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Opinión: Tres mujeres, un camino

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Recuerdo estar sentada frente al tele viendo novelas como Dos mujeres, un camino desde que era una chiquita de unos cinco años. Mami dice que los programas de niños me aburrían, pero que si veía una novela hasta que babeaba de la concentración.

Como a los nueve años vi La usurpadora, a los 11, Betty la fea, a los 13, Amigas y rivalesy la lista continúa por la misma ruta de mujeres haciéndole daño a otras mujeres por el amor de algo que casi siempre era un hombre que tras de todo les daba vuelta.

En la casa no había cable: no teníamos plata para esos lujos. Con costos podíamos pagarle a Evelyn, la muchacha que me cuidaba, con la que hablaba precozmente de los chiquitos que me gustaban y que quedó embarazada a los 17 (cuando yo tenía nueve y me gustaba un gordo macho que me hacía bullying porque pensaba que los que se pelean se gustan).

Me crié, igual que muchas de mis amigas, hablando de los capítulos de las novelas del momento, alimentada inconscientemente por un discurso de envidia hacia otras mujeres y de sumisión hacia los hombres.

Hubo algo, sin embargo, que no me hizo convertirme en esos prototipos de las novelas: mi madre, mis maestras, y mis profes del cole y de la u que nos decían que éramos inteligentes, importantes, merecedoras de lo mismo que los hombres y que podíamos llegar a ser lo que quisiéramos.

Mis mejores amigas de la vida son mujeres y hemos tenido momentos buenos y malos pero todos los recuerdos que tengo están llenos de alianzas, complicidad, amor y ganas de que la otra triunfe.

Sin embargo, cuando llegué al puesto de La Voz hace dos años me di cuenta de que me estaba faltando una pieza en este rompecabezas: no sabía cómo construir un liderazgo junto a otra mujer, junto a otras mujeres. Sentía que estaba constantemente en una carrera contra el tiempo para demostrar que yo podía hacer las cosas bien, que yo podía sola e, incluso, que yo era mejor. Era Nadia peleando con su mejor amiga por el amor de un hombre en Amigas y rivales, solo que en este caso no era un hombre sino un trabajo lo que estaba en el medio.

Estaba reproduciendo lo que había escuchado de mis amigos cuando trabajaba en una revista dirigida a mujeres: “¿Todas son viejas? Ya me imagino los pleitos”. O lo que me dijo la vecina cuando la choqué el otro día: “Tenía que ser mujer”. O lo que muchas pensamos cuando necesitamos que nos abran un campito en la presa: “Si es mujer no me lo da”.

De esto me di cuenta sola, con tiempo, pero también con el apoyo y el reconocimiento de Emiliana García, nuestra editora Ejecutiva, quien me enseñó con sus actos que podíamos sacar la tarea juntas, sin competir, porque estábamos trabajando con el mismo objetivo de darle a Guanacaste el periodismo que se merece. Y con Jenny Vega, nuestra incansable gerenta comercial, con quien todos los días tratamos de construir un periódico sustentable y saludable, no para ganar plata sino para hacer el mejor periódico que podamos todos los meses.

En el camino, cuando tengo dudas de cómo tomar la mejor decisión, corro a la cajita de lecciones que me dejaron mis otras editoras, mis roles de vida, Thaís Aguilar y Eugenia Soto, siempre listas para mostrarme una luz en el camino.

Hoy, tres mujeres lideramos en La Voz de Guanacaste un equipo de hombres y mujeres increíbles que están dispuestos a darse a la comunidad. Junto a Andrea Rodríguez, Noelia Esquivel y Margarita Quesada —y también Roberto Acuña, Roberto Cruz, Wilberth Villalobos y César Arroyo— hemos llegado a ser parte de investigaciones de talla mundial, hemos ganado premios nacionales e internacionales de periodismo, fellows para asistir a los talleres más prestigiosos del gremio, becas para desarrollar proyectos con las comunidades.

Afortunadamente no somos las únicas. Otras organizaciones como Mente impulsan la participación de mujeres en tecnología con otras mujeres liderando el proyecto; la iniciativa Global Shapers, de jóvenes innovadores, también está compuesta en gran parte por lideresas y emprendedoras; en estas elecciones, un grupo de jóvenes hemos liderado la plataforma creada en el 2014 para inspirar el voto joven, Jale a Votar, con mujeres liderando la mayor parte de proyectos de la plataforma.

Así podría continuar por otros ejemplos de iniciativas privadas como Urbarium, con direcciones ocupadas por mujeres, que nació hace 20 años para promover el desarrollo de las comunidades mediante la vivienda digna; pero también públicas, como el de la segunda Vicepresidencia de la República, desde donde se impulsó Puente al Desarrollo y donde la mayoría de las asesoras son mujeres trabajando en conjunto.

Este ocho de marzo, Día internacional de la mujer, puedo decir con orgullo que somos el ejemplo vivo de que las mujeres sí podemos trabajar juntas, liderar juntas, tener un mismo camino… y caminarlo juntas.

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