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Teodoro Rodríguez, el heredero desplazado de playa Tamarindo

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“Cuando yo pelé los ojos ya estaba la finca ahí”, dice don Teodoro Rodríguez, una frase simpática que fácilmente podría ser un microcuento famoso

Teodoro habla de cuando nació, hace 85 años en Refundores, una comunidad cerca de Villarreal de Santa Cruz. La finca a la cual se refiere es la que tenía Timoteo Rodríguez, su ‘papa’, que era prácticamente un tercio del centro de Tamarindo, calcula él.

Ese terreno era una parte de otra finca mucho más grande que su abuelo había heredado a Timoteo y a sus dos hermanos: Pedro y Victoriano. Empezaba en el estero de Tamarindo y llegaba hasta el estero de San Francisco, más adelante del centro del Tamarindo actual.

En esa finca donde solo existían las casas de su papá y su tío Pedro, sembraban maíz, frijoles y criaban ganado. Cuando Teodoro no estaba trabajando, jugaba y pescaba con sus primos y hermanos en una playa Tamarindo totalmente virgen. La visitaban únicamente otros familiares durante las vacaciones tras abordar carretas, caballos o caminar, nada de carreteras congestionadas o aeropuertos para «charter flights».

La historia de la Tamarindo que conocemos hoy empezó a escribirse cuando don Timoteo decidió vender la finca a unos extranjeros. Así se sentó uno de los precedentes como destino de turismo masivo de sol y playa, sinónimo de desarrollo inmobiliario, epicentro de la música electrónica.

Jamás pensaron que se iba a desarrollar así como se desarrolló. Creían que todo el tiempo iba a estar con ganado, con vacas, con bueyes, con caballos”, confiesa Teodoro rememorando las conversaciones familiares.

Él y su familia ahora viven en el cruce de Villarreal, en una pequeña casa de cemento y madera frente a la calle. 

A la Tamarindo que alguna vez fue suya, prefieren no visitarla más.

“No hubieran vendido tan regalado”

El tono suave y pausado con el que habla Teodoro es embestido por la interminable lista de ruidos de la calle: una vagoneta con la frase “Excavaciones Alber” seguida de cisternas, motos y carros que entran y salen de Tamarindo sin parar.

Aunque el bullicio lo interrumpe a menudo, en los momentos de silencio relativo puede desplegar su memoria, que es generosa y entrega con facilidad recuerdos de eventos lejanos.

“Nunca llegó un carajo interesado en comprar, si no que llegaron esos italianos a conquistar a mi tata para que les vendiera. No hubieran vendido tan regalado. Lo vendieron baratísimo”, dice Teodoro con cierta indignación. 

Con el dinero de la venta, don Timoteo compró un terreno en El Llano de Portegolpe, donde el ganado no duraba ni ocho días porque se lo robaban, dice Teodoro. También compró otro terreno en Pinilla que nadie quería ir a cuidar o trabajar porque quedaba muy lejos.

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Zalyris Rodríguez muestra en un álbum de fotos a Timoteo Rodríguez, su abuelo, quien fue dueño de gran parte de playa Tamarindo.Foto: César Arroyo Castro

Al paso del tiempo don Timoteo decidió vender esos terrenos también.

“Mi tata, ultimadamente, no se supo qué hizo esa plata cuando vendió el resto. La tenía guardada o en el banco, no sé dónde la tenía pero se terminó”, explica Teodoro, que tampoco sabe en cuánto dinero las vendió, ni el tamaño exacto de las fincas.

Teodoro trabajó en el campo, luego fue sastre y después se convirtió en policía hasta que se pensionó. 

Aunque cualquiera pensaría que vender una finca en lugares tan turísticos como Tamarindo y en Pinilla sería suficiente para volver millonario a Timoteo y su familia, la historia no fue así.

Cuando Timoteo vendió su tierra, no imaginaba que poco a poco las historias como la suya iban a ser tan comunes que se convertirían en un fenómeno social con nombre propio: gentrificación. En pocas palabras se trata del desplazamiento de comunidades originarias por otras que llegan con más recursos.

Esto no ocurre solamente en Costa Rica. También ocurre en otros lugares turísticos como Ciudad de México o las Islas Canarias donde las personas ya se han tirado masivamente a las calles para manifestarse en contra de la gentrificación.

Playa Tamarindo pertenece a Santa Cruz, el cantón de la provincia con el mayor registro de metros cuadrados tramitados ante el CFIA en el año 2023.Foto: César Arroyo Castro

La socióloga de la Universidad de Costa Rica, Wendy Molina, quien ha estudiado el fenómeno, explica que cuando los pobladores originarios de una comunidad son desplazados debido a la gentrificación, se produce una brecha de renta.

“Es esa gran ganancia sobreestimada que tiene el desarrollador comparada con la ganancia que tiene quien vende [la familia local]. La tierra nunca es pagada [por los compradores] en toda su plusvalía. En contextos donde hay una gentrificación avanzada, esa brecha de renta se vuelve enorme porque juega con la especulación”, asegura Wendy.

Tampoco es de extrañar que Timoteo haya utilizado el dinero de la venta de Tamarindo para comprar otras tierras y volver a trabajarlas del mismo modo. Al fin y al cabo es todo lo que sabía hacer.

La socióloga agrega que muchos campesinos como Timoteo no tienen otra actividad económica o estudios que les facilite insertarse laboralmente en otra actividad. 

La inversión para poner a trabajar una finca es muy grande, entonces imagínese, comprar toda la maquinaria es una inversión millonaria. Tal vez lo que les pagaron no da para eso. Entonces seguramente toman ese dinero para la subsistencia hasta que se acabe”, señala.

Un nuevo éxodo

Un garrobo se desploma en el techo desde el palo de mango inmenso que hay en el patio y escapa arañando el zinc de la casa.

En la sala oscura hay decenas de fotos viejas que van perdiendo la batalla contra el tiempo, algunas caras amarillentas ya no se distinguen en las imágenes descoloridas. En muchas de ellas están don Timoteo y su esposa doña Severa.

Afuera, la casa está asediada por el comercio. Al frente hay un Pollolandia, a la par Choripanes Messi 10 y un poco más allá Sabor Pinolero, un restaurante de comida nicaragüense.

Y Teodoro, adentro, lanza una frase. “Me atonto de la boca”, como disculpándose por no poder expresarse con más claridad por culpa de su Parkinson. 

“Yo soy de los que no me gusta vender. Es que uno tiene plata, pero la plata se termina, más si se vuelve uno medio ‘botaratas’, a botar plata bebiendo guaro”, bromea Teodoro.

Aunque no le gusta la idea, es probable que en algún momento tengan que irse de aquí también. Al menos eso dice con resignación su hija Zalyris, que escucha el relato de su papá desde el otro lado de la cochera.

Hasta ahora esta casa y sus fotografías han soportado los embates del desarrollo de la costa santacruceña, pero se ha vuelto inmanejable.

“La muni viene y da permisos veinticuatro siete en la zona a diestra y siniestra con el fin de que le entre plata por impuestos. Pero no se ponen a pensar en las personas del pueblo. Todos los oriundos del pueblo de Tamarindo ya no existen. Se disolvieron”, expresa Zalyris, quien tiene una sonrisa amplia pero desaparece cuando recuerda cómo el desarrollo los ha puesto contra las cuerdas.

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Zalyris Rodríguez muestra en un álbum de fotos a Timoteo Rodríguez, su abuelo, quien fue dueño de gran parte de playa Tamarindo.Foto: César Arroyo Castro

Por esa razón, para la socióloga Wendy Molina la famosa frase “si el gringo compra es porque el tico le vende” es una forma de simplificar un tema mucho más complejo. Ya que las personas oriundas muchas veces se ven expulsadas, incluso cuando no lo desean.

El desplazamiento de población se produce de manera directa e indirecta, asegura la socióloga. La directa sucede cuando hay desarrolladores que presionan u ofertan a las familias para que vendan una propiedad que, entre comillas, ya no tiene mucho valor.

“Pero también hay una expulsión que es indirecta: todo el nivel de vida de mi zona no está a mi alcance. Yo termino yéndome, y tal vez ni siquiera me hicieron una buena oferta. O sea, no gano nada, pierdo servicios, pierdo infraestructura, pierdo transporte, pierdo calidad de vida al irme a vivir a una zona en donde las condiciones son mucho peores”, asegura Molina.

El desorden en la planificación del cual se queja Zalyris y que los tiene al borde de una nueva mudanza responde, en parte, a la falta de planes reguladores en la provincia. De los once cantones solamente cinco tienen planes reguladores.

“Con un plan regulador se puede planificar el desarrollo del territorio, decir: aquí se crece, aquí no se crece, esto se protege, esto es urbanizable, esto no y ya eso le pone un gran freno a la especulación”, cree la socióloga, pero no ve esto tenga algún tipo de freno de parte de las autoridades.

“Hay tanta demanda en la zona que eso no va a parar. Todo el mundo quiere invertir ahí, todo el mundo quiere tener su hotel, su restaurante, su bar mientras haya tierra. Hasta que no se sature, que ya no haya ni un metro cuadrado que comprar”, opina.

Y no le falta razón, Guanacaste fue la provincia con mayor intención de construcción el año pasado, de acuerdo a los permisos de construcción tramitados ante el Colegio de Ingenieros y Arquitectos (CFIA). La intención de construcción en Santa Cruz fue de 947.558 m2, el equivalente a la cantidad de metros tramitados en 40 cantones del país.

Zalyris tiene eso clarísimo. Por eso sabe que aunque se muevan de este lugar, nada les asegura que la presión turística, comercial e inmobiliaria no les vuelva a alcanzar en el futuro.

“Al menos yo he dicho si con lo que se vende aquí me alcanza, me compro un lotecito en La Garita. Mientras no llegue, no sé, el Tamarindo Diriá a poner una cancha de golf por ahí”, dice mientras se ríe con algo parecido a la resignación.

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