Dice la empresa que nos pone las cervezas bien frías sobre la mesa de la cantina, Fifco, que su presencia en paraísos fiscales era una visita ocasional alimentada por la insistencia de la fundación Schwan, que era su amiga en el proyecto de mayor envergadura de Papagayo: Ecodesarrollo. “¿Y si Schwan le dice que se tire de un puente, usted lo hace?”, le preguntaría la mamá.
Pero como Fifco no tiene mamá, los especialistas en el campo se lo dicen: es poco probable que alguien se tome el trabajo de sacar miles de millones de dólares de Costa Rica, crear siete, ocho, nueve sociedades de papel en paraísos fiscales, pagarle a cuatro o cinco bufetes de abogados distintos por esas transacciones para, al final de cuentas, terminar invirtiendo en un proyecto que tiene en Costa Rica, si no obtiene un buen beneficio de ello.
En ese terreno, bien plano pero también muy cuestionado, decidieron jugar Fifco, Schwan y otros cientos de empresarios del mundo.
Llegado este punto debemos aclarar algo: nada de esto nos importaría si no fuera porque esos hoteles y casas y campos de golf lujosísimos de Ecodesarrollo están construidos sobre una tierra que le pertenece al Estado. Es decir, una tierra que, lo quieran o no, le pertenece a los guanacastecos, a todos los costarricenses.
Siendo justos, diremos que llevarse las inversiones a un paraíso fiscal no significa hacer algo ilegal, pero en el fondo esta no es una discusión de lo que es legal o ilegal (ni siquiera de lo que es moral o inmoral) sino de lo que permanece en secreto, lejos del ojo de Tributación y lejos del entendimiento de los ticos (que vamos a repetir, son los dueños de esa tierra).
Esta es una discusión de transparencia. De lo que tenemos derecho a saber pero que nunca sabríamos de no ser por las filtraciones a las que tuvimos acceso: Panama Papers y Paradise Papers.
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Fíjese que para entender este embrollo en el que estaba metido Fifco —que no es poco común entre cualquiera que tenga más plata que todos los guanacastecos de clase media juntos—, este medio de comunicación se sumergió en miles de expedientes que permanecían ocultos en Islas Vírgenes Británicas y Bahamas y que solo salieron a la luz pública junto a otros millones de documentos porque en algún momento, alguien que tenía acceso a esta cantidad de secretos decidió contarlos de una vez por todas.
Quizás no descubrimos aquí un escándalo de corrupción al mejor estilo del cementazo, pero sabemos algo que también queremos que usted sepa: los más ricos tienen la posibilidad de llevarse su dinero a otros países que no cobran impuestos y dejar de pagarlos aquí, donde otros como nosotros, los de la clase media tirando a media pobre seguimos pagando lo que nos toca (aunque sea porque no nos queda de otra). Nunca estará mejor empleada la frase “pagan justos por pecadores”.
Como pasa con algunos secretos, uno podría pensar que sería mejor permanecer en la absoluta ignorancia a saber algo que solo le va a regar las bilis sin poder hacer nada, pero ese es el primer error: siempre se puede hacer algo. Sobre todo ahora, de cara a las elecciones presidenciales.
Antes de que se enoje porque le vamos a hablar de política, sepa que no, que solo le vamos a decir esto: póngale atención a los candidatos que le hablen de impuesto sobre la renta, de lucha contra el fraude fiscal, de transparencia y de leyes fiscales en general… esos —y no los que le mienten diciendo que ese tema no hace falta porque es muy complicado— son los verdaderos valientes de nuestros tiempos.
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