
Avana parquea sus sandalias a la entrada del juice bar y camina hacia una mesa mientras sostiene una taza de cacao de burbujas espesas en las manos. Se sienta en el suelo que tocó por primera vez hace 18 años, cuando apenas tenía 20, y narra como salió de Bélgica persiguiendo un amor juvenil.
En voz baja y con un español de palabras elaboradas me explica que nunca se imaginó que terminaría construyendo, junto con otros peregrinos, esta comunidad llamada Pachamama: un paraíso boscoso de meditación con casas, tiendas, talleres, salones y cocina comunes.
En esta colonia de extranjeros, en su mayoría israelitas, pronuncian las erres de forma exagerada y se abrazan a ojos cerrados con una sonrisa perpetua en sus caras. En las montañas de Guanacaste, entre Ostional y Junquillal, encontraron una forma más auténtica de vivir.
La comunidad tiene cerca de 70 residentes que trabajan en la construcción y la atención del lugar. Además, dan talleres de meditación y retiros de silencio a más de mil visitantes al año, quienes vienen buscando el mismo despertar espiritual que trajo a los pioneros a principios del año 2000.
Antes de echar raíces en Costa Rica, los primeros residentes recorrieron Australia, Japón, Corea, Brasil, India, Israel y muchos otros países. En cada uno de ellos, después de las meditaciones en silencio, se les unían nuevos miembros hasta que tuvieron suficientes para formar una comunidad.
“Es una forma de vida en la cual la esencia es la meditación y el trabajo sobre sí mismo”, cuenta Nikaj de 37 años, hablando fuerte para competir con el ruido. Estamos ahora en la carpintería, un departamento de Pachamama en el que ella trabaja de lunes a sábado.
“Encontré una meta positiva despertándome todos los días, no para llenarme los bolsillos, sino para ayudar a un lugar y su gente. Al final para mí esas acciones se traducen en un mundo mejor”.
Construir una utopía
Proteger la naturaleza es fundamental para esta comunidad que se desarrolla en un espacio de más de 200 000 hectáreas (antes potrero) donde empezaron a sembrar todo tipo de especies autóctonas. Querían recrear el hábitat original y lo lograron: el nuevo bosque atrajo nuevas aves y mamíferos.
Pese a ser una comunidad 100% internacional, los habitantes de Pachamama no se aíslan.
“Es muy fácil crear una burbuja, y nosotros no queremos ser una. No se puede ver Pachamama separado del resto de las comunidades”, afirma Avana mientras bebe su tasa de cacao, ya por la mitad.
De hecho, 30 vecinos de Ostional suben todos los días antes de las 6 a. m. en moto por el camino de lastre endulzado con melaza que lleva a Pachamama. Son empleados fijos en la carpintería siempre y cuando no haya desove de tortugas, pues mucha de la mano de obra también es parte de la Asociación de Guías Locales de Ostional.

“No queremos que venga cualquiera a construir una casa solo porque tiene el dinero. Debe estar en sintonía con lo que sucede aquí”, cuenta Dharma, una israelí que vive en Pachamama con toda su familia desde hace 15 años. Aparte de recibir a los visitantes, vende sus productos en la tienda y en la feria orgánica de Nosara.
“Cuando llegan las tortugas, nosotros aceptamos que los trabajadores entren más tarde a trabajar”, cuenta Nikaj. Durante esos días, el trabajo se duplica para los locales porque la mano de obra se reduce.
La revolución en silencio
Cuando las personas que viven en Pachamama responden sobre los motivos que los tienen aquí, varios nombran al mismo responsable: Tyohar.
Tyohar es el líder espiritual y principal fundador de la Pachamama. Tiene su propia cuenta de Instagram con fotos de naturaleza y no se parece en nada a los típicos gurús iluminados centenarios de barba blanca. Cada semana, él mismo dirige una reunión llamada satsangs en la cual hace reflexiones sobre las preguntas de quienes asisten.
Aunque la meditación fue la experiencia espiritual que tejió la comunidad, Pachamama no tiene dogma ni agenda. Tampoco practica ninguna religión oficial, por lo que no existe ningún tipo de segregación.
Eso sí, todas las noches a las 6:30 p .m. la comunidad cruza los senderos oscuros de la montaña con linternas y se convierten en un desfile de luciérnagas. Una vez en el salón -llamado como el gurú indio Osho- se reúnen a meditar silenciosamente durante 45 minutos.
Ya instalada la noche, los árboles y bejucos se tragan una a una las linternas y casitas donde duermen los visitantes, el sonido del bosque aturde y se escuchan animales pesados caminando alrededor.
Cuando llegan visitantes a Pachamama les explican que no se deben asustar por los ruidos nocturnos, que no hay animales peligrosos en esta montaña que eligieron Tyohar y los pioneros.
En este lugar anti-publicidad escondido para que sólo llegue quien lo quiera de verdad, nunca faltan durante el año personas flacas de pijamas flojas que lo pueblen. Los paraísos nunca han ocupado mucho mercadeo.
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