
“El bellísimo arrecife del Jícaro ha muerto. Descansa, no sé si en paz”. Eso escribió Javier Baltodano, biólogo, liberiano e integrante del Colectivo Ecologista Liberiano la semana anterior en una columna en La Voz de Guanacaste.
Su relato sobre cómo conoció al arrecife de playa Jícaro, en Bahía Culebra, y cómo lo encontró muerto en enero de este año, corrió tan pronto como se publicó entre personas vecinas, ambientalistas e investigadoras preocupadas por la pérdida del ecosistema.
¿Qué fue realmente lo que pasó con el arrecife? ¿Por qué murió? La Voz conversó con el investigador del Centro de Investigación en Ciencias del Mar y Limnología (Cimar-UCR), Juan José Alvarado, para entender lo que han documentado sobre las causas de muerte del arrecife.
Según los registros del Cimar –que desde la década de 1990 monitorea el sector– su declive se debe a una combinación de factores como el aumento de la temperatura en el agua, el turismo masivo y la contaminación provocada por el crecimiento urbanístico.
Un calentamiento mortal
El fenómeno de El Niño causó un aumento voraz de la temperatura del agua en el 2023, que alcanzó los 33°C y superó el umbral térmico tolerable para los corales, que prefieren temperaturas cercanas a los 28°C.
En agosto de ese año, la estudiante de Biología de la UCR, Andrea Bogantes, lo había pronosticado en una columna publicada en La Voz: “julio [del 2023] alcanzó las temperaturas más altas nunca antes registradas. Es un panorama sin precedentes, que probablemente se vaya a repetir de manera más intensa conforme se desarrolle el fenómeno de El Niño y cuyos impactos van a percibirse aún en el 2024”, escribió.
En tan solo unas semanas con una temperatura alta y sostenida, el arrecife de playa Jícaro presentó un blanqueamiento total en agosto. Este fenómeno, conocido como «bleaching», ocurre cuando los corales se estresan por las altas temperaturas y expulsan las microalgas simbióticas que les dan su color.
Sobrecarga turística
El arrecife de playa Jícaro, en Bahía Culebra en la Península Papagayo, expuesto a una gran presión turística. La zona es un punto de visitación masiva de turistas, que realizan actividades como esnórquel, avistamiento de biodiversidad marina, utilizan jetskis y todo tipo de embarcaciones que perturban el entorno marino.
Alvarado señala que la sobrecarga de turistas, a veces hasta cientos de personas a la vez nadan en la superficie del arrecife, provoca una presión enorme sobre el ecosistema.
Llegan lanchas con 300 personas y hemos llegado a contar 15, 20 lanchas en ese pedacito. Es muchísimo”, describe el investigador.
El arrecife fue afectado por las interacciones directas de los visitantes, como el uso de anclas y el contacto físico con los corales, pero también por la alteración del entorno marino: turistas que persiguen las tortugas y otros animales marinos que son indispensables para ayudar a mantener el balance del ecosistema.
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Aumento urbanístico también tiene su parte
Según Alvarado, aunque en el monitoreo del Cimar no han identificado una pronunciada sedimentación por el crecimiento urbanístico, sí han notado un incremento de partículas provenientes de aguas residuales, lo que contribuye a la proliferación de mareas rojas, fenómenos característicos que impactan a los corales.
Con ello, la biodiversidad marina también cambió drásticamente en este sector de la Península de Papagayo, una zona que “se había dicho [desde los 90s] que era uno de los sitios más diversos de todo el Pacífico”, describe Alvarado.
La migas de esperanza
Paralelo al monitoreo continuo desde finales del siglo pasado, en el 2015 el Cimar puso en marcha una estrategia de intervención en varios arrecifes del Pacífico Norte, entre ellos el de Jícaro. Una de las acciones es la jardinería de corales, en colaboración con otros actores como el Ministerio de Ambiente y Energía, la organización Raising Coral, Península Papagayo y cooperación alemana.
Empezamos con 500 fragmentos en cinco estructuras, y ahora hay 11.000 en más de 150 estructuras [en varios sectores del Pacífico Norte]”, detalla Alvarado y precisa que solo en el de Jícaro tienen unos 1.000 corales sembrados, “pero eso no representa ni el 1% de lo que hubo”.
Ahora, además de aumentar la transplantación de fragmentos, también buscan diversificar la especies genéticas del arrecife, porque notaron que en Jícaro se trataba de una única especie y esa característica redujo su capacidad de supervivencia ante las presiones.
Las acciones en la costa también suman. Si bien el control del fenómeno de El Niño escapa de las manos de las comunidades locales, Alvarado considera que mientras ese estrés permanece, se pueden reducir muchísimos otros.
Una medida urgente es la implementación de parámetros para el manejo del turismo y la promoción de prácticas responsables entre los visitantes.
Otras acciones para proteger los corales
- No tirés anclas en zonas de coral y promové el uso de boyas para las embarcaciones.
- No toqués el coral y cuidá de no golpearlos con patas de rana al esnorquelear.
- Usá bloqueadores solares amigables con el medio ambiente (libres de oxibenzona y el octinoxato).
- Respetá a la fauna marina, no persigás ni agarrés animales como las tortugas.
- Respetá los tiempos de visita y no sobrecargués las zonas con grandes grupos de personas haciendo esnórquel.
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