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Productora de quesos en Bagaces desarrolla modelo exitoso pese a huracán y deudas

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Mayra Jiménez se levanta todos los días a hacer queso. Esa frase parecería muy cotidiana si no fuera porque hace siete meses un huracán destruyó su finca y tuvo que bajar su producción al 70% mientras le hacía frente a una deuda de más de ¢40 millones que todavía hoy le tiene el crédito manchado.

A pesar de todo, en su finca en Guayabo de Bagaces, todos los días produce 85 kg de queso, además de yogurt, natilla y otros productos lácteos que luego vende a conocidos, sodas y locales. Además, atiende su casa, y cuida a sus dos hijos, una niña de 14 y un niño de nueve.

“Vamos poco a poco”, me cuenta como riéndose, un poco cansada. Dice que al principio producía apenas 8 kg de queso al día.

 

 

En reconocimiento a su esfuerzo, este año, el Ministerio de Agricultura y Ganadería la premió con la medalla al Mérito Agrícola. La distinción se otorga a personas que son nominadas por la comunidad y que busquen seguir buenas prácticas agrícolas, ayudar en el desarrollo local o ser líderes en formación.

El MAG reconoció a la emprendedora por su producción de queso artesanal, ahumado, fresco, maduro, natilla y otros productos lácteos que están debidamente certificados y etiquetados bajo su marca Quesos Miravalles.

Hoy, el MAG y el Servicio Nacional de Salud Animal (SENASA) utilizan su finca como modelo para capacitar a otros productores de la zona en cómo recuperarse de los impactos del huracán Otto.

Jiménez sabe que su planta no es muy grande, pues tiene solo un enfriador y está llegando al límite de su producción, por lo que ya está pensando en expandirse.

Arriesgarlo todo

Mayra Jiménez no empezó siendo existosa. Ella y su esposo, quien renunció a su trabajo como chofer en el ICE, pidieron un préstamo para sembrar 33 hectáreas de arroz.

Sin embargo, con la importación del producto desde Suramérica, no pudo sostenerse, y terminó con una deuda de ¢41.5 millones que no pudo pagar.

“Hasta el día de hoy, no puedo tener crédito. Estoy manchada en la Superintendencia General de Entidades Financieras (SUGEF)”, me cuenta Jiménez.

“Llegamos a un punto en donde, al acostar a mis hijos, les decía que comieran lo que había porque el día siguiente, no sabíamos si habría comida.

Comenzó a vender la leche que le sacaba a unas vacas que le prestaron, pero se dio cuenta de que la verdadera ganancia estaba en el queso.

“La leche se vendía muy barata. Si acaso sacamos suficiente para alimentar a las vacas. Ahí fuimos poco a poco, haciendo queso lo más artesanal posible. Yo lo hacía en el cuarto de pilas de mi casa. Empecé haciendo ocho kilos de queso, que lo manejaba en mi refrigeradora y lo vendía en pulperías, sin etiquetas”, me dice.

Para mejorar su técnica, ahorró para pagarse un curso en fabricación de lácteos de la Universidad Técnica Nacional (UTN), en Atenas. Luego, llevó otro curso en el Instituto Nacional de Aprendizaje y ahora ya tiene una pequeña planta y contrató a un ordeñador y a un asistente en el área de quesos.

Mayra Jiménez se levanta todos los días para seguir adelante y, con eso, le ayuda también a sus vecinos a superar a Otto y cualquier otra contrariedad. ¿Quién mejor que ella?

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