Sardinal y Belén de Carrillo, Guanacaste. Frente a la cámara, con una serie de instrucciones y tres extraños con quienes solo había compartido unas dos horas; aferrado a su bebé, quien se movía con los ojos bien despiertos, y con su padre cerca, como un custodio del momento, Michael permaneció sentado y, dócilmente, comenzó a soltar ese nudo de emociones.
“Mi nombre es Michael Hernández Zambrana, vivo en Sardinal de Carrillo, Guanacaste; tengo 32 años, dos hijos: mi niño, Michael, tiene ocho años; mi niña, Shiary, un año y dos meses. Eeeehhhh… Fui padre a los 24 años….”.
Un respiro profundo y la forma en la que movía sus manos bastaron para comprender la necesidad de pausar la grabación: apenas dos meses antes, Michael había enterrado a su pareja de tan solo 19 años, Ingris Canales Altamirano. Ella luchó por su vida cerca de dos meses en el Hospital México, en San José.
Ebanista de oficio, Michael construyó su familia con una joven recordada por una radiante sonrisa, sus esfuerzos por sacar un diplomado técnico y la entrega en las labores del hogar. En tan solo ocho días, Ingris presentó un inexplicable deterioro de salud que culminó con su ingreso a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), a mediados de julio.
En la UCI del Hospital México, estuvo un mes y una semana, bajo coma inducido, entubada, sujeta a decenas de exámenes sin que ninguno arrojara una respuesta clara sobre su condición crítica.
“Los doctores nunca supieron decirme qué tenía, creían que era una enfermedad en el cerebro, que se inflamaba y mandaba a destruir todos los órganos, una enfermedad autoinmune. Le hicieron un montón de TAC, la sacaron del Hospital México para hacerle una resonancia —en el Centro de Resonancia Magnética del seguro social, en San José—; pero, no le encontraron nada: nunca, nunca, supieron decir cuál era la enfermedad”, dijo, olvidándose unos segundos de la cámara.
Por un corto tiempo, la salud de Ingris mejoró y abrió los ojos, al punto de que apretaba con fuerza las manos de Michael cuando estaba junto a su cama. Sin embargo, en los siguientes 15 días, una nueva crisis cobró su vida.
Mediante una llamada telefónica, su familia recibió la noticia de que la joven era positiva por COVID-19. Ninguno pudo visitarla más, ni logró contacto con algún médico hasta cuando llegó otra llamada informando sobre su deceso.
En el hospital contrajo COVID; pero, yo dudo mucho de todo eso porque el certificado de defunción no menciona nada. Mi suegra fue la última que estuvo con ella, pero nunca le dieron orden de aislamiento y, en el cementerio, no tuvimos ninguna limitación para las tres horas que pasamos con su féretro junto a familia y amigos —el ataúd iba sellado—.”, explicó Michael.
“Esto ha sido difícil, no crea: decaídas, hay veces que uno no quiere ver a nadie (…) Casi no duermo. Antes, cuando Ingris estaba, yo ni oía, a la bebé, cuando lloraba. Ahora, estoy al pendiente de cada movimiento de la niña. A veces, son la una o dos de la mañana y estoy despierto; comer, casi tampoco; a veces, no ceno, ni almuerzo: la vida cambió completamente. Desde que ella se fue todo cambió”, añadió.
Si Michael y sus dos hijos cuentan con seguro social y, en su moto, se encuentran a tan solo 10 minutos del consultorio del Equipo Básico de Atención Integral en Salud (EBAIS), asignado a su barrio, ¿por qué soporta ese cuadro de ansiedad, insomnio y falta de apetito sin buscar ayuda profesional?
“La verdad yo no tenía ni la menor idea de eso —sobre la existencia de servicios de salud mental para él y sus niños—; yo no he buscado ayuda de nada de esas cosas. Ahí, he ido sobrellevando esto solo; nada más con el apoyo de mi papá, quien me ha hecho levantarme porque ha sido bien difícil”, respondió sorprendido, mientras evitaba que su hija se le escapara de las manos.
La prima pobre de la salud
Como parte de un informe especial para Otras Miradas, sobre las barreras de acceso a los servicios de salud en Centroamérica, elaborado por cinco medios del istmo; La Voz de Guanacaste centró su reportaje en la salud mental de los cantones costeros de Nicoya, Santa Cruz, Carrillo y Liberia de la provincia de Guanacaste; donde casos, como el de Michael, marcan el camino pendiente.
Este ebanista nunca había escuchado sobre la posibilidad de tocar la puerta de un consultorio para algo diferente a una dolencia física; una historia que saca a flote cómo la falta de promoción de los servicios de salud mental —sector que maneja reducidos presupuestos— y la escasa interiorización de que el autocuidado es integral —mente y cuerpo— constituyen dos barreras de acceso a estos servicios, en las comunidades.
El propio jefe de la Secretaría Técnica de la Salud Mental del Ministerio de Salud, el psiquiatra Francisco Gólcher, afirma que la salud mental es “la prima pobre de la salud”.
No se le ha dado la importancia suficiente porque no es algo que usted pueda ver, palpar, tocar; como un accidente, un infarto, un derrame o una úlcera: los trastornos mentales y del comportamiento entran más en la subjetividad de las personas y los vemos cuando están ya descompensados, con alucinaciones o cometen suicidios porque una depresión severa puede llevar a eso”, dijo el experto.
De hecho, en Guanacaste, 13 hombres de cada 100.000 habitantes optaron por quitarse la vida, en promedio, para los años 2014 al 2018; convirtiéndose en la provincia donde ocurrieron más suicidios de varones, en Costa Rica, según el Estado del Suicidio en Costa Rica (2014-2018), de la Comisión Técnica Interinstitucional sobre Estadísticas de Convivencia y Seguridad Ciudadana.
Los atentados contra la vida son la parte más visible de los trastornos que golpean a la población guanacasteca; donde, como ocurre en el resto de Costa Rica, la quinta causa de incapacidades médicas son los trastornos neuróticos, los relacionados con el estrés y los trastornos somatomorfos —dolencias físicas con origen psicológico—, los cuales envían a estos pacientes 11 días, en promedio, fuera de sus trabajos y demás actividades, según los datos, para el 2019, de la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS).
Presidente también de la Asociación Costarricense de Psiquiatría, el doctor Gólcher reconoció que los números sobre suicidios e incapacidades por trastornos mentales son la punta del iceberg de las crisis que arrastran a muchos sin que sean captados por el sistema sanitario.
“En una situación emocional fuerte, pocos contemplan la posibilidad de ir al EBAIS, de buscar ayuda. Resuelven sus problemas, solos, mal o bien, pero los resuelven; no es un tema de distancia, ni de dinero, eso no marca tanto; realmente, no está interiorizado buscar a los profesionales en salud mental”, señaló el psiquiatra, al referirse a barreras de acceso.
Para Gólcher, cuando el asistente técnico de atención primaria visita los hogares para campañas en salud, debe hablar también sobre el cuidado de las emociones y, si detecta algún problema, referir el paciente al EBAIS; ahí, el médico de atención primaria debe estar bien capacitado en las guías de abordaje de trastornos mentales, como depresión, psicosis e intentos de suicidios, entre otros, a fin de brindar un abordaje adecuado.
La principal barrera que yo veo es que no hay promoción de la salud mental. Al faltar esto, no hay conocimiento, no se sensibiliza a las personas; debemos hacer educación porque, muchas veces, por prejuicios, estigmas y/o discriminación, no se accede a los servicios”, agregó el vocero del Ministerio de Salud sobre salud mental.
Palabras a la medida para la historia de Michael; quien, corre con su moto para llevar a sus hijos ante cualquier calentura, cuadro de tos o dolores repentinos; pero, ahora, cuando el dolor toca sus fibras más sensibles, la posibilidad de buscar apoyo profesional le resulta totalmente desconocida.
“Aquí estoy, esperando la cita”
Del otro lado de la moneda, contar con una cultura de autocuidado integral y conocer bien cuáles puertas tocar, en los centros médicos, tampoco asegura que los muros caigan cuando se trata de salud mental.
La referencia tardía a los servicios de psicología y/o psiquiatría; el largo tiempo de espera por las citas y el débil empoderamiento del paciente, en sus derechos, son tres obstáculos más que limitan el acceso a los servicios de salud mental, en la costa guanacasteca.
Así lo evidencia la historia de la cruzrojista Johanna Ríos Alfaro, una madre de 41 años, quien nunca imaginó cambiar su rol de atender emergencias a convertirse en la protagonista de la escena.
Entre enero y febrero del 2018, esta vecina de Cartagena de Santa Cruz presentó sangrados en su sistema intestinal que le dieron el campanazo de alerta: “nunca tuve dolor, ninguna molestia; sí, tenía colitis frecuentes e iba a la clínica —de Cartagena—, donde me ponían Buscapina, en vena, con suero. Eso me quitaba el dolor; pero, era una colitis recurrente”, detalló Johanna, quien suma 11 años en la Cruz Roja Costarricense, cinco de ellos dando servicio en Belén de Carrillo, localidad a 20 minutos de su casa.
Echando mano de sus contactos, buscó una doctora en el EBAIS de Belén quien, al escuchar los síntomas, le solicitó un examen de colon con el sello de “urgente” al Hospital Dr. Enrique Baltodano de Liberia, uno de los dos hospitales de Guanacaste; sin embargo, en ese centro médico, quien revisó sus papeles consideró que su caso podía esperar y programó la prueba hasta tres meses más tarde.
Finalmente, el día del examen, los análisis confirmaron las sospechas: “la doctora que me practicó el examen se preocupó mucho, corrió a buscar a la oncóloga y le dijo que tenía a una mujer joven con un tumor”, contó Johanna, quien compartió su historia, sentada en la parte trasera de su ambulancia, luego de las 7 p.m., tras acabar su turno.
Con lujo de detalles, recordó cómo la oncóloga le habló de la alta probabilidad de que se tratase de un cáncer y de los escenarios que existían para ella; poco tiempo después, el resultado positivo de la biopsia la colocó oficialmente en el grupo de pacientes con cáncer de colon, el 31 de mayo de 2018.
En Costa Rica, el protocolo oficial de atención de pacientes oncológicos debe incluir un abordaje integral; además de las citas con los especialistas y de los tratamientos, como quimioterapia y/o radiología, entre otras intervenciones; se les refiere a un equipo que incluye, nutricionistas, terapeutas y, por supuesto, psicología y/o psiquiatría.
Johanna recibió la abrumadora noticia de su cáncer, pasó por los exámenes, una cirugía de colon, las sesiones de quimioterapia y radioterapia, la recuperación y el seguimiento de una paciente ostomizada —se abre un orificio en el abdomen para la salida de la orina o las heces a una bolsa adaptada al cuerpo, tras extirpar parte del colon—, sin ningún apoyo profesional en salud mental, al contrario de lo que indica el protocolo.
Apoyo gratuito
En estos enlaces y líneas telefónicas, puede encontrar ayuda en caso de una crisis; siempre, alguien está deseoso de escucharlo:
- Juntos nos podemos cuidar: psicologiacr.com
- Asociación Costarricense de Estudio y Prevención del Suicidio: 4081- 9326.
- Línea 13-22 y 9-1-1: apoyo psicológico en torno al COVID-19.
- Línea “Aquí estoy”, 2272-3774: atención psicológica a estudiantes y sus familias.
- Consejos para mantener su salud mental: ccss.sa.cr/salud-mental
Solo en una ocasión, cuando se negó a dejar el hospital, luego de un duro tratamiento, una psicóloga se acercó a su cama: “llegó a decirme que yo estaría mejor en mi casa porque, ahí, podía contraer una infección; solo me habló de eso”, recordó indignada.
Para esta cruzrojista, hubiese sido ideal una sesión de atención psicológica para saber cómo debía hablar con sus muchachos, César y Esteban, sobre su cáncer: “para mí, ese fue el momento más duro: cómo le voy a decir a mis hijos que la mamá tiene cáncer”, afirmó.
Una cita postergada para el 2021
Gracias a que el cáncer fue detectado a tiempo, los especialistas extirparon todo el tumor del colon de Johanna, sin hallar ramificaciones; una cirugía exitosa realizada el 26 de octubre de 2018.
A finales del 2019, antes de volver a su trabajo, le asaltaron muchas dudas e inquietudes; así, en una cita con la oncóloga, hizo lo que nunca se había atrevido: reclamar su derecho de atención en salud mental.
“La cirujana oncóloga —del hospital de Liberia— me pasó al servicio de Psiquiatría del hospital de Nicoya (…) Tuve dos citas —en enero de 2020—; a la tercera cita, me dieron de alta porque psiquiátricamente no estaba mal: lo mío era un tema de apoyo psicológico, algo emocional, no físico”, explicó, Johanna.
Ahí, comenzó la peregrinación por el calendario.
En el servicio de Psicología de ese centro médico, la citaron para el 20 de octubre de 2020. Dos años, cuatro meses y 20 días después del resultado positivo de su biopsia, esta cruzrojista esperaba conversar con un especialista en salud mental.
Llegado el día, Johanna recibió la noticia de que su consulta había sido reprogramada para el 27 de agosto de 2021: ¡10 meses más en la fila!
Ese es el panorama en los dos hospitales de Guanacaste, donde los tiempos de espera de los servicios de Psicología triplican los registrados en Psiquiatría, según los datos de la Unidad de Listas de Espera, al 14 de octubre, solicitados vía correo electrónico.
En el Hospital La Anexión, en Nicoya, se deben aguardar 252 días para entrar al consultorio de un psicólogo y 71, en el caso de un psiquiatra. En el Hospital Dr. Enrique Baltodano, en Liberia, la espera suma 122 días, en el servicio de Psicología, y 48, en el caso de Psiquiatría.
Vale que estoy muy bien de ánimo porque si estuviera con depresión y con pocas ganas de vivir, ¡imagínese!”, dijo la cruzrojista.
Sus palabras están lejos de ser reclamos al vacío. En Guanacaste, 1,8 mujeres por cada 100.000 habitantes optaron por quitarse la vida, en promedio, para el período 2014 al 2018; ubicándose como la sexta provincia donde ocurren más suicidios de féminas de las siete del país, según el Estado del Suicidio en Costa Rica (2014-2018).
El obstáculo eterno: falta dinero
Gólcher explicó que solo un 2% del monto estatal para el sector salud llega al rubro de salud mental; de ese monto, un 80% va para consultas y atención hospitalaria —psicología y psiquiatría—; así, solo queda un 20% para atención en las comunidades.
“Es muy poco, si pensamos que nuestra Política Nacional de Salud Mental 2012 – 2021 hace énfasis en trabajar en la comunidad, en los factores de protección y de riesgo que tienen las enfermedades mentales”, reconoció el especialista, para quien estimar cuánto gasta el seguro social y la medicina privada en la atención de trastornos emocionales resulta indispensable para mejorar la asignación presupuestaria.
Precisamente, el pasado 10 de octubre, en el Día Mundial de la Salud Mental, la Organización Mundial de la Salud centró sus mensajes en el lema: “Acción a favor de la salud mental: invirtamos en ella”, a fin de que los gobiernos ponderen la necesidad de robustecer este campo, más ahora, cuando la pandemia de COVID-19 eleva los trastornos emocionales en un escenario en el que muchos centros de salud están abarrotados.
De hecho, la actual crisis sanitaria diluye avances, señalados por Gólcher, como la capacitación dada a los educadores para detectar a estudiantes en riesgo de suicidio, debido a que los alumnos pasaron a un sistema de clases virtuales, desde sus casas.
El especialista resaltó que el Ministerio de Salud cuenta con un encargado en temas de salud mental para cada una de las 82 Áreas de Salud del país, un número correspondiente a cada cantón de Costa Rica; además, existe un personal de enlace en sus nueves regiones, una de ellas, la Chorotega —Guanacaste—.
“Hay que trabajar en un proceso de participación comunitaria donde todo surja desde ella; no algo que venga impuesto desde arriba, eso no funciona. La misma comunidad debe ver lo que ocurre y decir qué se puede hacer; entonces, nuestro personal llega a apoyar: ese es el norte que se tiene ahora”, recalcó el psiquiatra.
A la pregunta de dónde se sigue ese modelo, Gólcher mencionó pocos ejemplos: “En San Ramón, Palmares y algunos cantones de la zona sur del país tienen esa experiencia; pero, hay que fortalecer esto más”, dijo.
De vuelta con Johanna, una pregunta final era necesaria:
—¿Cómo manejó su angustia por el cáncer, en tantos meses de citas, terapias, cirugías y controles de especialistas?
— En los momentos cuando estuve quebrantada, quería pedir ayuda; pero, sentía que no iba a ser inmediata, de hecho, no es inmediata, aquí estoy esperando la cita.
#Mesientosola
#MeSiento es un proyecto que nace de la canción Me Siento Alone, de la artista costarricense Raqe, el cual busca recoger testimonios sobre el impacto de la pandemia de COVID-19, en la salud mental de los jóvenes.
Usando el hashtag #MeSiento, las historias compartidas en redes sociales serán entregadas a líderes políticos de Costa Rica, a fin de urgir más recursos económicos para la atención del impacto a la salud mental en tiempos de pandemia. Visite este proyecto en: www.mesiento.org.
Comentarios