Llegamos al parque de Las Juntas de Abangares a la mitad de una mañana de febrero. A primera vista es un parque como cualquier otro: indigentes durmiendo en bancas, estudiantes camino al colegio, adultos mayores en sus diligencias matutinas y unos árboles verdes que aún no padecen la sequía que se aproxima.
El escritor abangareño Santiago Porras nacío a seis kilómetros de aquí, en un lugar llamado Concepción. Es flaco, tiene una barba blanca recortada a la perfección y, detrás de sus anteojos delgados, la mirada adormecida de alguien que ha dedicado miles de horas a la lectura.
Caminamos hasta una banca a la sombra para hablar sobre su vida, sus cuentos y su libro más reciente: Abrazos de matapalo.
Su nueva obra es una crítica fuerte a la tradición taurina y “el machismo asqueroso del cual Guanacaste es un fiel representante”. Críticas por las que más de una vez “le han ofrecido puñetes”, cuenta con tranquilidad.
Una docena de familiares y amigos lo han saludado mientras me cuenta cómo llegó a ser Santiago Porras, el escritor. Todos saben que escribe pero, según él, ninguno sabe acerca de qué. “La gente anda en otra cosa”, continúa despreocupado.
Sus primeros contactos con la literatura los tuvo en el campo. “Papá leía en voz alta debajo de un palo de tamarindo que ya se secó, y luego recitaba las novelas enteritas mientras desgranábamos maíz en las noches de lluvia”.
Aún conserva los pedazos de antologías con cuentos que lo hicieron llorar por primera vez. Cuando se fue del colegio, no dejó ningún libro sin leer en la biblioteca (aunque asegura no eran muchos).
“Tenía fama de ser estudioso, pero leía más de lo que estudiaba”, a eso le dedicó todo su tiempo libre en Universidad el Zamorano de Honduras. “Yo me leía como 100 libros al año”.
Desde entonces inició una larga carrera como ingeniero agrónomo que ejerció hasta los 50 años, cuando sufrió un infarto y tuvo que jubilarse.
“Yo puedo hablar con la impertinencia que me permite la cercanía de la muerte”, dice este coleccionador de ensueños, como lo llamó el escritor de La isla de los hombres solos, José León Sánchez.
Los seis libros que ha escrito los carga en el baúl de su pequeño automóvil gris, estacionado a un costado del parque. Luce como su propia librería ambulante: lleva una caja de cartón llena de ejemplares de sus cuatro libros de cuentos y su par de novelas.
Dos de sus obras son lecturas recomendadas para noveno año por el Ministerio de Educación Pública. Avancari es una de ellas, la novela histórica que le abrió un espacio junto a los grandes narradores costarricenses y narra las patrañas o “matráfulas” como él dice, ocurridas durante la minería de oro aquí en Las Juntas.
“Santiago Porras nos pasea como de la mano por la mina y sus alrededores, y nos pinta a personas reales hechas personajes, algo que consiguió sin duda por haber estudiado exhaustivamente el tema”, escribió hace seis años en su blog el hoy presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado.
Su intención al escribir, dice, es “que la gente se entere de ciertos capítulos de la historia que las familias poderosas nos ha ocultado”.
“En la guerra del 48 se cometieron atrocidades y eso hay que narrarlo. Hay que ir a archivos nacionales y judiciales, a las bibliotecas, conversar con gente. Hay que investigar. Pero en Costa Rica muchos escritores prefieren hacer historias que se les ocurren, entonces hacen cosas que no le importan a mucha gente”, asegura.
Una locomotora empolvada a un costado del parque y una piedra fundacional escondida tras unas flores son la evidencia de ese pasado de minería industrial que vivió Las Juntas, muy distinta a la que continúa hasta hoy.
La metáfora del mal
Un abrazo de matapalo es la mejor figura para ilustrar la belleza natural de Guanacaste y, a su vez, la opresión del poder y el machismo en un mismo acto. El libro Abrazos de matapalo trata de recrear la vida en una hacienda guanacasteca, mientras va mezclando historias de abuso de hombres poderosos con paisajes pintorescos de la provincia.
La voz que narra las primeras líneas del libro es la de la hacienda, personificada y construida, me cuenta Santiago, con retazos de muchas historias de casonas desde La Cruz hasta Tilarán.
“Me interesa ese estilo fragmentario desde diferentes perspectivas para abarcar muchos puntos”, dice el escritor abangareño, mientras el viento arranca cientos de pequeñas flores amarillas del árbol que nos cubre del sol.
Su texto se mueve por distintos géneros y no utiliza la voz omnisciente que todo lo sabe. En cambio, se la otorga a sus personajes. Son simples voces que saben algo desde su punto de vista y desconocen del otro. Historias protagonizadas por jóvenes abusadas o madres preocupadas por sus hijos montadores. “Quienes nunca pudieron salvarse de la batuta patriarcal”, dice el libro en su contratapa.
De eso se trata Abrazos de matapalo: de la Guanacaste que no se cuenta.
“¿Los desgraciados que se divierten con esas cosas no son animales también? Con el perdón de los animales que no tienen uso de razón”, se pregunta por ejemplo, una empleada doméstica en el libro.
Como si fuera un personaje más, Santiago va soltando poco a poco su filosofía de vida en preguntas. Algunas veces de manera más disimulada y otras arremetiendo con fuerza en contra de algo.
Señala al otro lado del parque con su dedo índice: “A esa institución yo no la quiero”, dice sin volver a ver la iglesia. “Creer y no creer son derechos iguales. Grandes ateos han hecho contribuciones humanísticas extraordinarias. Hace 100 años teníamos las mismas creencias y la gente se moría a los 40 años. ¿Por qué la gente se muere ahora a los 80 si el dios es el mismo?”.
Santiago sabe que son temas polémicos en la provincia, y que muchos se enorgullecen de sus tradiciones, pero él no. “Yo me siento orgulloso de que tuvimos un marimbista como don Miguel Torres, un cantante como Max Goldenberg o Guadalupe Urbina”.
De esas tradiciones, la que menos le gusta es la de las montaderas. Dice que aunque tal vez él ya no llegue a ver la muerte de las montaderas, espera que eso suceda algún día. “Ojalá la novela vaya creando conciencia entre los jóvenes. Ya con los viejos no hay remedio”.
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