciente de Dorian Méndez, Administrador del Refugio Nacional de Vida Silvestre Cipanci, del Sector Área de Conservación Tempisque, y de Álvaro Cascante, líder lagartero.

Los niños y niñas de la comunidad pintaron una manta en el marco del primer taller de educación ambiental que recibieron por parte del Proyecto COCODRILO SAGRADO. En la foto: la manta que pintaron fue colocada en la pileta en donde tradicionalmente se colocaba al cocodrilo capturado.

Como era de esperar, los lagarteros se cohesionaron en torno a la defensa de “la tradición”, o de lo que ellos consideran que es una parte fundamental de su identidad cultural, y las autoridades no dejaron abierto ningún portillo que permitiera amortiguar el golpe que representaba prohibir la lagarteada. Lo que se veía venir era un choque frontal de posiciones.

Para evitar ese choque se manejó la idea de realizar una actividad, a la que se le dio el nombre de Festival del Cocodrilo Sagrado, que de alguna manera pudiera compensar el vacío que dejaría la lagarteada. La propuesta implicaba que a través del festival pudiera mantenerse viva la importancia del cocodrilo para la cultura del pueblo de Ortega, que se pudiera generar un ingreso económico importante para la comunidad, especialmente para las mujeres, a través de la venta de comidas tradicionales (tanelas, rosquillas, tortillas, cuajadas…) y de artesanías. Se habló de música de marimbas y proyección de fotografías, tours de avistamiento de cocodrilos en el río y la proyección de una película en el salón comunal, todo con apoyo del Proyecto Cocodrilo Sagrado y del SINAC. Incluso se pretendía vender tarjetas postales y camisetas con fotos de anteriores lagarteadas.

Aunque los niños y las niñas de la comunidad cumplieron y pintaron una manta de bienvenida, y la empresa privada contribuyó para la elaboración de 4 gigantografías con información sobre el cocodrilo y la tradición cultural del pueblo de Ortega, casi nada de lo deseado fue posible esta vez. La escasa visita de turistas este año fue un duro golpe económico para la población, las constantes noticias que hacían temer una confrontación tuvieron un efecto psicológico negativo y definitivamente alejaron a muchas familias que en otras ocasiones vinieron a participar de la actividad. Y evidentemente las prioridades de la comunidad fueron otras. Quizá influyó también la celebración de la segunda ronda electoral. De todo lo que se quería lograr solamente fue posible colocar la manta de los niños y las niñas, y colocar las gigantografías, lo cual fue importante para validar y reivindicar la cultura local de una manera llamativa y didáctica. En la noche se pudo proyectar de manera exitosa un corto de temática ambiental y una película, con la asistencia de más de 70 personas, principalmente niñas y niños con sus familias.

Parte de la estrategia de trabajo con la comunidad pasa por el reconocimiento de la importancia que tienen sus tradiciones culturales. En la foto: Lagarteros colocan una de las gigantografías en las afueras del salón comunal de Ortega.

Soy fotografo y tengo ya 3 años acompañando a la comunidad de Ortega de Santa Cruz de Nicoya en la documentación de su tradicional lagarteada. Desde hace aproximadamente un año inicié el Proyecto COCODRILO SAGRADO, que es un esfuerzo de educación ambiental que utiliza la fotografía y que trabaja desde el respeto de la identidad cultural de ese valioso pueblo para la conservación del cocodrilo.

Estoy convencido de que los cambios culturales toman tiempo, paciencia y mucho amor. Y creo que solo son sostenibles cuando surgen de la población misma. En mi opinión, creo que en este caso se deben trascender las visiones románticas para reconocer las realidades, innegables y a veces incómodas, como por ejemplo el uso medicinal que se le da a la grasa del cocodrilo en estos pueblos.

Los lagarteros lucharán por conseguir una declaratoria de Patrimonio Cultural que les permita realizar la lagarteada en el futuro, esa es otra realidad (para algunos incómoda) y mientras tanto tendremos mucho trabajo por hacer en materia de educación ambiental con esta comunidad.

Es fácil sugerir, decretar y mandar a hacer, especialmente a la distancia, desde la madera de los escritorios, desde las alturas de la academia. Lo difícil es trabajar en el terreno, asolearse, concretar las cosas en medio de todas las dificultades y contradicciones. Ese es, a mi juicio, el camino a recorrer.

Lo sucedido esta Semana Santa fue menos grave de lo que yo temía pero está muy lejos de ser, ni tan siquiera un poquito, lo deseable.
 

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