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Quebrada Honda, un pueblo museo

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Recaredo Briceño fue un maestro ejemplar que organizó a todo el pueblo de Quebrada Honda en los años 1930, construyó calles y levantó cuadrantes. Todos lo recuerdan como un santo varón menos Digna Villegas Cortés, de 96 años.        

“Yo me ponía a cantar el himno cuando iba a ordeñar y cuando llegaba a la escuela, él me pegaba porque el himno se le cantaba a la escuela, no a las vacas: ¡vea que viejo más chancho!”.

Digna, con mucha elegancia, agrega: “Que descanse en paz”.

En su larga figura sentada en una mecedora, en el corredor de su casa de madera y piso de mosaico original, se resume la esencia de Quebrada Honda, un pueblo a 17 km de Nicoya que parece más un antojo de un artista plástico que un pueblo de verdad.

Pese a los recuerdos de doña Digna, el maestro Briceño logró algo que a nadie se le olvida: un pueblo bien organizado. Ahora hay hasta un comité de ornato para mantener las zonas comunes limpias, liderada por las hijas y sobrinas de doña Digna.

El premio al embellecimiento, por ejemplo, se lo llevan los hijos de Cecilia Villegas Cortés, una de las hermanas de Digna, quienes pintan los almendros de rojo y les ponen botones para adornarlos.

En este pueblo pintoresco nacieron ellas y otros siete hermanos -todos longevos- entre la primera y la segunda década del siglo pasado. Sus abuelos, de apellidos Villegas y Briceño, fundaron el pueblo en 1884, según una revista vieja que guarda ya raída don Leonidas Villegas, uno de los menores de la dinastía Villegas Cortés, con 85 años.

Cada casa en la que vive o vivió un adulto mayor de 80 años en Quebrada Honda es una postal por fuera y, por dentro, un museo lleno de altares empeñados al pasado. Cada uno de ellos tiene el pasado tan presente que a veces hasta los foráneos nos confundimos.

Cuando Digna era joven, los esposos se encargaban de construir estas casas de arquitectura vernácula y autóctona donde cada uno de ellos guarda con esmero las jícaras que antes eran instrumentos de cocina, los jarros de lata, las fotos antiguas… su memoria.

Fuera de las casas solo hay una pulpería y licorera y una cantina que siempre está cerrada, pero tienen un Ebais y hasta una delegación policial, aunque la única vez que los vecinos recuerdan un robo fue de unos foráneos que pasaron en carro, vieron una casa abierta y se llevaron una pantalla, hace un par de años.

A Leonidas Villegas le preocupa que el pueblo haya envejecido tanto que un día se vaya a la tumba con ellos. “Ahora la matrícula es bajísima. No hay ni 20 niños en la escuela”, dice angustiado. Antes de que eso suceda, dejamos este registro.

En Quebrada Honda destaca una arquitectura vernácula, autóctona, construida por los esposos de mujeres como Digna hace más de 60 años. Sobresalen los petatillos, figuras perforadas en la madera, en la parte alta de las paredes, para darle frescura a las viviendas. También los techos altos y la ventilación natural que entra por las ventanas superiores.

Leonidas Villegas Cortés tiene 85 años y es el presidente del acueducto rural, comunicador del pueblo para la Red del Golfo de Marviva y otras mil cosas. Según sus cuentas, hay 111 familias conectadas al servicio de la Asada. El distrito completo tiene 227 habitantes según el censo del 2011.

Cecilia Villegas Cortés y Cecilio Álvarez construyeron su casa hace 60 años y tienen cinco hijos. La casa conserva todavía el pozo original y Cecilia recuerda aquellos años de familia joven con las ollas y las planchas de carbón que adornan toda la casa. “No es que me gustara aplanchar, pero uno no iba a dejar que anduvieran los chiquillos todos quebrados”, dice ella, de 91 años.

Don Guillermo también era el que apagaba la luz que iluminaba el pueblo por las noches. Él decidía a qué hora iba todo el mundo a dormir, pero nunca era más allá de las 9 p. m.

Sara Villegas (88) vive en la segunda casa en la que vivieron sus progenitores. Tiene un poco de alzhéimer, pero sus hijos ejercitan la memoria de su madre todos los días para ayudarla a recordar y a mantenerse estable. Esta vivienda vernácula es un altar a su memoria.

La arquitectura y la decoración de estas casas recuerdan a quienes ya no están con detalles que se mantienen allí, al propio, como en un museo viviente. La ventana con la cortina por fuera pertenece a una cooperativa que existió hace casi 100 años en la que los vecinos se prestaban dinero entre sí. El sombrero y la mecedora recuerdan a José Pablo, el mayor de los Villegas Cortés y los rosarios, a su esposa

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