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Ríe fuerte, ríe seguido

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Si bien debo contenerme antes de dar un ejemplo en específico, pues las heridas aún están frescas, sí puedo decir que Nosara ha quebrado la voluntad de muchos optimistas. Numerosas almas han llegado acá, llenas de esperanza, los bolsillos llenos de una venta reciente en algún lejano hogar, deseosas de asir un nuevo mundo de sol y sal. Éstas llegan listas para iniciar una vida nueva; preparadas para el bautismo de fuego con tal de ser llamadas nosareñas.

Sus cabezas llenas de visiones de días pescando peces suculentos en el mar, atiborrándose de mangos maduros de tanto sol, bañándose en ríos de fría agua de pipa. Determinadas a probarse a sí mismos (a sus amigos, a sus familias) que tienen lo que se necesita. Que son diferentes. Ya  no más una oveja. Ellas extienden su dedo del medio a su vida anterior y se dirigen hacia un nuevo comienzo.

Como un primer punto de contacto para el recién llegado, muchas veces se me pide consejo. Yo me  tomo esto con seriedad. Pongo cesura y sensatez en cada respuesta, decidido a enviar a mi nuevo amigo hacia la mejor dirección posible. Mis respuestas han sido moldeadas por años de experiencia, deudas pagadas, sangre, sudor y lágrimas que se necesitan para hacer del estilo de vida en Nosara una realidad. Estaba comprometido a que ninguna persona bajo mi tutela cometiera los mismos errores que yo hice, ni que fuera engañada por los mismos estafadores. Yo sería la luz que los guiaría a través del sendero entre la jungla de concreto y la real. Nuestra jungla.

Como pueden imaginarse, muchas veces me he decepcionado. La capacidad del recién llegado promedio para ponerse en situaciones exquisitamente frustrantes o relaciones imposibles a tan solo unos meses de aterrizar en Nosara es impresionante. Y no me refiero a personas mediocres, tontas o insensatas. Me refiero a personas inteligentes, incisivas, exitosas. Personas que dominan sus propias vidas, las cuales llegan y comienzan a desenredar todo lo que era bueno en sus vidas.

-“¿Por qué?”-, les pregunto- “¿En qué estabas pensando?”-, les digo. –“¿Estás usando drogas?”-, les interrogo. –“Nunca hubieras tomado esa decision antes, en tu hogar”-, les aseguro.

Una y otra vez, cabizbajos, egos lastimados, billeteras vacías (o robadas), la respuesta es siempre la misma: un susurro, lleno de ojos llorosos: -“No sé, solo pasó”.

Así que, como cualquier otro egomaníaco nativo cuyo consejo ha sido ignorado y ha visto a su alumno fracasar miserablemente, les compraba un trago, compartía su dolor, me preguntaba en qué me había  equivocado. ¡Les advertí sobre ir al banco y a la ferretería el mismo día! ¡Les aconsejé evitar las traicioneras aguas de los mecánicos locales! ¿Llevaron todo su efectivo,  pasaporte, cámara, en una mochila a la playa, y luego decidieron meterse al mar? ¡Coscorrón!

Con el tiempo, me volví más anuente a caminar la misma triste calle que mis coterráneos. Mis respuestas se hicieron cortas, más obvias. Le había fallado a tantos que de pronto era fácil desentenderme de sus problemas. No podía seguir pendiente de la carnicería humana en Nosara.

Entonces, un día, recordé con mi familia mi primer viaje a Costa Rica a principios de los noventa. Reímos y entornamos los ojos hacia nuestra propia ingenuidad. Compartimos aquellas experiencias que se convertirían después en las primeras chispas de nuestro amor a este país. Mientras vacilábamos y molestábamos, comprendí que muchos de nuestros fracasos también habían sido nuestras mejores aventuras. Cada vez que nos habíamos perdido, que se nos había descompuesto el carro, o que nos habíamos visto forzados a atravesar un río caudaloso, Costa Rica nos empujaba fuera de nuestra zona de confort. Los riesgos le daban un aire de aventura y, gracias al tiempo, estas aventuras son las que permanecen dentro de nosotros. Son nuestro mito familiar, nuestros propios poemas heroicos de victorias conseguidas de las garras de la enemiga jungla del Pura Vida.

Así que cambié de táctica. Estos días mi consejo para los recién llegados es este: El truco no es saber evitar los errores, sino aceptarlos. Aprender a reírse, fuerte, constantemente, de uno mismo. En muchos casos, las situaciones son de reír o llorar. Yo he descubierto que el berrinche o la rabieta pocas veces solucionan los problemas.

El sentido del humor es el arma más fuerte que tenemos contra el estilo de vida de Nosara. Úsela con precaución, pero frecuentemente. Le garantizo que el burócrata detrás de la ventanilla de Migración no mostrará simpatía hacia usted por haber pasado 6 horas en línea, pues ellos mismos han pasado 33 años detrás de la misma ventana lidiando con la misma versión de un gringo diferente cada día. Sin embargo, hágalos reír, y así romper usted la monotonía de sus días. Como recompensa, quizá muevan su expediente a la cima del montón.

Así, aunque los peces son más difíciles de atrapar, los mangos sólo en temporada y las pipas caras, el estilo de vida sí existe. Está aquí para quién pueda agarrarla. Para ganarla. Prepárate para pagar tus deudas; rinda homenaje a aquellos que llegaron antes que usted. Y por amor a la naturaleza, ¡Con cuidado, amigo!

 

 

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