Estamos aquí, siempre hemos estado aquí, pero ahora lo reclamamos. Prendemos fuego, lo gritamos.
Ese es parte de un texto en el que Sheyla Santana presenta tres collages que llamó “Sin nosotras no hay historia”. Toma elementos visuales característicos de la provincia: el traje típico, las chorejas del árbol de guanacaste, el acta de la anexión… y acompaña lo visual con composiciones literarias que reclaman la invisibilización de las mujeres en la documentación de la provincia:
Pienso en la historia de las mujeres Guanacastecas, esa historia que no resguardan los libros tanto como se guarda la historia del sabanero o el montador o de los hombres que firman los papeles, o los que tuvieron tiempo para cantar y componer.
Hablo de todas, mujeres que construyen pueblos, más allá de una falda y un platillo típico.
Sheyla Santana tiene 35 años, es mujer, guanacasteca, madre, tica-nica y “artivista”, un vocablo que une los términos artista y activista. Así, con cada una de esas características, ella se autodescribe. Nació un 23 de abril, día del libro, una coincidencia que no puede evitar mencionar.
Googlearla es encontrar retazos de todos los matices de su “artivismo”: entrevistas en las que le preguntan por su creación literaria, su participación en tertulias comunitarias sobre el vínculo entre la cultura y la economía, su nombre como ganador de fondos para echar a andar proyectos culturales y, también, en varias actas del Concejo Municipal de Cañas, donde hace más de 10 años acude a pedir cuentas o a proponer proyectos para su cantón.
Es una mujer a la que le gusta escaparse de los estereotipos, multifacética e inquieta que se ha desempeñado en el arte colocando la proa de su nave a contracorriente. Siente que topa con pared desde que era colegiala y justo por eso trata de proponer visiones fuera del canon clásico guanacasteco de la cultura.
“Cuando hacíamos peñas culturales, con mis compañeros de colegio, éramos lo diferente, lo que no era folclor, y eso es un estigma fuerte aquí… presentar algo que no sea folclórico es difícil de sostener”, relata.
Pero son precisamente las experiencias de resistencia las que han construido lo que ella llama “su misión de vida”. La tiene clara.
“Es estar aquí [en Cañas], la democratización de la cultura, la dignificación de los trabajadores del arte y la cultura, y el acceso a ese derecho”, dice con voz firme, repleta de convencimiento. “Aunque sea un granito de arena en el mundo, pero eso voy a hacer”.
Llegar a esa epifanía le tomó décadas enteras. Sheyla es subversiva en una provincia en la que el folclor machista está calcificado, como también lo han denunciado artistas mujeres como Guadalupe Urbina.
Resistencia cultural
Las corrientes que la empujaron a desistir de su pasión, en lugar de sacarla del camino, más bien le formaron una coraza.
“Yo de hace unos años para atrás, siento que no tengo nada que perder. Es sentir que ya me quitaron todo, como dice la frase esta ‘nos quitaron todo, que nos quitaron el miedo’. Es muy real, es muy real”, reflexiona.
Después del colegio, Sheyla dejó Cañas seis años para estudiar Artes Escénicas en la Universidad Nacional, en Heredia.
Tenía todas sus fichas tiradas a que al volver al cantón, esa idea que percibían de ella como artista callejera y vagabunda tomaría otro rumbo, pero al regresar vivió unas cuantas frustraciones porque encontró muchas puertas cerradas: la misma gente ocupando los espacios de organización cultural, poco dispuestos a la diversificación del arte.
“Fue durísimo el regreso, fue brutal porque no era como yo pensaba que iba a decir ‘vean, ya estudié, ahora sí, ya no soy la loquita de la esquina, vengo a hacer esto, vengo a proponer lo otro’ (…) Pero pasé como un momento de bajón emocional fuertísimo cuando regresé y vi que no pasaba nada por más que yo intentara”, cuenta.
Entonces decidió ser voluntaria de bomberos un tiempo para dispersarse. En esa pausa, también tuvo a su hijo, que hoy tiene ocho años. “Y ya luego yo dije ‘no, suave, vamos otra vez a la acción’”.
La artista del collage
Después de su breve interrupción, Sheyla reinició, con fuerza, y apostó por desarrollar sus propios proyectos de gestión sociocultural. Como se lo ha prometido, lo está haciendo con mayor intensidad desde hace dos años, cuando co-fundó Cañas ProCultural, un grupo comunitario de gestión sociocultural que está creando espacios para promover el arte en Cañas.
En esa área siente que ha vivido su principal desempeño: organiza actividades de conexión entre artistas y entre comunidades, y espacios y oportunidades para las destrezas invisibilizadas –el arte escénico, las artes visuales, la tradición oral. Sobre todo, también. se ha empecinado en que un puñado de mujeres reivindiquen los espacios en los que por años las han invisibilizado.
Eso lo ha denunciado principalmente con letras y con su arte en collage, que comparte a través de su cuenta sigila.she después de procesos exhaustivos de investigación y en donde ella siente que puede “ser más visceral”.
“[El arte collage] Me permite ser más directa, más fuerte (…) Por ejemplo, trabajo con sangre menstrual en varios de los collage, y también todo eso tiene un trasfondo”, dice y más tarde añade: “se escucha mucho que las mujeres estamos en una emergencia, que nos están matando y es real, entonces cuando yo trabajo con sangre yo digo ‘hay cosas que hay que escribirlas con sangre porque las vivimos con sangre’”.
Sus obras de collage han sido exhibidas en exposiciones y festivales en Perú, Chile, México, Brasil y hasta Francia, pero aún no ha tenido la oportunidad de hacerlo en Guanacaste.
Para ella, el momento llegará tarde o temprano si la provincia “abre la consciencia de qué estamos consumiendo”, y se empieza a preguntar qué está pasando en la escena artística y dónde están las mujeres de esos espacios.
“También, porque detrás de eso tenemos que luchar contra la gentrificación. Hay otras compas extranjeras que están en las galerías de las costas y de aquí, y de las artistas que están pintando aquí, que están creando aquí, que son guanacastecas sabemos muy poco”, dice.
Ella por su parte las busca, las documenta y les pide que den un paso al frente y muestren su arte para provocar una revolución colectiva y en sus entrañas. “Yo le digo a las compañeras ‘pongan todo lo que hagan’. Hicieron una canción, pónganla. Están haciendo esto, lo otro, pónganlo. ¿Por qué? Porque me inspiran. Cuando yo estoy ahuevada y siento que ya di todo, ya no puedo más. Yo veo que las compas siguen luchando y eso me inspira para seguir”.
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