Derechos Humanos, Especiales

Relaciones impropias, la matemática de un “noviazgo” que es delito

La ilustradora Joseline Hernández Sánchez es de Managua, Nicaragua y tuvo a cargo el arte de este reportaje. Es diseñadora gráfica, ilustradora y entusiasta del lettering. Actualmente trabaja como diseñadora e ilustradora en la agencia UP Digital. Foto: @rori_draws
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Es 4 de agosto de 1968. Flor Jiménez, de 17 años, se alista para salir de la casa de sus padres, en Cañas, Guanacaste, e irse a vivir con un hombre 14 años mayor que ella. Le llama “su novio”. 

Lleva poco en una bolsa plástica, para no decir que no lleva nada. Una blusa, un pantalón y un par de zapatos. Su mamá le repite una y otra vez: ¿qué le ve a ese viejo?, pero no la detiene. Su papá, encerrado en su propio enojo, tampoco puede truncar el viaje. 

Llegar a ese momento le tomó a Enrique (nombre ficticio para esta historia) solo cuatro meses de conquista. Una ida al cine fue la cereza del pastel. 

 

Hace 51 años, Flor, sin culpa, era parte de una cultura que todavía sigue viendo la relación de personas menores de edad con adultos como algo normal y correcto, y que desde hace dos años, en 2017, la legislación costarricense sanciona más contundentemente como un tipo de violencia de género.

La Ley N°9.406 castiga con pena de prisión las relaciones que, por su amplia diferencia de edades, pueden convertirse en un vínculo de poder y abuso. Por ejemplo, si la víctima tiene entre 13 y 15 años y la persona adulta le lleve cinco o más años, esta última corre el riesgo de ir a la cárcel.

 

No es un noviazgo 

En una llamada telefónica, Flor me cuenta que para aquellos años, ella solo “tenía cabeza para pensar en él”, y que “esa pensadera la terminó por meter en problemas de grandes”.

Esa descripción tan sencilla, es casi la misma que usa la coordinadora del proyecto Amelia (Adolescentes, Mujeres, Empoderadas, Libres, Independientes y Autónomas) de la Fundación Paniamor, Kattia Rojas, para explicar lo que es una relación impropia.

De acuerdo con la especialista, las relaciones como la de Flor con Enrique, son un tipo de violencia que pone a las menores de edad a vivir situaciones que no son propias de su etapa de niñez y adolescencia. 

No es un noviazgo, es una relación desigual de poder. La persona adulta es la única responsable, y son las mujeres las que se ven mayormente afectadas por estas relaciones de dependencia”, comentó Rojas.

Flor no terminó el colegio, cuando Enrique la sacó de su casa, ella estaba en tercer año, y nunca más lo retomó. 

Transcurridos 30 minutos de llamada, me quiere contar otro detalle de su vida pero no encuentra las palabras. Luego de balbucear unos segundos, me dijo: “bueno, usted sabe, yo no había traveseado antes de irme con él”. 

Flor se refería a que Enrique fue su primera pareja sexual. A un año de que él se la llevara de su casa, ella estaba preparándose para dar a luz a su primera hija. 

La sicóloga de la clínica Creciendo Juntos, Katherine Chavarría, que atiende a niños, niñas y adolescentes del cantón de Carrillo, reconoce que justamente una de las consecuencias de una relación impropia es que una menor acelere su proceso sexual y que, además, esté expuesta a un embarazo temprano.

Datos contemplados en la Encuesta de Mujeres, Niñez y Adolescencia 2018 (EMNA), revelaron que en Guanacaste, cerca de un 10% de las mujeres de entre 15 y 24 años encuestadas, dijeron haber tenido relaciones sexuales antes de los 15 años y con un hombre 10 o más años mayor. 

A nivel nacional no hay certeza estadística para determinar cuántas mujeres estuvieron o están en una relación impropia, o cuántos nacimientos son producto de una relación de este tipo, sin embargo, Fundación Paniamor y el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) utilizan algunos datos aproximados para entender y dimensionar el problema.

Uno de ellos es la relación entre la cantidad de madres adolescentes contra la cantidad de padres en las mismas edades. Según un análisis de La Voz de Guanacaste con datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en los últimos diez años, en la provincia, 1.208 mujeres menores de 15 años se convirtieron en madres. Solo se reportaron 21 padres en ese mismo rango de edad. 

La iniciación de relaciones sexuales de nuestras adolescentes es con hombres mayores, no con pares. Y vemos que los embarazos también son con personas mayores. Es una situación grave”, comentó la funcionaria del PANI.

Ya con una hora al teléfono, entre risas, seguidas de silencios, Flor me dice unas tres veces la siguiente expresión: “ya uno encima de la burra, hay que amansarla”. Para ella, es una frase que significa resistencia.

Enrique la golpeó en seis ocasiones durante casi 30 años de convivencia. Los insultos eran frecuentes.

En casos como este, dice la directora de Creciendo Juntos, Elsa Bonilla, “empieza como una relación impropia pero para el adulto ya ese vínculo no le es suficiente. Hay una violencia progresiva. Es lo mismo que la agresión física, empieza con un empujón y termina con un femicidio”. 

Flor duda unos minutos antes de contestar qué la motivó a ella a irse de la casa con Enrique. “Todavía no sé qué pasó”, dice, “a mí me gustaba” y “ahora que lo veo, él me presionó”.

Claudia Angulo es sicóloga de la Asociación Cultura, Educación y Psicología de la Infancia  y la Adolescencia (Cepia), que pretende educar y empoderar a mujeres en temas de derechos sexuales y reproductivos. Angulo afirma que, en su experiencia, la situación de pobreza de los hogares o estar en una familia con conflictos —cuando el papá le pega a la mamá, por ejemplo— hace que la niña o la adolescente esté más vulnerable a iniciar una relación impropia. 

Pero no es un tema de clases sociales o de una única causa. Es mucho más complejo que solo eso”, explica Angulo.

En uno de los casos atendidos por la especialista, Zoe (nombre ficticio), de 14 años, inició una relación con un chico de 18 (que no es una relación impropia pero sí de poder por las condiciones en las que se desarrolló). Él era popular, consumía drogas. “Era el malito del cole y yo me crecía a la par de él. Me hacía sentir rebelde”, nos dijo Zoe frente a la especialista. 

Sus amigas la motivaron a empezar una relación con él, y la presión que él ejercía a través de los mensajes por redes sociales y por Whatsapp, la terminaron de convencer. Sufrió un aborto y él nunca la apoyó. Hace tres meses que terminó la relación definitivamente. 

“Ahora es así, los adultos se aprovechan de la tecnología y captan la atención de las menores por ahí”, añade la psicóloga. 

A eso se suma que las menores se exponen a ser juzgadas socialmente, indicando que son ellas quienes “buscan esa relación”, porque son “ellas las que seducen y las que sacan el mayor provecho”, cuando claramente la culpa es de los adultos, coinciden las especialistas. 

Un nueva historia

A Flor sus padres no la detuvieron, la ley no la protegió, y la sociedad dejó su relación impropia pasar. Al final, “todo el mundo lo veía normal”.

La abogada de la dirección regional Chorotega del Patronato Nacional de la Infancia (PANI), Marcela Montero, asegura que antes del 2017, si los padres lo permitían, una menor de 15 años en adelante podía casarse con un adulto.

Bajo ese portillo legal, no era delito mantener relaciones sexuales con un o una menor de entre 15 y 18 años. “Habían menores de edad desprotegidos y eso era un factor de riesgo grandísimo”, dice.

Lo que no cambió y que debería ser una regla, según Montero, es el papel que tienen que jugar los padres, las instituciones y la sociedad en la protección de las niñas y adolescentes.

Agregó que son los padres o los adultos responsables de esos menores (abuelos, tíos, padrastros) los que están obligados a garantizar el desarrollo de los menores de edad en primer lugar, según el Código de la Niñez y Adolescencia.

Angulo, de Cepia, asegura que ese rol de padres activos se hace evidente y vital cuando son los progenitores los que llevan a su hija a una consulta porque “no habla, pasa llorando, está muy enojada, pasa demasiado tiempo en el teléfono”. Se activan las alertas.  

“Si un papá está de acuerdo en esa relación y no está anuente a colaborar para que eso cambie, eso se llama negligencia parental y hay procesos donde las autoridades abren causas penales, porque hay obligaciones legales que deben asumir”, comenta la funcionaria del PANI.

A nivel de la comunidad, también hay obligaciones que todos podemos asumir, como la denuncia. 

“No hay que ser expertos, ni mucho menos sicólogos para detectar que algo está mal. Y deberíamos sentirnos en la libertad de denunciar”, dice Chavarría de Creciendo Juntos.

Todas las expertas consultadas para este reportaje, coinciden en que esa es la mejor forma  de empezar a evidenciar el problema y atacarlo.

Las vías para la denuncia son el 911, llamar a oficinas del PANI o dirigirse a las oficinas de OIJ más cercana. Lo puede hacer de manera anónima. 

Pero para que sea un engranaje perfecto faltan cosas por mejorar.

Para Bonilla, de Creciendo Juntos, uno de esos pendientes es la sensibilidad de los funcionarios del sistema judicial del país para atender los temas de relaciones impropias. 

“En 2018, el propio OIJ llegó a la clínica a cuestionarnos que por qué estábamos generando tantas denuncias por relaciones impropias. ¿No deberían mejor cuestionarse la causa de esas denuncias?”, dice Bonilla.

Además, en agosto de este año, la Defensoría de los Habitantes intervino ante el Ministerio de Educación Pública (MEP) para que reforzara la atención de denuncias por relaciones impropias en los centros educativos del país. 

La comunidad educativa debe denunciar las situaciones de relaciones impropias, y particularmente, se debe desnaturalizar dichas relaciones”, alegó la Defensoría en ese momento. 

Para la Fundación Paniamor, también es necesario fortalecer los sistemas de datos estadísticos para visibilizar mejor el problema. 

En un comunicado oficial difundido por la institución, señaló que en 2018, de 68.479 nacimientos a nivel nacional, solo se anotó la edad de 36.957 de los hombres que engendraron a los recién nacidos, quedando sin registro 31.522 de los casos, un 46%, según datos proporcionado por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). 

Casi una hora y 30 minutos después, Flor me hace ver que sabe que su historia no es única y que también hay momentos en que piensa que ojalá algo o alguien le hubiera impedido alejarse de su casa. 

Antes de despedirnos me dice con un tono de seguridad que ahora son otros tiempos. “Es más, si yo veo a una nieta mía hacer eso, ahí si me pongo a pensar y, bueno, algo hago”.

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