En su muro de Facebook, Rubén Solís cuelga la foto de su certificado de Guía Turístico del Icetur, un título con el que también su papá soñó, pero al que nunca pudo aspirar por las adversidades económicas.
El éxito de este joven de 20 años responde a un esfuerzo acompañado por el Centro de Cultura, Educación y Psicología de la Infancia y la Adolescencia (Cepia), una organización que opera con más de 100 voluntarios y donaciones de empresarios privados en Huacas, cerca de Tamarindo para ayudar a niños y jóvenes a que terminen sus estudios y busquen soluciones alternativas a sus problemas.
Como Rubén Solís hay 1.300 niños, jóvenes y hasta padres de familia pobres que han recibido la mano de Cepia, donde les han dado clases de refuerzo y apoyo emocional y psicológico. En Guanacaste 10,4% de la población vive en pobreza extrema.
Vuelta de página
Hace 20 años, Laetitia Deweer, quien ahora tiene 37 años, se mudó de Bélgica a Costa Rica con toda su familia. En el otro lado del charco, había estudiado Educación Familiar, una fusión entre educación, trabajo social y psicología.
Con pocos años de vivir en Huacas, la belga percibió que la vida en la costa guanacasteca no era como aparecía en las postales turísticas; de inmediato notó los problemas de pobreza, prostitución, explotación sexual, violencia doméstica y deserción escolar.
En el 2005, luego de darle mil vueltas a la idea, Deweer abrió Cepia. Alquiló una casa en Huacas -$300, tres cuartos- y empezó a dar clases de artes, inglés, deportes y talleres recreativos para niños. Además, comenzó a visitar a las escuelas para conocer a la población.
En una de esas idas a las escuelas, Rubén Solís conoció el proyecto.
“Al principio nos daban clases de artes, pero luego nos fueron metiendo más talleres. Nos llevaban de paseo a la playa, pero también nos hablaban de lo importante de seguir con los estudios”, recuerda.
Conforme pasaban los años, los grupos de niños y jóvenes se hacían más grandes, mientras Deweer le tocaba la puerta (y la billetera) a más hoteleros, empresarios e inversionistas que creían en el proyecto.
Tras una donación de un terreno de la Asociación de Desarrollo de Huacas, Cepia construyó en el 2014 el Centro Comunitario Integral de Guanacaste; un edificio de dos pisos y de un costo de más de ¢100 millones, que atiende a 18 comunidades del cantón de Santa Cruz. Pero, pese a las donaciones, Deweer ha tenido que cerrar cursos. Incluso, con la crisis del 2009, tuvo que vender la buseta y todavía no la ha podido recuperar.
Oficina para algunos, casa para otros
Cuando se cruzan los portones de Cepia, parece que los problemas se quedan pegados en la puerta. Desde la entrada, las risas de los niños contagian. En el lugar hay diferentes clases que suceden simultáneamente. En un espacio hay chicos creando camisas de colores estilo hippies, mientras que en otro salón hay unos españoles voluntarios tratando de enseñar teatro a los pequeños.
En el centro hay aulas de artes, estudio de yoga, clases de inglés, un salón del INA para cómputo y otro salón del Ministerio de Educación Pública (MEP) para grupos de bachillerato por madurez. La organización también está vinculada con el Patronato Nacional de la Infancia (PANI), pues se realizan atenciones psicológicas de casos de abuso sexual y agresión familiar.
Con 26 años de edad, Pablo Gutiérrez es el líder de un grupo solo para jóvenes. Es planificador económico de la Universidad Nacional y labora mayoritariamente con población Nini (jóvenes que no trabajan ni estudian). En las reuniones, hablan de sexo, autoestima, identidad, educación y buenas prácticas ambientales.
“Tratamos de que ellos tengan actividades para ocupar su tiempo. De insistir en no dejar el cole. Hay un círculo que hay que romper”, explicó Gutiérrez.
Cuando los padres no logran hacer esa tarea de motivación, Cepia lo hace. Gracias a ello, hoy Rubén Solís sueña con tener su propia empresa de turismo en el futuro.
https://www.youtube.com/watch?v=Z00u3FBdGqY
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